/ lunes 4 de enero de 2021

Tiempos de Democracia | Del gran debate nacional… y de la sucesión tlaxcalteca

La pandemia obliga a repensar al país, los males que sobrelleva hace décadas y la forma como hoy se le está gobernando. Y en paralelo Tlaxcala deberá decidir a cuál de estas dos mujeres, Lorena o Anabell, entregará el bastón político de mando

El 2020 quedó por fin atrás, dejándonos una cauda de vivencias que mal haríamos en ignorar si a lo que aspiramos es a modelar un mejor futuro que, ciertamente, se nos plantea incierto y divagante. De entre las varias experiencias adquiridas en este tiempo aciago basta citar dos, tan preocupantes como importantes para el objeto de sacar provecho de lo aprendido. Las menciono: 1) que el dirigir una nación de espaldas a la investigación, a la ciencia, al conocimiento y a la rendición de cuentas es un error que no debe persistir por el costo en vidas que supone para la población y por el retraso que en todos los órdenes de la vida ocasiona y, 2) que el temor al poder inhiba la posibilidad de señalar infundios oficialistas o vaguedades encubridoras de verdades es una actitud negligente que históricamente le ha dado paso a regímenes autocráticos con formas de gobierno “…en las cuales la voluntad de una sola persona es la suprema ley…”. Habló de algo muchísimo más nocivo que la “monarquía sexenal absoluta”, figura concebida por Daniel Cosío Villegas para referirse al orden sucesorio vertical impuesto por el longevo sistema priísta, o que la “dictadura perfecta”, como en su oportunidad calificara Mario Vargas Llosa al esquema de dominación política del tricolor. A lo que aquí y ahora aludo es a que abundan señales de que el país se halla en plena deriva hacia un modelo gubernamental de corte fascistoide, antitético del ideal democrático al que México aspira. Los discursos mañaneros interminables, el encadenamiento de narrativas apartadas de la realidad y las diatribas diarias contra la prensa crítica, deliberadamente alimentan la polarización social, caldo de cultivo de divisiones, enfrentamientos y, al final, de soluciones de fuerza.

Panorama sucesorio de Tlaxcala

No obstante la trascendencia del tema tratado en el párrafo anterior, en este primer lunes del año -un año electoral por definición- lo que la agenda política manda es acercarse al proceso tlaxcalteca que, en su perspectiva local, plantea como asunto más llamativo la sucesión gubernamental. Luego de la fructífera gestión del mandatario Marco Mena, el timón del estado pasará a manos, o de Lorena Cuéllar Cisneros o de Anabell Ávalos Zempoalteca, políticas con orígenes sociales distintos. Lorena proviene del privilegio y la alcurnia, y Anabell del trabajo y el esfuerzo. Pese a esas diferencias de cuna, las dos tienen trayectorias curiosamente coincidentes en su larga andadura por la actividad pública. Hay sin embargo un rasgo que las identifica: la profunda aversión personal que cada una abriga respecto de la otra. Ambas lideraron sus bancadas priístas en el Congreso local y presidieron la Junta de Concertación Política, sin que ninguna de sus iniciativas hubiera dejado una impronta relevante en la legislación tlaxcalteca. Fueron también alcaldesas de Tlaxcala, y en su desempeño como cabezas del cuerpo edilicio capitalino no supieron resolver los dos problemas que más afectan a la gente: el caótico tránsito vehicular en la zona centro de la ciudad y la infraestructura sanitaria que, alterada en su funcionamiento por manos ignorantes, vierte sus aguas negras en el Zahuapan y ya no puede evitar las inundaciones para la que fue construida. Hay que consignar, además, que a las dos les cabe el honor de anunciar proyectos quiméricos que nunca llevaron al cabo, Lorena ofreciendo depurar las aguas del rio, y Anabell prometiendo un teleférico que sobrevolase el casco viejo. En otro orden de ideas, es de justicia señalar que Lorena tiene una ejecutoria como legisladora federal que Anabell no posee, en tanto que ésta muestra en su hoja curricular una experiencia como funcionaria estatal de la que aquella carece. En materia partidista e ideológica, las diferencias si son notorias: mientras Lorena ha itinerado a conveniencia de sus intereses por cuatro o cinco diferentes institutos políticos, Anabell se ha mantenido siempre en las filas del PRI.

Candidaturas que llegan precedidas de dudas, desconfianzas y cuestionamientos

Capítulo aparte merece el camino que Lorena y Anabell siguieron para alcanzar sus respectivas postulaciones. La nominación de Lorena, a mi juicio, es atribuible a una determinación inexplicable de López Obrador que en Ana Lilia Rivera tenía a la mujer que mejor encarnaba los valores de su movimiento. La encuesta, si la hubo, se urdió sólo para enmascarar la imposición de la ex priísta Lorena, pasando por encima de Ana Lilia, una genuina luchadora social de izquierda, fundadora además de Morena en la entidad. El fantasmal sondeo, cuya metodología nadie conoce, se valió de la vía telefónica y midió exclusivamente el conocimiento de los nombres de las aspirantes y no su perfil social e ideológico. ¿Se equivocó el presidente en el estado de la república en que, aparte del suyo natal, más adeptos tiene? ¿O fueron quienes le hablan al oído en los asuntos tlaxcaltecas? Como quiera que haya sido, el daño está hecho, y la medida en que haya lastimado a la militancia de abajo -la verdaderamente fiel a Andrés Manuel, no la acomodaticia- la sabremos el día de la elección, aunque sin duda tendrá un impacto negativo en un resultado que, aunque finalmente favorezca a Lorena, afectará a todos los demás cargos en disputa, en particular a las diputaciones federales en las que se juega el equilibrio democrático de la Nación. Por su parte, Anabell negoció la candidatura aliancista durante largos dos años con una oposición fragmentada decidida a apostar su menguado capital político a una coalición amplia partidista que salvaguardase su sobrevivencia. ¿Depondrán los líderes comprometidos en el pacto sus intereses y los pondrán al servicio de la alianza? La campaña está por empezar y se verá a lo largo de ella si son capaces de actuar unitariamente. Y esperemos los debates para medir el real tamaño de las candidatas que aspiran a gobernarnos.

La pandemia obliga a repensar al país, los males que sobrelleva hace décadas y la forma como hoy se le está gobernando. Y en paralelo Tlaxcala deberá decidir a cuál de estas dos mujeres, Lorena o Anabell, entregará el bastón político de mando

El 2020 quedó por fin atrás, dejándonos una cauda de vivencias que mal haríamos en ignorar si a lo que aspiramos es a modelar un mejor futuro que, ciertamente, se nos plantea incierto y divagante. De entre las varias experiencias adquiridas en este tiempo aciago basta citar dos, tan preocupantes como importantes para el objeto de sacar provecho de lo aprendido. Las menciono: 1) que el dirigir una nación de espaldas a la investigación, a la ciencia, al conocimiento y a la rendición de cuentas es un error que no debe persistir por el costo en vidas que supone para la población y por el retraso que en todos los órdenes de la vida ocasiona y, 2) que el temor al poder inhiba la posibilidad de señalar infundios oficialistas o vaguedades encubridoras de verdades es una actitud negligente que históricamente le ha dado paso a regímenes autocráticos con formas de gobierno “…en las cuales la voluntad de una sola persona es la suprema ley…”. Habló de algo muchísimo más nocivo que la “monarquía sexenal absoluta”, figura concebida por Daniel Cosío Villegas para referirse al orden sucesorio vertical impuesto por el longevo sistema priísta, o que la “dictadura perfecta”, como en su oportunidad calificara Mario Vargas Llosa al esquema de dominación política del tricolor. A lo que aquí y ahora aludo es a que abundan señales de que el país se halla en plena deriva hacia un modelo gubernamental de corte fascistoide, antitético del ideal democrático al que México aspira. Los discursos mañaneros interminables, el encadenamiento de narrativas apartadas de la realidad y las diatribas diarias contra la prensa crítica, deliberadamente alimentan la polarización social, caldo de cultivo de divisiones, enfrentamientos y, al final, de soluciones de fuerza.

Panorama sucesorio de Tlaxcala

No obstante la trascendencia del tema tratado en el párrafo anterior, en este primer lunes del año -un año electoral por definición- lo que la agenda política manda es acercarse al proceso tlaxcalteca que, en su perspectiva local, plantea como asunto más llamativo la sucesión gubernamental. Luego de la fructífera gestión del mandatario Marco Mena, el timón del estado pasará a manos, o de Lorena Cuéllar Cisneros o de Anabell Ávalos Zempoalteca, políticas con orígenes sociales distintos. Lorena proviene del privilegio y la alcurnia, y Anabell del trabajo y el esfuerzo. Pese a esas diferencias de cuna, las dos tienen trayectorias curiosamente coincidentes en su larga andadura por la actividad pública. Hay sin embargo un rasgo que las identifica: la profunda aversión personal que cada una abriga respecto de la otra. Ambas lideraron sus bancadas priístas en el Congreso local y presidieron la Junta de Concertación Política, sin que ninguna de sus iniciativas hubiera dejado una impronta relevante en la legislación tlaxcalteca. Fueron también alcaldesas de Tlaxcala, y en su desempeño como cabezas del cuerpo edilicio capitalino no supieron resolver los dos problemas que más afectan a la gente: el caótico tránsito vehicular en la zona centro de la ciudad y la infraestructura sanitaria que, alterada en su funcionamiento por manos ignorantes, vierte sus aguas negras en el Zahuapan y ya no puede evitar las inundaciones para la que fue construida. Hay que consignar, además, que a las dos les cabe el honor de anunciar proyectos quiméricos que nunca llevaron al cabo, Lorena ofreciendo depurar las aguas del rio, y Anabell prometiendo un teleférico que sobrevolase el casco viejo. En otro orden de ideas, es de justicia señalar que Lorena tiene una ejecutoria como legisladora federal que Anabell no posee, en tanto que ésta muestra en su hoja curricular una experiencia como funcionaria estatal de la que aquella carece. En materia partidista e ideológica, las diferencias si son notorias: mientras Lorena ha itinerado a conveniencia de sus intereses por cuatro o cinco diferentes institutos políticos, Anabell se ha mantenido siempre en las filas del PRI.

Candidaturas que llegan precedidas de dudas, desconfianzas y cuestionamientos

Capítulo aparte merece el camino que Lorena y Anabell siguieron para alcanzar sus respectivas postulaciones. La nominación de Lorena, a mi juicio, es atribuible a una determinación inexplicable de López Obrador que en Ana Lilia Rivera tenía a la mujer que mejor encarnaba los valores de su movimiento. La encuesta, si la hubo, se urdió sólo para enmascarar la imposición de la ex priísta Lorena, pasando por encima de Ana Lilia, una genuina luchadora social de izquierda, fundadora además de Morena en la entidad. El fantasmal sondeo, cuya metodología nadie conoce, se valió de la vía telefónica y midió exclusivamente el conocimiento de los nombres de las aspirantes y no su perfil social e ideológico. ¿Se equivocó el presidente en el estado de la república en que, aparte del suyo natal, más adeptos tiene? ¿O fueron quienes le hablan al oído en los asuntos tlaxcaltecas? Como quiera que haya sido, el daño está hecho, y la medida en que haya lastimado a la militancia de abajo -la verdaderamente fiel a Andrés Manuel, no la acomodaticia- la sabremos el día de la elección, aunque sin duda tendrá un impacto negativo en un resultado que, aunque finalmente favorezca a Lorena, afectará a todos los demás cargos en disputa, en particular a las diputaciones federales en las que se juega el equilibrio democrático de la Nación. Por su parte, Anabell negoció la candidatura aliancista durante largos dos años con una oposición fragmentada decidida a apostar su menguado capital político a una coalición amplia partidista que salvaguardase su sobrevivencia. ¿Depondrán los líderes comprometidos en el pacto sus intereses y los pondrán al servicio de la alianza? La campaña está por empezar y se verá a lo largo de ella si son capaces de actuar unitariamente. Y esperemos los debates para medir el real tamaño de las candidatas que aspiran a gobernarnos.