/ viernes 28 de febrero de 2020

Anatomía de lo Social | Mis tres amigos y el carnaval en Tlaxcala

La cultura hace al hombre algo más que un accidente del universo

André Malraux

Distraído por la alegoría provocada por el carnaval, fui motivado para presenciar la participación de una de las tantas cuadrillas que habían llegado desde diferentes puntos del estado con el propósito de competir con sus contrapartes; justo cuando estuve a punto de ocupar en lugar en las gradas, instaladas exprofeso, fui alcanzado por el amigo de la paciencia y cordura natural. Te acompaño -me dijo- a observar a los huehues, aunque sea un rato, pues tenemos que llegar a la reunión con nuestros amigos. Claro que sí -le respondí-, veamos unos cuantos bailables y luego nos vamos al lugar de costumbre. Así que sea -me respondió-, y solo para tu breviario cultural quiero decirte que no son bailables, sino danzas lo que vamos a observar, los dos sonreímos por mi ignorancia al respecto.

Instalados en lugares estratégicos, donde podían apreciarse las vestimentas de los danzantes, así como el escuchar la música de acompañamiento, veíamos con detenimiento los agiles movimientos de quienes hacían su mejor esfuerzo para lograr el reconocimiento de los asistentes. De dónde será la cuadrilla esta que estamos mirando -pregunté mientras señalaba con el índice a los danzantes-; por su sombrero de copa, capa, y máscara de madera del tipo afrancesado, en algunos casos sombrillas, son los catrines, aunque desconozco el lugar de donde provienen, pues han surgido diferentes, digamos imitaciones de estos grupos, lo cierto es que fueron los franceses que se asentaron en Tlaxcala, en el siglo XIX, quienes, se dice, enseñaban a las señoritas de los pueblos ocupados la música y los bailes de moda de su lejana patria.

Desde luego que ahora todo se ha modificado, desde la indumentaria hasta la música, aunque todavía existen algunos casos que conservan la tradición de este tipo de celebraciones; por ejemplo, la danza de las cintas, poco practicada en estos días pero reconocida desde el siglo XVIII por algunos historiadores como una danza autóctona de México, siendo quizá la única que no ha sufrido alteraciones; donde se colocan los listones multicolores en un poste de dos metros de alto, lo impresionante es la forma de cómo se va trenzando al compás de la música, para después con movimientos contrarios quedar nuevamente como al inicio; obviamente, creo, es una de las mejores formas de demostrar, desde un punto de vista cultural, la preservación de una danza que seguramente en otros años adelante habrá de desaparecer.

Caminando rápidamente llegamos al lugar de las reuniones, encontrándonos solo al amigo de la bonanza, quien al momento de tenernos cerca nos preguntó: ¿Qué les pasó que llegan un poco tarde? Nada -respondió el amigo de la mesura-, nos entretuvimos a mirar a los huehues y por ello la demora. Justamente quiero decirles que allá en mi colonia di una buena aportación para la música de una de las camadas, aunque he de confesarles que no me gustan mucho, pues pareciera se les ha agotado la creatividad y la imaginación, pues casi siempre es lo mismo; ya deberían cambiar para ponerse de acuerdo a la moda en sus vestuarios y en la música. Con una mirada de complicidad entre los que llegamos nos aceptamos que los cambios sugeridos son como el principio del fin…

No bien hubo terminado su comentario cuando apareció nuestro amigo de la beligerancia constante, sin ser la excepción, al sentarse, dijo en tono de molestia: disculpen la tardanza, pero las calles de la ciudad son intransitables, peor aún con esto del carnaval cierran las calles arbitrariamente.

Deja tu mal humor -lo interrumpí-, mejor siéntate en la comodidad de tu silla y disponte a saborear el café que ya habíamos solicitado.

La cultura hace al hombre algo más que un accidente del universo

André Malraux

Distraído por la alegoría provocada por el carnaval, fui motivado para presenciar la participación de una de las tantas cuadrillas que habían llegado desde diferentes puntos del estado con el propósito de competir con sus contrapartes; justo cuando estuve a punto de ocupar en lugar en las gradas, instaladas exprofeso, fui alcanzado por el amigo de la paciencia y cordura natural. Te acompaño -me dijo- a observar a los huehues, aunque sea un rato, pues tenemos que llegar a la reunión con nuestros amigos. Claro que sí -le respondí-, veamos unos cuantos bailables y luego nos vamos al lugar de costumbre. Así que sea -me respondió-, y solo para tu breviario cultural quiero decirte que no son bailables, sino danzas lo que vamos a observar, los dos sonreímos por mi ignorancia al respecto.

Instalados en lugares estratégicos, donde podían apreciarse las vestimentas de los danzantes, así como el escuchar la música de acompañamiento, veíamos con detenimiento los agiles movimientos de quienes hacían su mejor esfuerzo para lograr el reconocimiento de los asistentes. De dónde será la cuadrilla esta que estamos mirando -pregunté mientras señalaba con el índice a los danzantes-; por su sombrero de copa, capa, y máscara de madera del tipo afrancesado, en algunos casos sombrillas, son los catrines, aunque desconozco el lugar de donde provienen, pues han surgido diferentes, digamos imitaciones de estos grupos, lo cierto es que fueron los franceses que se asentaron en Tlaxcala, en el siglo XIX, quienes, se dice, enseñaban a las señoritas de los pueblos ocupados la música y los bailes de moda de su lejana patria.

Desde luego que ahora todo se ha modificado, desde la indumentaria hasta la música, aunque todavía existen algunos casos que conservan la tradición de este tipo de celebraciones; por ejemplo, la danza de las cintas, poco practicada en estos días pero reconocida desde el siglo XVIII por algunos historiadores como una danza autóctona de México, siendo quizá la única que no ha sufrido alteraciones; donde se colocan los listones multicolores en un poste de dos metros de alto, lo impresionante es la forma de cómo se va trenzando al compás de la música, para después con movimientos contrarios quedar nuevamente como al inicio; obviamente, creo, es una de las mejores formas de demostrar, desde un punto de vista cultural, la preservación de una danza que seguramente en otros años adelante habrá de desaparecer.

Caminando rápidamente llegamos al lugar de las reuniones, encontrándonos solo al amigo de la bonanza, quien al momento de tenernos cerca nos preguntó: ¿Qué les pasó que llegan un poco tarde? Nada -respondió el amigo de la mesura-, nos entretuvimos a mirar a los huehues y por ello la demora. Justamente quiero decirles que allá en mi colonia di una buena aportación para la música de una de las camadas, aunque he de confesarles que no me gustan mucho, pues pareciera se les ha agotado la creatividad y la imaginación, pues casi siempre es lo mismo; ya deberían cambiar para ponerse de acuerdo a la moda en sus vestuarios y en la música. Con una mirada de complicidad entre los que llegamos nos aceptamos que los cambios sugeridos son como el principio del fin…

No bien hubo terminado su comentario cuando apareció nuestro amigo de la beligerancia constante, sin ser la excepción, al sentarse, dijo en tono de molestia: disculpen la tardanza, pero las calles de la ciudad son intransitables, peor aún con esto del carnaval cierran las calles arbitrariamente.

Deja tu mal humor -lo interrumpí-, mejor siéntate en la comodidad de tu silla y disponte a saborear el café que ya habíamos solicitado.