/ lunes 30 de marzo de 2020

Tiempos de Democracia | De la tormenta que se nos viene encima

-2-

Es este un artículo que no quisiera haber tenido que escribir. El motivo: parece -y es- un pregón del desastre que nos amenaza. Lo hice porque creo en el deber periodístico, no de alarmar, sino de alertar a la comunidad del riesgo que se cierne sobre ella. Estamos, para decirlo claro, ante una situación de emergencia que, guiada por un presidente errático, puede salirse de control.

Aunque lo hizo a pausas y con titubeos, el gobierno federal decretó por fin el inicio de la Fase 2 del esquema previsto para plantar cara al avance del Coronavirus. Las medidas precautorias que su aplicación supone, sin ser todavía las extremas que vendrán con la Fase 3 del referido plan, pondrán a prueba la solidaridad y disciplina ciudadana, el conocimiento y experiencia de los epidemiólogos que conducen la estrategia de contención, la funcionalidad de los sistemas de salud, la disposición de los trabajadores del sector, la vocación de los profesionales de la medicina, la eficiencia de las fuerzas del orden y, en general, la capacidad y preparación del funcionariado de todos los niveles de la administración pública comprometidos con el tema. Como lo apunté el lunes anterior, las actuales generaciones no habíamos enfrentado un desafío de tan grandes dimensiones. Sin armas para contrarrestar la agresividad del temible Covid-19, la realidad nos sorprendió poniéndonos ante un enemigo inasible que no sabe de fronteras y que, por su velocidad de propagación y su letalidad, no se parece a ningún otro que hayamos conocido. Si bien el AH1N1 dejó un aprendizaje apreciable, sabemos ya que apenas si fue un esbozo de esta tormenta que hoy se nos viene encima.

De nuestra compleja idiosincrasia

Ha veintiocho años que el Congreso del estado me otorgó la ciudadanía tlaxcalteca. Bastante antes de que me fuera concedido ese honor, ya había convivido largamente con quienes leen mis semanales reflexiones -los menos-, y con quienes jamás han atendido ni atenderán a mis escritos -los más, sin ninguna duda-. Mas no obstante el tiempo transcurrido y las experiencias vividas, sería una arrogancia además de una flagrante falsedad el ostentarme como alguien que conoce en profundidad la idiosincrasia tlaxcalteca. Pese a su pequeño territorio, nuestro estado es un mosaico variadísimo de regiones, climas, caracteres, formas de vida e incluso idiomas. Esa diversidad frustra todo intento de hallar entre sus pobladores modelos conductuales que lleven al establecimiento de denominadores comunes que los identifique. Hay, sí, una tendencia que se repite: su inclinación a formar una estrecha urdimbre social que los defienda de intrusiones extranjerizantes. Ese instinto parece estar en su naturaleza y ha devenido en un aislacionismo limitante que pone oídos sordos a cualquier suerte de recomendaciones venidas de fuera. No pocas veces me ha sido dicho: “…no, José Vicente, eso que dices aquí no puede pasar…”. Y enfatizan y subrayan el aquí.

Falsa invulnerabilidad

El problema es que... ¡aquí sí pasa!, al igual que en cualquier otro lugar del mundo. Para ilustrar la cuestión, cito sólo dos casos -hay más- que marcaron la política local. Va de historia: un vespertino capitalino publicó a ocho columnas una lacónica pero significativa noticia …¡ES MUJER!… El escueto y muy periodístico encabezado se refería a que el PRI había nominado a Beatriz Paredes como candidata a gobernadora del estado. La noticia la oí por boca de un voceador en la calzada Zaragoza de la capital cuando tomaba rumbo a Apizaco. Época era aquella, amigo lector, en la que aún no había informativos en la incipiente TV mexicana ni existían los teléfonos celulares. El punto es que, una vez llegado a Tlaxcala dí la primicia a un amigo que, primero, me tildó de mentiroso y, acto seguido, me espetó:: “…no nos conoces a los tlaxcaltecas…”. Convencido de lo que decía, añadió “…antes que unas naguas nos gobiernen le pegan un tiro…”. Como sabemos nadie le pegó un tiro… y Beatriz gobernó el estado. El otro caso ocurrió en 1988, al advertirle a un personaje político -que por cierto luego fue gobernador- de la posibilidad que el PRI fuera derrotado en Tlaxcala por el Frente Democrático Nacional. Ya imaginarán la respuesta: “…eres un ingenuo, José Vicente; no entiendes ni entenderás nunca nuestra realidad…”. Y remató en tono por demás prosopopéyico: “… el PRI en Tlaxcala es invencible…”. Aunque lo ocultaron, Salinas, el candidato tricolor, fue superado por Cárdenas. Sí, aquí en Tlaxcala.

A prevenirnos toca…

Todo esto lo traje a cuento porque me preocupa que haya tlaxcaltecas que descreen de la peligrosidad de la pandemia y de sus consecuencias colaterales, basados en la elemental futilidad del “aquí no pasa nada”. Como sustento a su tesis argumentan que fuimos el estado en que más tardíamente aparecieron personas contagiadas, sin advertir que el fenómeno se debe al aislamiento en el que hemos vivido por siglos y, a causa del cual, son pocos los paisanos que viajan al extranjero y aún menos las personas de otras nacionalidades que nos visitan. Si bien es cierto que la intensa y acertada promoción que lleva al cabo el gobierno del estado que lidera Marco Mena propugna por interconectarnos con el mundo, aún es largo el camino que resta por recorrer. El punto inquietante es que la sociedad y las autoridades federales recien columbraron la enorme magnitud de los perjuicios que van a añadirse a los de la salud que tenemos encima y que se van a multiplicar nadie sabe con qué exponencial proporción. Me refiero concretamente a las secuelas económicas, de desempleo y -me da miedo decirlo- tal vez hasta de hambre- cuyos estragos serán tan terribles o más que los asociados al pesar que ocasionarán los muchos fallecimientos que provocará el virus. Los desequilibrios sociales y la inestabilidad política que empiezan a padecer los países más castigados -ricos la mayoría de ellos- nos dan la pauta de lo que podría sucedernos en México y, muy particularmente, sí, aquí en Tlaxcala.

-2-

Es este un artículo que no quisiera haber tenido que escribir. El motivo: parece -y es- un pregón del desastre que nos amenaza. Lo hice porque creo en el deber periodístico, no de alarmar, sino de alertar a la comunidad del riesgo que se cierne sobre ella. Estamos, para decirlo claro, ante una situación de emergencia que, guiada por un presidente errático, puede salirse de control.

Aunque lo hizo a pausas y con titubeos, el gobierno federal decretó por fin el inicio de la Fase 2 del esquema previsto para plantar cara al avance del Coronavirus. Las medidas precautorias que su aplicación supone, sin ser todavía las extremas que vendrán con la Fase 3 del referido plan, pondrán a prueba la solidaridad y disciplina ciudadana, el conocimiento y experiencia de los epidemiólogos que conducen la estrategia de contención, la funcionalidad de los sistemas de salud, la disposición de los trabajadores del sector, la vocación de los profesionales de la medicina, la eficiencia de las fuerzas del orden y, en general, la capacidad y preparación del funcionariado de todos los niveles de la administración pública comprometidos con el tema. Como lo apunté el lunes anterior, las actuales generaciones no habíamos enfrentado un desafío de tan grandes dimensiones. Sin armas para contrarrestar la agresividad del temible Covid-19, la realidad nos sorprendió poniéndonos ante un enemigo inasible que no sabe de fronteras y que, por su velocidad de propagación y su letalidad, no se parece a ningún otro que hayamos conocido. Si bien el AH1N1 dejó un aprendizaje apreciable, sabemos ya que apenas si fue un esbozo de esta tormenta que hoy se nos viene encima.

De nuestra compleja idiosincrasia

Ha veintiocho años que el Congreso del estado me otorgó la ciudadanía tlaxcalteca. Bastante antes de que me fuera concedido ese honor, ya había convivido largamente con quienes leen mis semanales reflexiones -los menos-, y con quienes jamás han atendido ni atenderán a mis escritos -los más, sin ninguna duda-. Mas no obstante el tiempo transcurrido y las experiencias vividas, sería una arrogancia además de una flagrante falsedad el ostentarme como alguien que conoce en profundidad la idiosincrasia tlaxcalteca. Pese a su pequeño territorio, nuestro estado es un mosaico variadísimo de regiones, climas, caracteres, formas de vida e incluso idiomas. Esa diversidad frustra todo intento de hallar entre sus pobladores modelos conductuales que lleven al establecimiento de denominadores comunes que los identifique. Hay, sí, una tendencia que se repite: su inclinación a formar una estrecha urdimbre social que los defienda de intrusiones extranjerizantes. Ese instinto parece estar en su naturaleza y ha devenido en un aislacionismo limitante que pone oídos sordos a cualquier suerte de recomendaciones venidas de fuera. No pocas veces me ha sido dicho: “…no, José Vicente, eso que dices aquí no puede pasar…”. Y enfatizan y subrayan el aquí.

Falsa invulnerabilidad

El problema es que... ¡aquí sí pasa!, al igual que en cualquier otro lugar del mundo. Para ilustrar la cuestión, cito sólo dos casos -hay más- que marcaron la política local. Va de historia: un vespertino capitalino publicó a ocho columnas una lacónica pero significativa noticia …¡ES MUJER!… El escueto y muy periodístico encabezado se refería a que el PRI había nominado a Beatriz Paredes como candidata a gobernadora del estado. La noticia la oí por boca de un voceador en la calzada Zaragoza de la capital cuando tomaba rumbo a Apizaco. Época era aquella, amigo lector, en la que aún no había informativos en la incipiente TV mexicana ni existían los teléfonos celulares. El punto es que, una vez llegado a Tlaxcala dí la primicia a un amigo que, primero, me tildó de mentiroso y, acto seguido, me espetó:: “…no nos conoces a los tlaxcaltecas…”. Convencido de lo que decía, añadió “…antes que unas naguas nos gobiernen le pegan un tiro…”. Como sabemos nadie le pegó un tiro… y Beatriz gobernó el estado. El otro caso ocurrió en 1988, al advertirle a un personaje político -que por cierto luego fue gobernador- de la posibilidad que el PRI fuera derrotado en Tlaxcala por el Frente Democrático Nacional. Ya imaginarán la respuesta: “…eres un ingenuo, José Vicente; no entiendes ni entenderás nunca nuestra realidad…”. Y remató en tono por demás prosopopéyico: “… el PRI en Tlaxcala es invencible…”. Aunque lo ocultaron, Salinas, el candidato tricolor, fue superado por Cárdenas. Sí, aquí en Tlaxcala.

A prevenirnos toca…

Todo esto lo traje a cuento porque me preocupa que haya tlaxcaltecas que descreen de la peligrosidad de la pandemia y de sus consecuencias colaterales, basados en la elemental futilidad del “aquí no pasa nada”. Como sustento a su tesis argumentan que fuimos el estado en que más tardíamente aparecieron personas contagiadas, sin advertir que el fenómeno se debe al aislamiento en el que hemos vivido por siglos y, a causa del cual, son pocos los paisanos que viajan al extranjero y aún menos las personas de otras nacionalidades que nos visitan. Si bien es cierto que la intensa y acertada promoción que lleva al cabo el gobierno del estado que lidera Marco Mena propugna por interconectarnos con el mundo, aún es largo el camino que resta por recorrer. El punto inquietante es que la sociedad y las autoridades federales recien columbraron la enorme magnitud de los perjuicios que van a añadirse a los de la salud que tenemos encima y que se van a multiplicar nadie sabe con qué exponencial proporción. Me refiero concretamente a las secuelas económicas, de desempleo y -me da miedo decirlo- tal vez hasta de hambre- cuyos estragos serán tan terribles o más que los asociados al pesar que ocasionarán los muchos fallecimientos que provocará el virus. Los desequilibrios sociales y la inestabilidad política que empiezan a padecer los países más castigados -ricos la mayoría de ellos- nos dan la pauta de lo que podría sucedernos en México y, muy particularmente, sí, aquí en Tlaxcala.