/ lunes 13 de junio de 2022

Tiempos de Democracia | Ecos de la fallida Cumbre de las Américas

Atinó el presidente López Obrador al alzar la voz de México en una coyuntura en que iba a ser escuchada por los países latinoamericanos que, igual que nosotros, han padecido dañinas intromisiones de Estados Unidos en sus respectivas soberanías. La respuesta solidaria a su postura revela la oportunidad y acierto de su pronunciamiento.


Una mayoría de comentócratas autóctonos están convencidos de que la supeditación económica de México a Estados Unidos nos obliga al silencio y cancela la posibilidad de externar, con libertad y autonomía, conceptos y puntos de vista que no sean coincidentes con los de nuestro socio y vecino. No lo dicen con esas palabras, pero esa es la inocultable intención de sus opiniones. En ese escenario que describen de inevitable sumisión al poderoso, el hecho de que el presidente López Obrador hubiera condicionado su presencia en la reunión de Los Ángeles a que se invitara a todos los países de América constituyó -a juicio de esos analistas- un osado desplante de rebeldía que puede dar lugar a represalias por parte del presidente Biden, frustrado organizador de una cuestionada Cumbre de las Américas que no mereció tal nombre. Hago notar al amable lector que esas voces son las mismas que criticaron la “obsecuencia servil” del mandatario mexicano -así la calificaron- cuando, ante la amenaza de Donald Trump de imponer unos abusivos aranceles a nuestras exportaciones, aceptó cumplir la incómoda tarea de interceptar en la frontera sur el imparable flujo de inmigrantes centroamericanos en ruta a Estados Unidos. Por lo visto no son capaces de admitir que, cuando las circunstancias son otras, caben distintas formas de plantar cara a la imposición y de defender los principios en los que se funda la soberanía e independencia de naciones como la nuestra.



Una de cal…


Hace dos semanas escribí que el pulso entre México y Estados Unidos nos acabaría favoreciendo. En mi opinión eran más las cartas ganadoras de López Obrador que las que tenía Joe Biden, como lo probó el significativo vacío de los presidentes ausentes, y la claridad con que los presentes expresaron su inconformidad en sus discursos por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Destacó el del mandatario argentino Alberto Fernández al afirmar que “…ser anfitrión no otorga el derecho de imponer el derecho de admisión a los países del continente…”. Luego de las sesiones plenarias y de los encuentros bilaterales entre los mandatarios asistentes se hizo manifiesta la reticencia del gobierno estadounidense para abordar la manera con la que colectivamente deben enfocarse los problemas políticos, económicos y sociales de la región, así como la contribución que, para resolverlos, ha de aportar el país -léase Estados Unidos- que históricamente ha sido su principal causante. Interprétese lo acontecido en Los Ángeles como un recordatorio directo a la potencia del norte en el sentido de que la cooperación continental exige respeto a la diversidad de ideas, y al derecho de todas las naciones de acudir a las fuentes -léase China- que estén dispuestas a proporcionarles la asistencia financiera y tecnológica que necesitan para su desarrollo. Cito el caso de Chile que, al igual que otros países sudamericanos, tiene ya al gigante asiático como su principal socio comercial.



Objetivo fracasado


El tema central de la reunión, y el que sin duda más atrajo la atención mediática, fue el lacerante fenómeno de la migración. Pese a su trascendencia, y a la importancia que el asunto tiene en el futuro político-electoral de Biden y el Partido Demócrata, la amputada relación de invitados que elaboró Washington incidió en que los mayores aportantes al flujo continuo de migrantes que buscan llegar a Estados Unidos no estuvieran representados en Los Ángeles por sus presidentes; los de Cuba, Nicaragua y Venezuela, por haber sido eliminados unilateralmente por el convocante, y los de Honduras, El Salvador, Guatemala y México, por voluntad propia en protesta por la exclusión de los tres primeros. Sin una planeación previamente consensada y políticamente adecuada, el propósito de arribar a grandes acuerdos no pudo concretarse. Finalmente, el objetivo de la Cumbre se vio reducido a un compromiso limitado de acogida a refugiados, programas laborales temporales y devolución de indocumentados a sus países de origen. En suma, un convenio conceptualmente encomiable pero numéricamente insignificante si se le compara con la cuantía real de las corrientes migratorias. Acorde a la pobreza del resultado, Estados Unidos puso sobre la mesa la irrisoria cantidad de 328 millones de dólares para instrumentar el miniacuerdo. Añádase a lo anterior la subida de tono en las múltiples críticas que se hicieron a la Organización de Estados Americanos y al Banco Interamericano de Desarrollo, dos instituciones que, en la actualidad, funcionan más como dependencias subordinadas a la Casa Blanca que al servicio de los intereses de las naciones del continente, tal y como originalmente fueron concebidas.



Conclusión


Como creyente en los valores de la democracia, este escribidor no concuerda con el tipo de régimen que padecen en Cuba, Venezuela o Nicaragua. Empero, ese no es el punto que generó la escisión registrada en la reunión de Los Ángeles, sino el de la inutilidad de haberlos excluido de la discusión de la gran problemática americana. En un artículo publicado en El Universal, Sabina Berman dio luz a una frase que sintetiza a la perfección el dilema que el gobierno de Biden no supo o no quiso entender. Préstele atención, amigo lector, y medite con calma su respuesta:


“…la pregunta nunca ha sido si se trata de países dignos de emular; la pregunta es de qué ha servido aislarlos…”. En torno a esta idea es como creo que deberá plantearse la organización de las futuras Cumbres de las Américas.


Atinó el presidente López Obrador al alzar la voz de México en una coyuntura en que iba a ser escuchada por los países latinoamericanos que, igual que nosotros, han padecido dañinas intromisiones de Estados Unidos en sus respectivas soberanías. La respuesta solidaria a su postura revela la oportunidad y acierto de su pronunciamiento.


Una mayoría de comentócratas autóctonos están convencidos de que la supeditación económica de México a Estados Unidos nos obliga al silencio y cancela la posibilidad de externar, con libertad y autonomía, conceptos y puntos de vista que no sean coincidentes con los de nuestro socio y vecino. No lo dicen con esas palabras, pero esa es la inocultable intención de sus opiniones. En ese escenario que describen de inevitable sumisión al poderoso, el hecho de que el presidente López Obrador hubiera condicionado su presencia en la reunión de Los Ángeles a que se invitara a todos los países de América constituyó -a juicio de esos analistas- un osado desplante de rebeldía que puede dar lugar a represalias por parte del presidente Biden, frustrado organizador de una cuestionada Cumbre de las Américas que no mereció tal nombre. Hago notar al amable lector que esas voces son las mismas que criticaron la “obsecuencia servil” del mandatario mexicano -así la calificaron- cuando, ante la amenaza de Donald Trump de imponer unos abusivos aranceles a nuestras exportaciones, aceptó cumplir la incómoda tarea de interceptar en la frontera sur el imparable flujo de inmigrantes centroamericanos en ruta a Estados Unidos. Por lo visto no son capaces de admitir que, cuando las circunstancias son otras, caben distintas formas de plantar cara a la imposición y de defender los principios en los que se funda la soberanía e independencia de naciones como la nuestra.



Una de cal…


Hace dos semanas escribí que el pulso entre México y Estados Unidos nos acabaría favoreciendo. En mi opinión eran más las cartas ganadoras de López Obrador que las que tenía Joe Biden, como lo probó el significativo vacío de los presidentes ausentes, y la claridad con que los presentes expresaron su inconformidad en sus discursos por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Destacó el del mandatario argentino Alberto Fernández al afirmar que “…ser anfitrión no otorga el derecho de imponer el derecho de admisión a los países del continente…”. Luego de las sesiones plenarias y de los encuentros bilaterales entre los mandatarios asistentes se hizo manifiesta la reticencia del gobierno estadounidense para abordar la manera con la que colectivamente deben enfocarse los problemas políticos, económicos y sociales de la región, así como la contribución que, para resolverlos, ha de aportar el país -léase Estados Unidos- que históricamente ha sido su principal causante. Interprétese lo acontecido en Los Ángeles como un recordatorio directo a la potencia del norte en el sentido de que la cooperación continental exige respeto a la diversidad de ideas, y al derecho de todas las naciones de acudir a las fuentes -léase China- que estén dispuestas a proporcionarles la asistencia financiera y tecnológica que necesitan para su desarrollo. Cito el caso de Chile que, al igual que otros países sudamericanos, tiene ya al gigante asiático como su principal socio comercial.



Objetivo fracasado


El tema central de la reunión, y el que sin duda más atrajo la atención mediática, fue el lacerante fenómeno de la migración. Pese a su trascendencia, y a la importancia que el asunto tiene en el futuro político-electoral de Biden y el Partido Demócrata, la amputada relación de invitados que elaboró Washington incidió en que los mayores aportantes al flujo continuo de migrantes que buscan llegar a Estados Unidos no estuvieran representados en Los Ángeles por sus presidentes; los de Cuba, Nicaragua y Venezuela, por haber sido eliminados unilateralmente por el convocante, y los de Honduras, El Salvador, Guatemala y México, por voluntad propia en protesta por la exclusión de los tres primeros. Sin una planeación previamente consensada y políticamente adecuada, el propósito de arribar a grandes acuerdos no pudo concretarse. Finalmente, el objetivo de la Cumbre se vio reducido a un compromiso limitado de acogida a refugiados, programas laborales temporales y devolución de indocumentados a sus países de origen. En suma, un convenio conceptualmente encomiable pero numéricamente insignificante si se le compara con la cuantía real de las corrientes migratorias. Acorde a la pobreza del resultado, Estados Unidos puso sobre la mesa la irrisoria cantidad de 328 millones de dólares para instrumentar el miniacuerdo. Añádase a lo anterior la subida de tono en las múltiples críticas que se hicieron a la Organización de Estados Americanos y al Banco Interamericano de Desarrollo, dos instituciones que, en la actualidad, funcionan más como dependencias subordinadas a la Casa Blanca que al servicio de los intereses de las naciones del continente, tal y como originalmente fueron concebidas.



Conclusión


Como creyente en los valores de la democracia, este escribidor no concuerda con el tipo de régimen que padecen en Cuba, Venezuela o Nicaragua. Empero, ese no es el punto que generó la escisión registrada en la reunión de Los Ángeles, sino el de la inutilidad de haberlos excluido de la discusión de la gran problemática americana. En un artículo publicado en El Universal, Sabina Berman dio luz a una frase que sintetiza a la perfección el dilema que el gobierno de Biden no supo o no quiso entender. Préstele atención, amigo lector, y medite con calma su respuesta:


“…la pregunta nunca ha sido si se trata de países dignos de emular; la pregunta es de qué ha servido aislarlos…”. En torno a esta idea es como creo que deberá plantearse la organización de las futuras Cumbres de las Américas.