/ lunes 17 de abril de 2023

Tiempos de Democracia | La sucesión de Andrés Manuel

La evidente desproporción de fuerzas entre los partidos que contenderán en la elección presidencial inclinan todos las pronósticos a favor del lopezobradorismo. Tal como hoy se ven las cosas es hasta probable que la victoria de Morena ocurra -utilizando términos boxísticos- por abandono del rival aun antes de que suene la campana.


A catorce meses de los comicios de fin de sexenio, todo hace pensar que el antiamloísmo militante por fin se convenció que la opción de la quimérica alianza “Va por México” no es alternativa viable, ni para sus intereses ni para el país cuyo viejo régimen pretende restaurar.

Los líderes opositores, doctorados en la práctica de incumplir acuerdos y de engañarse entre sí, no han sido ni serán capaces de acordar un plan realista y funcional que permita: 1) construir una plataforma político-electoral congruente con los principios de facciones tan diferentes y tradicionalmente enfrentadas; 2) repartir las nominaciones a los numerosos cargos que estarán en juego el 2024 sin generar discordias entre sus bases y sin provocar deserción de simpatizantes y, 3) definir un esquema consensuado para elegir a quien los podría representar en la competencia por la presidencia de la República.

Es pues tiempo, creo yo, que los diversos sectores de la sociedad civil que no coinciden con las múltiples decisiones ejecutivas de López Obrador ajusten sus expectativas y las adapten a una probabilidad que tiene visos de convertirse en certeza total: Morena, sin adversario al frente, obtendrá el triunfo y la Cuarta Transformación -mal que les pese a sus cuantiosos e influyentes enemigos- seguirá vigente el próximo sexenio con los cambios, eso sí, de matiz, aceleración, color e intensidad que seguramente habrá de imprimirles quien finalmente se instale en Palacio Nacional para dirigir los destinos de la nación mexicana.


La nonata alianza opositora… a punto de arrojar la toalla


Si el PAN, el PRI y el PRD actúan con pragmatismo político ante una realidad que los rebasa y para la que carecen de armas con las qué resistirse, se persuadirán de que su mejor estrategia es participar en las encuestas que definirán la candidatura de Morena, respaldando al aspirante con el que negocien un trato menos lesivo para su inmediato y nada claro futuro. Le ruego, amigo lector, no ver ironía alguna en esta sugerencia; sólo intento ubicar el análisis en los escenarios que resultarán de la elección del 2024. Lo que sigue es dilucidar qué pueden ofrecer a la sociedad civil y a los partidos los morenistas a los que el presidente ha dado en llamar sus “corcholatas”. La Historia demuestra que quien sea el o la “destapada”, tarde que temprano acabará llevando al país por una ruta acorde a su personal impronta, dejando de lado los condicionamientos que el mandatario saliente haya querido imponerle. Aludo a esa ley pendular de la política autóctona según la cual los excesos de un sexenio se neutralizan al siguiente con medidas que moderan y/o corrigen sus efectos fallidos, incluyendo aquellos que se estiman riesgosos o incluso equivocados.

Es obvio que un México con Marcelo Ebrard en el puente de mando va a ser distinto al que pudiera gobernar Claudia Sheimbaum y que, su vez, el de cualquiera de ellos, poco se parecería al de un Adán Augusto López al frente del Ejecutivo Federal.


Las tres cartas de la baraja morenista


No le toca al opinador conjeturar con cuál de ellas -Marcelo, Claudia o Adán Augusto- sería menos complicada la existencia de los partidos de oposición. Ese tema atañe en exclusiva a sus desprestigiados líderes en cuyas manos están los decadentes institutos que dirigen. Mas esa no es la cuestión importante; mucho más lo es adelantar cuál de los aspirantes enlistados estarían en aptitud de mejorar las condiciones de vida de esas mayorías que todavía no han podido escapar de la marginalidad y la pobreza que, aunque paliadas, siguen agobiándolas y determinando de forma negativa sus perspectivas de superación.

La gestión del actual presidente puso el acento, por una parte, en programas sociales cuya maduración requiere de plazos mayores a los limitados por los periodos sexenales y, por otra, en políticas públicas nacionalistas que miran por la soberanía y la autosuficiencia de México por encima de la producción inmediatista de las utilidades que se generan mediante la extracción de nuestras riquezas naturales en asociación con capitales extranjeros. ¿Qué variantes introducirían Marcelo, Claudia o Adán Augusto a la línea impuesta por el lopezobradorismo? Y si lo hacen, ¿con qué profundidad? Lo que puede adelantarse es que la esencia eminentemente social del movimiento se conservará sin modificaciones por una razón fundamental: de eso depende su pervivencia.


Demasiadas fintas y falsas pistas pueden enredar el proceso morenista que se presumía controlado


Sabedor del fenómeno que la costumbre volvió regla en procesos sucesorios anteriores, López Obrador advirtió el pasado 18 de marzo que él no repetiría el error del presidente Cárdenas cuando el divisionario michoacano optó por un candidato moderado y católico -Ávila Camacho- por sobre otro socialmente radical y ateo -Múgica-. Incluso subrayó el punto rechazando toda posibilidad de zigzagueo ideológico. ¿Qué nos dice con ese parangón?, ¿descalifica a Marcelo y reduce el elenco de posibles a su discípula Claudia y su paisano Adán Augusto? No lo creo, pero ya sembró la duda. Por otro lado, si como se infiere de sus dichos privará en la decisión su voluntad… ¿dónde quedan entonces las encuestas como método creíble para definir la candidatura? Nos había dado a entender que renunciaba a la facultad presidencial no escrita -aquella del clásico dedazo- y que la transfería al parecer del pueblo sabio, expresado a través de los anunciados sondeos? ¿Se arrepintió acaso? ¿Desanduvo sus pasos ante la eventualidad de que los resultados demoscópicos pudieran no coincidir con sus deseos? Si todo ese jugueteo con los aspirantes lo convierte en burla, de dentro de su propia estructura podría surgir el adversario que la alianza no tuvo capacidad para oponerle.

La evidente desproporción de fuerzas entre los partidos que contenderán en la elección presidencial inclinan todos las pronósticos a favor del lopezobradorismo. Tal como hoy se ven las cosas es hasta probable que la victoria de Morena ocurra -utilizando términos boxísticos- por abandono del rival aun antes de que suene la campana.


A catorce meses de los comicios de fin de sexenio, todo hace pensar que el antiamloísmo militante por fin se convenció que la opción de la quimérica alianza “Va por México” no es alternativa viable, ni para sus intereses ni para el país cuyo viejo régimen pretende restaurar.

Los líderes opositores, doctorados en la práctica de incumplir acuerdos y de engañarse entre sí, no han sido ni serán capaces de acordar un plan realista y funcional que permita: 1) construir una plataforma político-electoral congruente con los principios de facciones tan diferentes y tradicionalmente enfrentadas; 2) repartir las nominaciones a los numerosos cargos que estarán en juego el 2024 sin generar discordias entre sus bases y sin provocar deserción de simpatizantes y, 3) definir un esquema consensuado para elegir a quien los podría representar en la competencia por la presidencia de la República.

Es pues tiempo, creo yo, que los diversos sectores de la sociedad civil que no coinciden con las múltiples decisiones ejecutivas de López Obrador ajusten sus expectativas y las adapten a una probabilidad que tiene visos de convertirse en certeza total: Morena, sin adversario al frente, obtendrá el triunfo y la Cuarta Transformación -mal que les pese a sus cuantiosos e influyentes enemigos- seguirá vigente el próximo sexenio con los cambios, eso sí, de matiz, aceleración, color e intensidad que seguramente habrá de imprimirles quien finalmente se instale en Palacio Nacional para dirigir los destinos de la nación mexicana.


La nonata alianza opositora… a punto de arrojar la toalla


Si el PAN, el PRI y el PRD actúan con pragmatismo político ante una realidad que los rebasa y para la que carecen de armas con las qué resistirse, se persuadirán de que su mejor estrategia es participar en las encuestas que definirán la candidatura de Morena, respaldando al aspirante con el que negocien un trato menos lesivo para su inmediato y nada claro futuro. Le ruego, amigo lector, no ver ironía alguna en esta sugerencia; sólo intento ubicar el análisis en los escenarios que resultarán de la elección del 2024. Lo que sigue es dilucidar qué pueden ofrecer a la sociedad civil y a los partidos los morenistas a los que el presidente ha dado en llamar sus “corcholatas”. La Historia demuestra que quien sea el o la “destapada”, tarde que temprano acabará llevando al país por una ruta acorde a su personal impronta, dejando de lado los condicionamientos que el mandatario saliente haya querido imponerle. Aludo a esa ley pendular de la política autóctona según la cual los excesos de un sexenio se neutralizan al siguiente con medidas que moderan y/o corrigen sus efectos fallidos, incluyendo aquellos que se estiman riesgosos o incluso equivocados.

Es obvio que un México con Marcelo Ebrard en el puente de mando va a ser distinto al que pudiera gobernar Claudia Sheimbaum y que, su vez, el de cualquiera de ellos, poco se parecería al de un Adán Augusto López al frente del Ejecutivo Federal.


Las tres cartas de la baraja morenista


No le toca al opinador conjeturar con cuál de ellas -Marcelo, Claudia o Adán Augusto- sería menos complicada la existencia de los partidos de oposición. Ese tema atañe en exclusiva a sus desprestigiados líderes en cuyas manos están los decadentes institutos que dirigen. Mas esa no es la cuestión importante; mucho más lo es adelantar cuál de los aspirantes enlistados estarían en aptitud de mejorar las condiciones de vida de esas mayorías que todavía no han podido escapar de la marginalidad y la pobreza que, aunque paliadas, siguen agobiándolas y determinando de forma negativa sus perspectivas de superación.

La gestión del actual presidente puso el acento, por una parte, en programas sociales cuya maduración requiere de plazos mayores a los limitados por los periodos sexenales y, por otra, en políticas públicas nacionalistas que miran por la soberanía y la autosuficiencia de México por encima de la producción inmediatista de las utilidades que se generan mediante la extracción de nuestras riquezas naturales en asociación con capitales extranjeros. ¿Qué variantes introducirían Marcelo, Claudia o Adán Augusto a la línea impuesta por el lopezobradorismo? Y si lo hacen, ¿con qué profundidad? Lo que puede adelantarse es que la esencia eminentemente social del movimiento se conservará sin modificaciones por una razón fundamental: de eso depende su pervivencia.


Demasiadas fintas y falsas pistas pueden enredar el proceso morenista que se presumía controlado


Sabedor del fenómeno que la costumbre volvió regla en procesos sucesorios anteriores, López Obrador advirtió el pasado 18 de marzo que él no repetiría el error del presidente Cárdenas cuando el divisionario michoacano optó por un candidato moderado y católico -Ávila Camacho- por sobre otro socialmente radical y ateo -Múgica-. Incluso subrayó el punto rechazando toda posibilidad de zigzagueo ideológico. ¿Qué nos dice con ese parangón?, ¿descalifica a Marcelo y reduce el elenco de posibles a su discípula Claudia y su paisano Adán Augusto? No lo creo, pero ya sembró la duda. Por otro lado, si como se infiere de sus dichos privará en la decisión su voluntad… ¿dónde quedan entonces las encuestas como método creíble para definir la candidatura? Nos había dado a entender que renunciaba a la facultad presidencial no escrita -aquella del clásico dedazo- y que la transfería al parecer del pueblo sabio, expresado a través de los anunciados sondeos? ¿Se arrepintió acaso? ¿Desanduvo sus pasos ante la eventualidad de que los resultados demoscópicos pudieran no coincidir con sus deseos? Si todo ese jugueteo con los aspirantes lo convierte en burla, de dentro de su propia estructura podría surgir el adversario que la alianza no tuvo capacidad para oponerle.