/ lunes 2 de septiembre de 2019

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

Entre el temor y la esperanza

Es indiscutible la eficacia de la retórica discursiva de López Obrador. Sus polarizantes arengas, pobladas de justas reivindicaciones pero también de provocaciones, excesos e inexactitudes, encienden el entusiasmo de sus prosélitos y el enojo de quienes no lo son. Y a los observadores comprometidos con la objetividad les complica la construcción de una teoría que explique su muy compleja personalidad


Cuando una persona mínimamente sensible entra -por las razones que sean- en contacto con las penurias económicas que afectan a la mitad de los mexicanos, cuando se acerca a su pobreza, cuando comparte con ellos el sufrimiento que conlleva carecer de lo indispensable, cuando se convive con el amontonamiento y la promiscuidad, cuando se huele la miseria, cuando la subalimentación conduce a la desnutrición y cuando de esta se transita a la enfermedad y a la muerte sin que el Estado intervenga en su auxilio, entonces se comprende la aversión colectiva que existe a las políticas neoliberales y a quienes las operaron con tecnócrata frialdad para beneficio de pocos y perjuicio de muchos. Es también cuando se entiende el porqué del éxodo masivo a Estados Unidos que desintegró a tantas familias -entre ellas cientos de tlaxcaltecas-, y que es, a su vez, una de las causas de la afiliación de hombres y mujeres jóvenes a las conductas antisociales.

AMLO, un redentor sin mácula personal

En un país como el nuestro, en que el ejercicio de la política se asocia al enriquecimiento ilícito y a la ostentación impune de fortunas mal habidas, es rara avis hallar a alguien ejemplo de lo contrario. Un hecho indisputable es que nadie, ni sus adversarios más enconados, osan poner en tela de juicio la honestidad personal de López Obrador, un personaje austero en sus costumbres y enemigo jurado de la opulencia. Y tampoco hay quien dude que su leitmotiv como hombre público ha sido su inconmovible solidaridad con los desheredados. Gracias a que atesora esas virtudes, la gente llana se identifica con él y lo reconoce su líder natural. La palabra de Andrés Manuel es verdad revelada y, por tanto, le apoyan en sus prédicas; su pensamiento es infalible y sus dictados son, para sus fieles, las tablas de la ley. ¿Quién pues puede decirse sorprendido de la vehemencia con que los olvidados del sistema convirtieron su indignación en 30 millones de votos a su favor?

“…que me apunten en la lista…”

Dos caras tiene el populista. Una, buena, que nadie en buena lid puede rebatir: prioriza la lucha contra la pobreza, poniendo al alcance de los que nada tienen servicios y satisfactores que otros gobiernos no les dieron. Otra, mala, en extremo peligrosa: repudia todo contrapeso a su mando, penetra otros poderes a fin de controlarlos, asume funciones que no son suyas, critica y amedrenta a sus críticos, erosiona las instituciones autónomas y concentra en la persona del líder todo las atribuciones del Estado, erigiéndose en intérprete único de la voluntad popular y haciéndola valer por encima incluso de la Constitución. Un estudioso de la materia como Jesús Silva-Herzog Márquez no hace distingos entre los populismos y reconoce en ellos “…el desafío más serio que enfrentan las democracias liberales contemporáneas…”. La historia apoya su aserto: no se sabe de ningún populista que haya resistido a la tentación de acabar perpetuando su iluminado caudillaje.

Planteamientos sociales básicos

La profundización de la desigualdad económica y social requiere invertir las causas que la engendraron. Los desastrosos saldos dejados por el neoliberalismo -a cuya inequidad se atribuye la proliferación de movimientos populistas en el mundo- induce a compartir sin dubitaciones la esperanza de que el presidente lleve a buen puerto los objetivos propuestos. Si dando al gasto público una orientación eminentemente social consigue fortalecer la economía popular, que funcionen los servicios de salud y que cumplan los maestros con su deber de enseñar, se habrá dado un gran paso en la dirección correcta. Y por lo que toca a los índices de violencia que padecemos se espera obtener una reducción, gradual pero consistente, merced al triple efecto de: 1) atender a los marginados, 2) profesionalizar las fuerzas de seguridad y, 3) abatir la corrupción. A ese propósito habrá de contribuir la promulgación de una Ley de Amnistía y la legalización de las drogas llamadas suaves.

El plazo de seis años

Tras el reciente trabajo periodístico en el que repasamos la vida y obra de doce políticos que precedieron en la presidencia a López Obrador, tengo bases para afirmar que ninguno ofreció cumplir tantas y tan ambiciosas metas como las que están incluidas en su Cuarta Transformación. Cierto, cada uno de esos mandatarios dejó su impronta en la historia del país; sin embargo sólo dos, Salinas en la era moderna, y Cárdenas en la postrevolucionaria, dieron a la nación un rumbo sostenido en el tiempo por encima de coyunturas circunstanciales y pasajeras. Salinas dio a la economía un giro radical, y Cárdenas confirió a lo social un rostro humano. Si se da crédito a las ofertas de Andrés Manuel estamos ya en el umbral de otro cambio verdadero; empero, esa mutación no podrá hacerla de la noche a la mañana. No nos engañemos: construir los cimientos sobre los que se levantaría un nuevo México necesita tiempo. Y tiene sólo un sexenio… ¡improrrogable!

El toma y daca con los pudientes

No son pocos ni pequeños los obstáculos que el conservadurismo está interponiendo a López Obrador. El tabasqueño hizo saber en su campaña que aspiraba a separar el poder económico del poder político, tal como Juárez alejó a la Iglesia de los asuntos del Estado. No le será fácil; los hombres del dinero, nerviosos por la falta de refrendo de sus ventajosos contratos con que acostumbraban lucrar, y la anulación de las exenciones fiscales a las que estaban abonados, han adoptado una actitud retardataria, legaloide y chantajista que ha provocado una preocupante caída del crecimiento. Las partes se han trabado en un duelo de discursos pleno de mutuas lisonjas… y cero resultados. Se reúnen, se prometen, se sonríen y se fotografían, pero los recursos privados no fluyen y los del gobierno se atoran por falta de experiencia en su manejo. Los mercados aguardan expectantes el saldo del pulso… y mientras los indicadores económicos siguen en continuo descenso.

Del Informe de gobierno

Sólo horas han pasado luego del primer informe formal de AMLO, evento al que llegó con una aprobación inédita del 69 %. Si usted, amable lector, no tuvo ocasión de escucharlo, hoy lunes 2 de septiembre podrá ver y oír en los informativos de la televisión imágenes del acto en que sometió a la consideración ciudadana -a su manera y con sus peculiares y siempre directas expresiones- los avances logrados en los primeros nueve meses de gestión. Días habrá para ir conociendo las reacciones que sus conceptos generaron en sus gobernados. Será de especial interés repasar su discurso para detectar si, además de alabar aciertos, eliminar dudas y aclarar ideas, fue también capaz de admitir contradicciones y corregir errores. Discerniremos en suma si las experiencias ya vividas como mandatario y las dificultades que ha enfrentado le han sugerido la conveniencia de realizar algunos ajustes a la Cuarta Transformación con la que –dice- que “…juntos haremos historia...”.

Hecho bolas…

Si usted, estimado amigo, ha llegado hasta aquí en la lectura del presente artículo se habrá percatado que, como opinador, estoy atrapado en una contradicción flagrante. De una parte me confieso esperanzado de que, por encima de frases de aliento y certeza sin mayor sustento como la de “…vamos requetebién…” -, López Obrador pueda hacer realidad sus expectativas de bienestar, justicia y crecimiento. Y de otra reconozco que se infiere de mis propias palabras que son muchos mis temores, no sólo de que la Cuarta Transformación descarrile y acabe tomando la misma vía de gobiernos anteriores, sino de que la obsesión de su iluminado líder le lleve a seguir concentrando en su persona poderes y derive a una suerte de gobernante demagogo y autócrata que retrotraiga a México hacia periodos olvidables de su Historia.

  • Los desastrosos saldos dejados por el neoliberalismo -a cuya inequidad se atribuye la proliferación de movimientos populistas en el mundo- induce a compartir sin dubitaciones la esperanza de que el presidente lleve a buen puerto los objetivos propuestos.

Entre el temor y la esperanza

Es indiscutible la eficacia de la retórica discursiva de López Obrador. Sus polarizantes arengas, pobladas de justas reivindicaciones pero también de provocaciones, excesos e inexactitudes, encienden el entusiasmo de sus prosélitos y el enojo de quienes no lo son. Y a los observadores comprometidos con la objetividad les complica la construcción de una teoría que explique su muy compleja personalidad


Cuando una persona mínimamente sensible entra -por las razones que sean- en contacto con las penurias económicas que afectan a la mitad de los mexicanos, cuando se acerca a su pobreza, cuando comparte con ellos el sufrimiento que conlleva carecer de lo indispensable, cuando se convive con el amontonamiento y la promiscuidad, cuando se huele la miseria, cuando la subalimentación conduce a la desnutrición y cuando de esta se transita a la enfermedad y a la muerte sin que el Estado intervenga en su auxilio, entonces se comprende la aversión colectiva que existe a las políticas neoliberales y a quienes las operaron con tecnócrata frialdad para beneficio de pocos y perjuicio de muchos. Es también cuando se entiende el porqué del éxodo masivo a Estados Unidos que desintegró a tantas familias -entre ellas cientos de tlaxcaltecas-, y que es, a su vez, una de las causas de la afiliación de hombres y mujeres jóvenes a las conductas antisociales.

AMLO, un redentor sin mácula personal

En un país como el nuestro, en que el ejercicio de la política se asocia al enriquecimiento ilícito y a la ostentación impune de fortunas mal habidas, es rara avis hallar a alguien ejemplo de lo contrario. Un hecho indisputable es que nadie, ni sus adversarios más enconados, osan poner en tela de juicio la honestidad personal de López Obrador, un personaje austero en sus costumbres y enemigo jurado de la opulencia. Y tampoco hay quien dude que su leitmotiv como hombre público ha sido su inconmovible solidaridad con los desheredados. Gracias a que atesora esas virtudes, la gente llana se identifica con él y lo reconoce su líder natural. La palabra de Andrés Manuel es verdad revelada y, por tanto, le apoyan en sus prédicas; su pensamiento es infalible y sus dictados son, para sus fieles, las tablas de la ley. ¿Quién pues puede decirse sorprendido de la vehemencia con que los olvidados del sistema convirtieron su indignación en 30 millones de votos a su favor?

“…que me apunten en la lista…”

Dos caras tiene el populista. Una, buena, que nadie en buena lid puede rebatir: prioriza la lucha contra la pobreza, poniendo al alcance de los que nada tienen servicios y satisfactores que otros gobiernos no les dieron. Otra, mala, en extremo peligrosa: repudia todo contrapeso a su mando, penetra otros poderes a fin de controlarlos, asume funciones que no son suyas, critica y amedrenta a sus críticos, erosiona las instituciones autónomas y concentra en la persona del líder todo las atribuciones del Estado, erigiéndose en intérprete único de la voluntad popular y haciéndola valer por encima incluso de la Constitución. Un estudioso de la materia como Jesús Silva-Herzog Márquez no hace distingos entre los populismos y reconoce en ellos “…el desafío más serio que enfrentan las democracias liberales contemporáneas…”. La historia apoya su aserto: no se sabe de ningún populista que haya resistido a la tentación de acabar perpetuando su iluminado caudillaje.

Planteamientos sociales básicos

La profundización de la desigualdad económica y social requiere invertir las causas que la engendraron. Los desastrosos saldos dejados por el neoliberalismo -a cuya inequidad se atribuye la proliferación de movimientos populistas en el mundo- induce a compartir sin dubitaciones la esperanza de que el presidente lleve a buen puerto los objetivos propuestos. Si dando al gasto público una orientación eminentemente social consigue fortalecer la economía popular, que funcionen los servicios de salud y que cumplan los maestros con su deber de enseñar, se habrá dado un gran paso en la dirección correcta. Y por lo que toca a los índices de violencia que padecemos se espera obtener una reducción, gradual pero consistente, merced al triple efecto de: 1) atender a los marginados, 2) profesionalizar las fuerzas de seguridad y, 3) abatir la corrupción. A ese propósito habrá de contribuir la promulgación de una Ley de Amnistía y la legalización de las drogas llamadas suaves.

El plazo de seis años

Tras el reciente trabajo periodístico en el que repasamos la vida y obra de doce políticos que precedieron en la presidencia a López Obrador, tengo bases para afirmar que ninguno ofreció cumplir tantas y tan ambiciosas metas como las que están incluidas en su Cuarta Transformación. Cierto, cada uno de esos mandatarios dejó su impronta en la historia del país; sin embargo sólo dos, Salinas en la era moderna, y Cárdenas en la postrevolucionaria, dieron a la nación un rumbo sostenido en el tiempo por encima de coyunturas circunstanciales y pasajeras. Salinas dio a la economía un giro radical, y Cárdenas confirió a lo social un rostro humano. Si se da crédito a las ofertas de Andrés Manuel estamos ya en el umbral de otro cambio verdadero; empero, esa mutación no podrá hacerla de la noche a la mañana. No nos engañemos: construir los cimientos sobre los que se levantaría un nuevo México necesita tiempo. Y tiene sólo un sexenio… ¡improrrogable!

El toma y daca con los pudientes

No son pocos ni pequeños los obstáculos que el conservadurismo está interponiendo a López Obrador. El tabasqueño hizo saber en su campaña que aspiraba a separar el poder económico del poder político, tal como Juárez alejó a la Iglesia de los asuntos del Estado. No le será fácil; los hombres del dinero, nerviosos por la falta de refrendo de sus ventajosos contratos con que acostumbraban lucrar, y la anulación de las exenciones fiscales a las que estaban abonados, han adoptado una actitud retardataria, legaloide y chantajista que ha provocado una preocupante caída del crecimiento. Las partes se han trabado en un duelo de discursos pleno de mutuas lisonjas… y cero resultados. Se reúnen, se prometen, se sonríen y se fotografían, pero los recursos privados no fluyen y los del gobierno se atoran por falta de experiencia en su manejo. Los mercados aguardan expectantes el saldo del pulso… y mientras los indicadores económicos siguen en continuo descenso.

Del Informe de gobierno

Sólo horas han pasado luego del primer informe formal de AMLO, evento al que llegó con una aprobación inédita del 69 %. Si usted, amable lector, no tuvo ocasión de escucharlo, hoy lunes 2 de septiembre podrá ver y oír en los informativos de la televisión imágenes del acto en que sometió a la consideración ciudadana -a su manera y con sus peculiares y siempre directas expresiones- los avances logrados en los primeros nueve meses de gestión. Días habrá para ir conociendo las reacciones que sus conceptos generaron en sus gobernados. Será de especial interés repasar su discurso para detectar si, además de alabar aciertos, eliminar dudas y aclarar ideas, fue también capaz de admitir contradicciones y corregir errores. Discerniremos en suma si las experiencias ya vividas como mandatario y las dificultades que ha enfrentado le han sugerido la conveniencia de realizar algunos ajustes a la Cuarta Transformación con la que –dice- que “…juntos haremos historia...”.

Hecho bolas…

Si usted, estimado amigo, ha llegado hasta aquí en la lectura del presente artículo se habrá percatado que, como opinador, estoy atrapado en una contradicción flagrante. De una parte me confieso esperanzado de que, por encima de frases de aliento y certeza sin mayor sustento como la de “…vamos requetebién…” -, López Obrador pueda hacer realidad sus expectativas de bienestar, justicia y crecimiento. Y de otra reconozco que se infiere de mis propias palabras que son muchos mis temores, no sólo de que la Cuarta Transformación descarrile y acabe tomando la misma vía de gobiernos anteriores, sino de que la obsesión de su iluminado líder le lleve a seguir concentrando en su persona poderes y derive a una suerte de gobernante demagogo y autócrata que retrotraiga a México hacia periodos olvidables de su Historia.

  • Los desastrosos saldos dejados por el neoliberalismo -a cuya inequidad se atribuye la proliferación de movimientos populistas en el mundo- induce a compartir sin dubitaciones la esperanza de que el presidente lleve a buen puerto los objetivos propuestos.