/ lunes 11 de diciembre de 2023

Violencia económica

Durante siglos, la sociedad ha entendido al espacio privado como el espacio “natural” de las mujeres. Así, con celebraciones románticas y rituales endulzados, como el muy regalado día de las madres o frases como “la reina del hogar”, “el pilar de la familia”, “madre solo hay una” y similares, la adultez de ellas se manifiesta solo en su capacidad de procrear y criar, no de desarrollo humano pleno.

Frases típicas en una relación de control son “porque yo lo pago”, “tú no trabajas” (como si el trabajo en el hogar no fuese remunerable o reconocible), “eres una inútil”, “¿quién te podría contratar si no sabes hacer nada?”, “te doy el gasto”, ¡vaya! Hasta en canciones que nos hacen reír como a la Bartola de Pedro Infante que con dos pesos se esperaba que hiciera milagros, etc. De hecho, durante años se pensó en las familias que había que enviar a educarse a los niños y no a las niñas pues ellas, “serán mantenidas”.

Así pues, una de las desigualdades más arraigadas entre mujeres y hombres es la violencia económica, pues la dependencia de la pareja expone a las víctimas al control de su vida completa por parte del hombre y con ello limita su libertad y toma de decisiones, cuando no las obliga inclusive a soportar maltrato de todo tipo pues la víctima no tiene a donde ir o llevar a sus hijos.

Recientemente, la Cámara de Diputados reformó el artículo 6 de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia ampliando el concepto de violencia económica contra las mujeres y con ello dar elementos a las y los juzgadores a impartir justicia de forma más apegada a la realidad. Se remitió al Senado de la república para su confirmación.

Se entiende como violencia económica “toda acción u omisión del agresor que impacta de manera negativa en la economía de la víctima, en su independencia y autonomía financiera. Se manifiesta a través de limitaciones u omisiones para su desarrollo laboral y/o profesional, exigencia de exámenes de no gravidez, así como otros condicionamientos vinculados al género y la maternidad. La percepción de un salario menor por igual trabajo y la explotación laboral”.

Se considera parte de la violencia económica en el ámbito familiar “cuando el agresor controle los ingresos de sus percepciones económicas e incluso de manera injustificada se desentiende de sus obligaciones económicas, de colaborar a realizar las labores domésticas o del cuidado de las personas que dependan de él”. Se remitió al Senado de la República.

Gracias al impacto de la reforma de derechos humanos y el ir jurídicamente entendiendo a las mujeres y hombres como iguales, se han establecido buenas políticas públicas como aquella de la diferenciación de apoyos de subsidios del antiguo programa Oportunidades para que las familias recibieran una motivación mayor de enviar a niñas a la escuela. Ahora vemos a muchas más mujeres llegando a la educación superior, para bien de nuestra sociedad.

Falta mucho trecho aún. Inegi reporta que en 2022 solo el 41 % de las madres estaban económicamente activas. 59 % todavía depende en ese sentido (y muchos otros) de su pareja. Colima es el estado con más participación con 51 % y Chiapas, ese edén que no logra salir de la sempiterna pobreza, es el otro extremo con solo el 28 %. Tlaxcala está en la media con 41.3%.

La vida moderna y la cantidad ingente de hombres inmaduros abandonando a sus hijos como si hubieran hecho una travesura infantil, ha obligado a las mujeres a salir a la vida laboral. Para ponerlo en perspectiva: en 1996, había 2.6 millones de hogares con jefatura femenina, que representaban el 12.5 % del total, en 2010 ese porcentaje se duplicó para llegar al 25 % y en 2020, el 33 % de los hogares eran ya liderados con jefatura femenina, con 11.5 millones de éstos. A lo anterior se le sigue llamando hogar “monoparental”; pienso: ¿no deberíamos llamarle monomarental?

En las conferencias que imparto, siempre pregunto a las mujeres quién tuvo trabajos remunerados antes de los 18 años y qué sintieron al recibir su primer ingreso. La inmensa mayoría levanta la mano y la respuesta siempre es la misma: libertad, poder, fuerza, independencia, gratitud. Esas emociones son las que las personas necesitamos para nuestra plenitud. Esas emociones necesitan las mujeres de México.



Durante siglos, la sociedad ha entendido al espacio privado como el espacio “natural” de las mujeres. Así, con celebraciones románticas y rituales endulzados, como el muy regalado día de las madres o frases como “la reina del hogar”, “el pilar de la familia”, “madre solo hay una” y similares, la adultez de ellas se manifiesta solo en su capacidad de procrear y criar, no de desarrollo humano pleno.

Frases típicas en una relación de control son “porque yo lo pago”, “tú no trabajas” (como si el trabajo en el hogar no fuese remunerable o reconocible), “eres una inútil”, “¿quién te podría contratar si no sabes hacer nada?”, “te doy el gasto”, ¡vaya! Hasta en canciones que nos hacen reír como a la Bartola de Pedro Infante que con dos pesos se esperaba que hiciera milagros, etc. De hecho, durante años se pensó en las familias que había que enviar a educarse a los niños y no a las niñas pues ellas, “serán mantenidas”.

Así pues, una de las desigualdades más arraigadas entre mujeres y hombres es la violencia económica, pues la dependencia de la pareja expone a las víctimas al control de su vida completa por parte del hombre y con ello limita su libertad y toma de decisiones, cuando no las obliga inclusive a soportar maltrato de todo tipo pues la víctima no tiene a donde ir o llevar a sus hijos.

Recientemente, la Cámara de Diputados reformó el artículo 6 de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia ampliando el concepto de violencia económica contra las mujeres y con ello dar elementos a las y los juzgadores a impartir justicia de forma más apegada a la realidad. Se remitió al Senado de la república para su confirmación.

Se entiende como violencia económica “toda acción u omisión del agresor que impacta de manera negativa en la economía de la víctima, en su independencia y autonomía financiera. Se manifiesta a través de limitaciones u omisiones para su desarrollo laboral y/o profesional, exigencia de exámenes de no gravidez, así como otros condicionamientos vinculados al género y la maternidad. La percepción de un salario menor por igual trabajo y la explotación laboral”.

Se considera parte de la violencia económica en el ámbito familiar “cuando el agresor controle los ingresos de sus percepciones económicas e incluso de manera injustificada se desentiende de sus obligaciones económicas, de colaborar a realizar las labores domésticas o del cuidado de las personas que dependan de él”. Se remitió al Senado de la República.

Gracias al impacto de la reforma de derechos humanos y el ir jurídicamente entendiendo a las mujeres y hombres como iguales, se han establecido buenas políticas públicas como aquella de la diferenciación de apoyos de subsidios del antiguo programa Oportunidades para que las familias recibieran una motivación mayor de enviar a niñas a la escuela. Ahora vemos a muchas más mujeres llegando a la educación superior, para bien de nuestra sociedad.

Falta mucho trecho aún. Inegi reporta que en 2022 solo el 41 % de las madres estaban económicamente activas. 59 % todavía depende en ese sentido (y muchos otros) de su pareja. Colima es el estado con más participación con 51 % y Chiapas, ese edén que no logra salir de la sempiterna pobreza, es el otro extremo con solo el 28 %. Tlaxcala está en la media con 41.3%.

La vida moderna y la cantidad ingente de hombres inmaduros abandonando a sus hijos como si hubieran hecho una travesura infantil, ha obligado a las mujeres a salir a la vida laboral. Para ponerlo en perspectiva: en 1996, había 2.6 millones de hogares con jefatura femenina, que representaban el 12.5 % del total, en 2010 ese porcentaje se duplicó para llegar al 25 % y en 2020, el 33 % de los hogares eran ya liderados con jefatura femenina, con 11.5 millones de éstos. A lo anterior se le sigue llamando hogar “monoparental”; pienso: ¿no deberíamos llamarle monomarental?

En las conferencias que imparto, siempre pregunto a las mujeres quién tuvo trabajos remunerados antes de los 18 años y qué sintieron al recibir su primer ingreso. La inmensa mayoría levanta la mano y la respuesta siempre es la misma: libertad, poder, fuerza, independencia, gratitud. Esas emociones son las que las personas necesitamos para nuestra plenitud. Esas emociones necesitan las mujeres de México.