/ lunes 29 de octubre de 2018

Tiempos de Democracia

De la Cuarta Transformación y de un estilo de ejercer el poder inquietantemente vertical y autoritario

La pregunta se impone… ¿qué asuntos son materia de consulta? ¿Solo los que señale Amlo? ¿O cuál será el criterio?

El tema de la ubicación del nuevo aeropuerto, adelanto de la forma como se tomarán decisiones en el nuevo régimen

Estoy de vuelta, amigo lector. En este tiempo que tomé de fértil holganza -no es contradicción- me enteré que por estos pagos anduvo el presidente electo repartiendo indulgencias y pronunciando emotivos sermones y múltiples premoniciones de bienestar. También sé que perecieron tres personas en Sanctorum por una explosión de juegos pirotécnicos, mal endémico del que no escaparemos hasta que los curitas de pueblo prohíban su uso en las fiestas parroquiales. Fatalismo puro; muertes inútiles. Y supe también que, por fin, se firmó el acuerdo trilateral de comercio con Estados Unidos y Canadá, cuyos efectos no tardaremos en resentir en Tlaxcala. Gracias a él, o por culpa de él -según se vea-, probablemente se iniciará una tendencia salarial alcista y, transitoriamente, se perderán plazas laborales y se pospondrán algunas inversiones. Por último, una buena noticia: la Cuarta Transformación pretende regular, para todo fin, la marihuana y, para propósitos medicinales, la amapola. De concretarse la idea, sería el primer paso serio hacia la construcción de la paz interna del país. Pero solo el primero.

Señales preocupante

A lo que no le hallo pies ni cabeza es a la consulta a que convocó AMLO para poner en manos del pueblo “que nunca se equivoca” el asunto de la ubicación del nuevo aeropuerto de la CDMX. Si consultar improvisada y caprichosamente decisiones importantes será la pauta de su gobierno, preparémonos entonces a vivir una etapa en la que solo “el dedito” del tabasqueño definirá el rumbo del país. En un artículo previo a las elecciones escribí que, en el candidato de Morena, se advertían rasgos de autoritarismo y una proclividad preocupante a ejercer el poder vertical y unipersonalmente. No obstante que esa percepción va camino de confirmarse, sigue creciendo el caudal de sus seguidores, convencidos como están que actúa movido por una inquebrantable voluntad de acortar la brecha de desigualdad que separa a los mexicanos.

¿Dónde está la lógica?

Si esa ansia consultora -democracia participativa hemos de llamarle- de López Obrador fuera del todo cierta y tuviera en verdad una inspiración sana… ¿Por qué derivar hacia la gente llana y desinformada -me incluyo- una determinación de alto grado de complejidad técnica en la que no está capacitada? ¿Por qué mejor no le pregunta a millones de padres de familia su opinión acerca de la Reforma Educativa que va a proponer? En ese caso, los opinantes no desconocen la cuestión consultada y sería interesante para el decisor conocer sus puntos de vista. Pero, por favor… ¿sobre un nuevo aeropuerto? Lo digo sin ambages: el futuro presidente convirtió a quienes serán sus gobernados en ingenuos protagonistas de una farsa, organizada por sus afines morenistas y sin apego a ninguna regulación que hiciera confiable sus resultados.

Ante hechos consumados… sólo cabe mitigar errores

Mas no es ese el único despropósito. A la ignorancia de la ciudadanía en torno a asuntos tan especializados, y al desorden y parcialidad que privó en el ejercicio, hay que agregar una realidad insoslayable: buena o mala, perfectible sí o sí, y por supuesto revisable de arriba a abajo, la alternativa Texcoco está en marcha y en ella se han invertido muchos miles de millones de pesos. Suspenderla supondría incurrir en el vicio -muy mexicano y muy repetido en los estados, v.gr. en Tlaxcala- de desechar proyectos por el solo hecho de haber sido concebidos por otros mandatarios. Una medida así se justificaría si la obra cuestionada fuera el mausoleo de un dictador… ¿pero un aeropuerto? Si hay sospechas de corrupción, ¡encáusese a los responsables!; si hay lujos excesivos, ¡limítense!; si hay dudas de su funcionalidad, ¡corríjase el diseño!; si hay fórmulas de financiamiento menos onerosas, ¡acométanse! Pero no se tire a la basura lo ya realizado.

Soluciones tal vez mejores…, pero extemporáneas

En torno al tema se ha dicho gran cantidad de mentiras e incurrido en múltiples y enfebrecidas exageraciones. Soy amigo personal del ingeniero José María Riobóo, asesor de Andrés Manuel y el más conocido impulsor de la opción Santa Lucía. Fuimos compañeros en la Facultad de Ingeniería y ambos somos hijos de exiliados de la Guerra Civil Española, de los acogidos en México por el presidente Cárdenas. Hace cosa de un año, reunidos en la casa de este escribidor, Riobóo me obsequió un cuadernillo escrupulosamente editado en que explicaba por qué, a su juicio, convenía Santa Lucía. No obstante lo persuasivo de sus argumentos, reservé mi opinión, confesándome como un absoluto ignorante de la materia. No lo dije, pero pesaba en mi análisis que abandonar Texcoco dejaría muy mal parado, no a Peña Nieto, sino al país.

De vuelta a un pasado paternalista y demagógico

Pero no nos perdamos. El tema de fondo en esta laberíntica discusión técnica y financiera no es sólo el relativo a la elección de la mejor ubicación para un aeropuerto -asunto por si trascendente que debió ser resuelto en exclusiva por expertos-, sino el político que en él subyace y que se refiere a la manera como van a tomarse las decisiones importantes en el nuevo régimen. Detrás del “mandar obedeciendo” que parece ser el mantra central del discurso de Andrés Manuel, hay una inclinación encubierta para restaurar el presidencialismo que el PRI elevó al rango de monarquía sexenal el pasado siglo. Tras una engañosa retórica de marcado acento populista merced a la cual la responsabilidad se delega en el pueblo bueno y sabio, el personaje que tomará el mando de la nación en un mes y días envía señales inequívocas de que volveremos a los tiempos del obsecuente e inapelable “sí, señor presidente”, cuando si el que mandaba se equivocaba… ¡volvía a mandar!

Sensación inevitable de burla

Si la cancelación del NAIM fue una oferta de López Obrador en su campaña… ¿Para qué consultarla entonces? ¿Solo para ratificarla mediante un ejercicio sin fiabilidad ninguna? Si ese era su objetivo, no requería montar tamaña faramalla. Pero si por lo contrario se arrepintió de su ofrecimiento, entonces sí que precisaba de una justificación para no aparecer como un político que no cumple sus promesas. Para eso sí que servía preguntar al pueblo si su interés (¿) había sido bien interpretado por quien -dice- sólo vive para atenderlo y servirlo. Si la tal consulta llegó ayer a buen fin, usted, amigo lector, conoce ya el desenlace del montaje seudo democrático ideado por el más imaginativo líder político de los tiempos modernos, capaz de tener en vilo a la opinión pública de un país a causa de una más de sus frecuentes ocurrencias.

Conclusión

En una sociedad dramáticamente desigual no tiene sentido preguntar a un habitante de Cartolandia de Apizaco dónde prefiere que se ubique el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Tan absurdo es como interrogar a un residente de las Lomas de Chapultepec dónde prefiere tener una tienda Liconsa de leche subsidiada. Termino: abusar de la fidelidad de sus seguidores puede, con el tiempo, conllevar una respuesta adversa al futuro gobierno de AMLO. Y el que su “dedito” haya favorecido a Texcoco o a Santa Lucía, nada de lo dicho no cambia.


De la Cuarta Transformación y de un estilo de ejercer el poder inquietantemente vertical y autoritario

La pregunta se impone… ¿qué asuntos son materia de consulta? ¿Solo los que señale Amlo? ¿O cuál será el criterio?

El tema de la ubicación del nuevo aeropuerto, adelanto de la forma como se tomarán decisiones en el nuevo régimen

Estoy de vuelta, amigo lector. En este tiempo que tomé de fértil holganza -no es contradicción- me enteré que por estos pagos anduvo el presidente electo repartiendo indulgencias y pronunciando emotivos sermones y múltiples premoniciones de bienestar. También sé que perecieron tres personas en Sanctorum por una explosión de juegos pirotécnicos, mal endémico del que no escaparemos hasta que los curitas de pueblo prohíban su uso en las fiestas parroquiales. Fatalismo puro; muertes inútiles. Y supe también que, por fin, se firmó el acuerdo trilateral de comercio con Estados Unidos y Canadá, cuyos efectos no tardaremos en resentir en Tlaxcala. Gracias a él, o por culpa de él -según se vea-, probablemente se iniciará una tendencia salarial alcista y, transitoriamente, se perderán plazas laborales y se pospondrán algunas inversiones. Por último, una buena noticia: la Cuarta Transformación pretende regular, para todo fin, la marihuana y, para propósitos medicinales, la amapola. De concretarse la idea, sería el primer paso serio hacia la construcción de la paz interna del país. Pero solo el primero.

Señales preocupante

A lo que no le hallo pies ni cabeza es a la consulta a que convocó AMLO para poner en manos del pueblo “que nunca se equivoca” el asunto de la ubicación del nuevo aeropuerto de la CDMX. Si consultar improvisada y caprichosamente decisiones importantes será la pauta de su gobierno, preparémonos entonces a vivir una etapa en la que solo “el dedito” del tabasqueño definirá el rumbo del país. En un artículo previo a las elecciones escribí que, en el candidato de Morena, se advertían rasgos de autoritarismo y una proclividad preocupante a ejercer el poder vertical y unipersonalmente. No obstante que esa percepción va camino de confirmarse, sigue creciendo el caudal de sus seguidores, convencidos como están que actúa movido por una inquebrantable voluntad de acortar la brecha de desigualdad que separa a los mexicanos.

¿Dónde está la lógica?

Si esa ansia consultora -democracia participativa hemos de llamarle- de López Obrador fuera del todo cierta y tuviera en verdad una inspiración sana… ¿Por qué derivar hacia la gente llana y desinformada -me incluyo- una determinación de alto grado de complejidad técnica en la que no está capacitada? ¿Por qué mejor no le pregunta a millones de padres de familia su opinión acerca de la Reforma Educativa que va a proponer? En ese caso, los opinantes no desconocen la cuestión consultada y sería interesante para el decisor conocer sus puntos de vista. Pero, por favor… ¿sobre un nuevo aeropuerto? Lo digo sin ambages: el futuro presidente convirtió a quienes serán sus gobernados en ingenuos protagonistas de una farsa, organizada por sus afines morenistas y sin apego a ninguna regulación que hiciera confiable sus resultados.

Ante hechos consumados… sólo cabe mitigar errores

Mas no es ese el único despropósito. A la ignorancia de la ciudadanía en torno a asuntos tan especializados, y al desorden y parcialidad que privó en el ejercicio, hay que agregar una realidad insoslayable: buena o mala, perfectible sí o sí, y por supuesto revisable de arriba a abajo, la alternativa Texcoco está en marcha y en ella se han invertido muchos miles de millones de pesos. Suspenderla supondría incurrir en el vicio -muy mexicano y muy repetido en los estados, v.gr. en Tlaxcala- de desechar proyectos por el solo hecho de haber sido concebidos por otros mandatarios. Una medida así se justificaría si la obra cuestionada fuera el mausoleo de un dictador… ¿pero un aeropuerto? Si hay sospechas de corrupción, ¡encáusese a los responsables!; si hay lujos excesivos, ¡limítense!; si hay dudas de su funcionalidad, ¡corríjase el diseño!; si hay fórmulas de financiamiento menos onerosas, ¡acométanse! Pero no se tire a la basura lo ya realizado.

Soluciones tal vez mejores…, pero extemporáneas

En torno al tema se ha dicho gran cantidad de mentiras e incurrido en múltiples y enfebrecidas exageraciones. Soy amigo personal del ingeniero José María Riobóo, asesor de Andrés Manuel y el más conocido impulsor de la opción Santa Lucía. Fuimos compañeros en la Facultad de Ingeniería y ambos somos hijos de exiliados de la Guerra Civil Española, de los acogidos en México por el presidente Cárdenas. Hace cosa de un año, reunidos en la casa de este escribidor, Riobóo me obsequió un cuadernillo escrupulosamente editado en que explicaba por qué, a su juicio, convenía Santa Lucía. No obstante lo persuasivo de sus argumentos, reservé mi opinión, confesándome como un absoluto ignorante de la materia. No lo dije, pero pesaba en mi análisis que abandonar Texcoco dejaría muy mal parado, no a Peña Nieto, sino al país.

De vuelta a un pasado paternalista y demagógico

Pero no nos perdamos. El tema de fondo en esta laberíntica discusión técnica y financiera no es sólo el relativo a la elección de la mejor ubicación para un aeropuerto -asunto por si trascendente que debió ser resuelto en exclusiva por expertos-, sino el político que en él subyace y que se refiere a la manera como van a tomarse las decisiones importantes en el nuevo régimen. Detrás del “mandar obedeciendo” que parece ser el mantra central del discurso de Andrés Manuel, hay una inclinación encubierta para restaurar el presidencialismo que el PRI elevó al rango de monarquía sexenal el pasado siglo. Tras una engañosa retórica de marcado acento populista merced a la cual la responsabilidad se delega en el pueblo bueno y sabio, el personaje que tomará el mando de la nación en un mes y días envía señales inequívocas de que volveremos a los tiempos del obsecuente e inapelable “sí, señor presidente”, cuando si el que mandaba se equivocaba… ¡volvía a mandar!

Sensación inevitable de burla

Si la cancelación del NAIM fue una oferta de López Obrador en su campaña… ¿Para qué consultarla entonces? ¿Solo para ratificarla mediante un ejercicio sin fiabilidad ninguna? Si ese era su objetivo, no requería montar tamaña faramalla. Pero si por lo contrario se arrepintió de su ofrecimiento, entonces sí que precisaba de una justificación para no aparecer como un político que no cumple sus promesas. Para eso sí que servía preguntar al pueblo si su interés (¿) había sido bien interpretado por quien -dice- sólo vive para atenderlo y servirlo. Si la tal consulta llegó ayer a buen fin, usted, amigo lector, conoce ya el desenlace del montaje seudo democrático ideado por el más imaginativo líder político de los tiempos modernos, capaz de tener en vilo a la opinión pública de un país a causa de una más de sus frecuentes ocurrencias.

Conclusión

En una sociedad dramáticamente desigual no tiene sentido preguntar a un habitante de Cartolandia de Apizaco dónde prefiere que se ubique el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Tan absurdo es como interrogar a un residente de las Lomas de Chapultepec dónde prefiere tener una tienda Liconsa de leche subsidiada. Termino: abusar de la fidelidad de sus seguidores puede, con el tiempo, conllevar una respuesta adversa al futuro gobierno de AMLO. Y el que su “dedito” haya favorecido a Texcoco o a Santa Lucía, nada de lo dicho no cambia.