/ viernes 13 de noviembre de 2020

La mentira como lenguaje del poder

Se inhabilitó por malversación a quien fue titular de la cultura en el sexenio anterior y la funcionaria del caso inmediatamente contestó: “las aseveraciones son infundadas y las impugnaré”. Es posible que pueda probar su dicho, pero si le impusieron ya una multa de veinte millones por una malversación de cincuenta, es que sin duda el órgano fiscalizador tiene los “pelos de la burra en la mano”. En la palabra de los conductores políticos, faltar a la verdad es una práctica cotidiana. Hasta pensaríamos que se trata de un concurso para ver quién miente más y mejor.

El daño que se infringe a la sociedad entera cuando un dirigente miente es descomunal, dependiendo de qué tan elevada sea la figura política. Pero además es una práctica que pareciera universal. Tenemos el caso del depuesto presidente del Perú, a quien acusaron de recibir sobornos cuando fue gobernador, quien con la mayor naturalidad lo negó. O el caso del munícipe chiautempense, que con mentiras obtuvo de su ayuntamiento autorización para adquirir un predio. Nunca les dijo que el vendedor sería su hermano ni la cantidad de compra que resultó excesiva. La mentira superlativa emitida por el actual dirigente de EE. UU. al afirmar que en la pasada elección habría fraude, cuando aún no se celebraba. Y sigue afirmándolo a pesar de que carece de pruebas fehacientes que soporten su dicho. Hay mediciones mediáticas que afirman que este señor durante su cuatrienio estuvo mintiendo a un promedio de dieciséis veces por día. En nuestro país se cohechó con muchísimos millones la voluntad política de diputados para obtener la aprobación de la Reforma Energética que entregaba el petróleo y la energía eléctrica al exterior y cuando todo salió a la luz pública, los participantes sufrieron amnesia y por supuesto que negaron cualquier embute. Lo mismo pasó con la estafa maestra que encabezó una ex funcionaria de alto nivel, que hoy se hospeda en una celda.

Faltar a la verdad, conducir la pública palabra con falsedad o patrañas es un cáncer en la vida pública de cualquier país, que se vuelve metástasis cuando en las campañas políticas se hacen mil ofrecimientos, conscientes de que no habrá quien o instrumento jurídico alguno que los obligue a su cumplimiento. Desde la antigua Roma hasta nuestros días la sociedad adolece de un arma defensiva contra estas farsas e infundios, utilizadas a conveniencia por los titulares del poder público y político. Algo o alguien debe defender a la sociedad. Si queremos dar un salto cuántico en la democracia para perfeccionarla con honestidad, tenemos que empezar por construir los dispositivos jurídicos que permitan el castigo para los titulares del poder público de cualquier nivel, que los obligue a no mentir y a cumplir los ofrecimientos que frente a sus electores plantean. Porque es muy fácil prometer y ofrecer, cuando de antemano se sabe que no se cumplirá. Es una falta ética y moral con premeditación, alevosía y ventaja, porque están ciertos de que no habrá quien, cuando estén en el poder les reclamará el cumplimiento de sus falsas promesas.

Por favor señores funcionarios y políticos, no le sigan faltando el respeto a la sociedad con promesas y ofrecimientos alejados de la realidad. Tengan un poco de decencia política para las sociedades a quienes conducen.

¡Para salvedad de la especie, hay sus honrosas excepciones!




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Se inhabilitó por malversación a quien fue titular de la cultura en el sexenio anterior y la funcionaria del caso inmediatamente contestó: “las aseveraciones son infundadas y las impugnaré”. Es posible que pueda probar su dicho, pero si le impusieron ya una multa de veinte millones por una malversación de cincuenta, es que sin duda el órgano fiscalizador tiene los “pelos de la burra en la mano”. En la palabra de los conductores políticos, faltar a la verdad es una práctica cotidiana. Hasta pensaríamos que se trata de un concurso para ver quién miente más y mejor.

El daño que se infringe a la sociedad entera cuando un dirigente miente es descomunal, dependiendo de qué tan elevada sea la figura política. Pero además es una práctica que pareciera universal. Tenemos el caso del depuesto presidente del Perú, a quien acusaron de recibir sobornos cuando fue gobernador, quien con la mayor naturalidad lo negó. O el caso del munícipe chiautempense, que con mentiras obtuvo de su ayuntamiento autorización para adquirir un predio. Nunca les dijo que el vendedor sería su hermano ni la cantidad de compra que resultó excesiva. La mentira superlativa emitida por el actual dirigente de EE. UU. al afirmar que en la pasada elección habría fraude, cuando aún no se celebraba. Y sigue afirmándolo a pesar de que carece de pruebas fehacientes que soporten su dicho. Hay mediciones mediáticas que afirman que este señor durante su cuatrienio estuvo mintiendo a un promedio de dieciséis veces por día. En nuestro país se cohechó con muchísimos millones la voluntad política de diputados para obtener la aprobación de la Reforma Energética que entregaba el petróleo y la energía eléctrica al exterior y cuando todo salió a la luz pública, los participantes sufrieron amnesia y por supuesto que negaron cualquier embute. Lo mismo pasó con la estafa maestra que encabezó una ex funcionaria de alto nivel, que hoy se hospeda en una celda.

Faltar a la verdad, conducir la pública palabra con falsedad o patrañas es un cáncer en la vida pública de cualquier país, que se vuelve metástasis cuando en las campañas políticas se hacen mil ofrecimientos, conscientes de que no habrá quien o instrumento jurídico alguno que los obligue a su cumplimiento. Desde la antigua Roma hasta nuestros días la sociedad adolece de un arma defensiva contra estas farsas e infundios, utilizadas a conveniencia por los titulares del poder público y político. Algo o alguien debe defender a la sociedad. Si queremos dar un salto cuántico en la democracia para perfeccionarla con honestidad, tenemos que empezar por construir los dispositivos jurídicos que permitan el castigo para los titulares del poder público de cualquier nivel, que los obligue a no mentir y a cumplir los ofrecimientos que frente a sus electores plantean. Porque es muy fácil prometer y ofrecer, cuando de antemano se sabe que no se cumplirá. Es una falta ética y moral con premeditación, alevosía y ventaja, porque están ciertos de que no habrá quien, cuando estén en el poder les reclamará el cumplimiento de sus falsas promesas.

Por favor señores funcionarios y políticos, no le sigan faltando el respeto a la sociedad con promesas y ofrecimientos alejados de la realidad. Tengan un poco de decencia política para las sociedades a quienes conducen.

¡Para salvedad de la especie, hay sus honrosas excepciones!




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