/ lunes 7 de marzo de 2022

Tiempos de Democracia | De guerras y soberanías Parte 2

EEUU y la OTAN eluden el cara a cara con Rusia que desataría una guerra nuclear de proporciones cósmicas. Tratan de no escalar el conflicto y de mantenerlo dentro de las fronteras de la martirizada Ucrania; empero, si no pactan pronto la paz con Putin y lo siguen hostilizando, Occidente -México incluido- padecerá una muy severa crisis

No se me oculta que, entre los temas preferidos del público tlaxcalteca, no está el de las relaciones internacionales. Se entiende que así sea; en las actuales circunstancias la ciudadanía -usted, amigo lector; este opinador, o cualquier otra persona con responsabilidades- tiene puesta su atención en librar de la mejor manera posible los problemas que le plantea el día con día. La lucha -aquí y ahora- es contra el desempleo, la precariedad, la carestía y la inseguridad. No obstante, es de tal envergadura el diferendo que mantienen las democracias occidentales con el autócrata ruso Vladimir Putin, y tantas y tan graves las consecuencias que puede tener y está ya teniendo incluso en nuestro entorno que, aunque sea de forma somera, a nadie nos sobra enterarnos de lo que sucede por allá en la vieja Europa.

De los antecedentes remotos a los actuales

De entre los vividos los treinta últimos años, seleccioné en la anterior entrega los episodios que creo más importantes de esta crispante historia. Son aquellos que van desde la caída del muro de Berlín que apuró el derrumbe de la Unión Soviética, pasando por el tránsito paulatino de países de la antigua órbita comunista hacia la Organización del Tratado del Atlántico Norte, hasta llegar al actual punto de quiebre que ha significado la invasión rusa a Ucrania. Ese trasiego constante de las naciones que fueron signantes del extinto Pacto de Varsovia llevó a Putin a fijar un último e inamovible límite a la expansión política-militar de Occidente que llegaba ya a las puertas mismas de sus fronteras. A falta de un compromiso creíble de su contraparte, el presidente ruso decidió el asalto a un territorio que, por lo demás, siempre consideró perteneciente a la gran Rusia. Putin tiene en vilo al mundo entero al no precisar hasta donde llegará con su operación bélica, ralentizada por la inesperada resistencia ucraniana y por su prurito moral de evitar arrasar núcleos urbanos, en particular los de la simbólica ciudad capital de Kiev, origen histórico de todas las “Rusias”.

El tortuoso camino hacia la paz

Lo cierto es que la situación se empantanó y nadie sabe cual podrá ser su desenlace. Conforme la lucha se prolonga y abarca más ciudades y regiones de Ucrania -un país de 600 mil kilómetros cuadrados y 41 millones de habitantes- los bombardeos se multiplican, los combates terrestres se tornan despiadados, las bajas aumentan y la posibilidad de un alto al fuego como primer paso hacia la paz se desvanece. Bien está la unión lograda por las naciones demócratas ante el déspota de Moscú; pero mala y errada su estrategia de aislarlo internacionalmente y de armar a los partisanos ucranios, en tanto que complica la única salida racional al conflicto: la desmilitarización de una zona de seguridad en Ucrania, la autonomía de sus zonas rusófilas y el compromiso de la OTAN de acotar su crecimiento hacia Oriente. Fracasado el intento conciliador de Francia, las miradas se vuelven hacía China como la única mediadora posible.

¿Hasta dónde están dispuestas a llegar las potencias?

Los horrores de la guerra están a la vista. Edificios y barrios destruidos; familias separadas; mujeres, ancianos y niños errando por puestos fronterizos polacos, húngaros, checos, moldavos o rumanos en pos de un acogimiento incierto en países donde convivirán con gente que no profesa su religión, no habla su lengua ni entiende su aflicción. El de los refugiados es un problema de dimensiones infinitas que muchos intentan aliviar pero nadie acierta a resolver. Faltarán alimentos, medicinas y combustibles, y conoceremos de muertes por hambre, enfermedad y congelamiento. Horrible perspectiva que se convertiría en hecatombe si cualquiera de los gerifaltes implicados en la contienda se siente tentado a pulsar el fatídico botón que activa el uso del armamento nuclear que guardan en sus arsenales.

México frente a una crisis de dimensiones globales

Diríase que, por sus efectos, este complejísimo conflicto se asemeja al fenómeno de los círculos concéntricos que crecen y se multiplican cuando a un tranquilo espejo de agua se arroja una piedra. Con esta licencia metafórica aludo a la paradoja de que, paralizada Ucrania por la guerra y aislada Rusia por decisión de las naciones democráticas, hemos empezado a resentir en México: 1) que cualquier variación en los volúmenes de maíz y trigo que se cosecha en el llamado granero de Europa repercute en el precio de la tortilla y el pan que comemos los mexicanos; 2) que el eventual corte del suministro de gas y petróleo ruso al viejo continente afecta al precio de gasolina y electricidad aquí en México y, 3) que la principal industria exportadora nacional tendrá que reducir su producción de automóviles si agota su stock de aluminio y níquel que compra al país que gobierna el dictador Putin. En doce días de beligerancia entre dos lugares tan distantes como Ucrania y Rusia, la interconexión global del comercio se desarticuló casi por completo, propiciando procesos inflacionarios descontrolados incluso en naciones como la nuestra, tan lejana del foco bélico. En estos días en los que se profundiza la bipolaridad del mundo, las definiciones políticas de cada país son observadas con cristal de aumento por las potencias involucradas en el conflicto. Ojalá que el presidente López Obrador asimile esa realidad y se abstenga de hacer declaraciones confusas e imprecisas que pudieran hacer dudar de la posición mexicana en este difícil escenario internacional. No es tiempo de ocurrencias… ni de jugarle al vivo.

EEUU y la OTAN eluden el cara a cara con Rusia que desataría una guerra nuclear de proporciones cósmicas. Tratan de no escalar el conflicto y de mantenerlo dentro de las fronteras de la martirizada Ucrania; empero, si no pactan pronto la paz con Putin y lo siguen hostilizando, Occidente -México incluido- padecerá una muy severa crisis

No se me oculta que, entre los temas preferidos del público tlaxcalteca, no está el de las relaciones internacionales. Se entiende que así sea; en las actuales circunstancias la ciudadanía -usted, amigo lector; este opinador, o cualquier otra persona con responsabilidades- tiene puesta su atención en librar de la mejor manera posible los problemas que le plantea el día con día. La lucha -aquí y ahora- es contra el desempleo, la precariedad, la carestía y la inseguridad. No obstante, es de tal envergadura el diferendo que mantienen las democracias occidentales con el autócrata ruso Vladimir Putin, y tantas y tan graves las consecuencias que puede tener y está ya teniendo incluso en nuestro entorno que, aunque sea de forma somera, a nadie nos sobra enterarnos de lo que sucede por allá en la vieja Europa.

De los antecedentes remotos a los actuales

De entre los vividos los treinta últimos años, seleccioné en la anterior entrega los episodios que creo más importantes de esta crispante historia. Son aquellos que van desde la caída del muro de Berlín que apuró el derrumbe de la Unión Soviética, pasando por el tránsito paulatino de países de la antigua órbita comunista hacia la Organización del Tratado del Atlántico Norte, hasta llegar al actual punto de quiebre que ha significado la invasión rusa a Ucrania. Ese trasiego constante de las naciones que fueron signantes del extinto Pacto de Varsovia llevó a Putin a fijar un último e inamovible límite a la expansión política-militar de Occidente que llegaba ya a las puertas mismas de sus fronteras. A falta de un compromiso creíble de su contraparte, el presidente ruso decidió el asalto a un territorio que, por lo demás, siempre consideró perteneciente a la gran Rusia. Putin tiene en vilo al mundo entero al no precisar hasta donde llegará con su operación bélica, ralentizada por la inesperada resistencia ucraniana y por su prurito moral de evitar arrasar núcleos urbanos, en particular los de la simbólica ciudad capital de Kiev, origen histórico de todas las “Rusias”.

El tortuoso camino hacia la paz

Lo cierto es que la situación se empantanó y nadie sabe cual podrá ser su desenlace. Conforme la lucha se prolonga y abarca más ciudades y regiones de Ucrania -un país de 600 mil kilómetros cuadrados y 41 millones de habitantes- los bombardeos se multiplican, los combates terrestres se tornan despiadados, las bajas aumentan y la posibilidad de un alto al fuego como primer paso hacia la paz se desvanece. Bien está la unión lograda por las naciones demócratas ante el déspota de Moscú; pero mala y errada su estrategia de aislarlo internacionalmente y de armar a los partisanos ucranios, en tanto que complica la única salida racional al conflicto: la desmilitarización de una zona de seguridad en Ucrania, la autonomía de sus zonas rusófilas y el compromiso de la OTAN de acotar su crecimiento hacia Oriente. Fracasado el intento conciliador de Francia, las miradas se vuelven hacía China como la única mediadora posible.

¿Hasta dónde están dispuestas a llegar las potencias?

Los horrores de la guerra están a la vista. Edificios y barrios destruidos; familias separadas; mujeres, ancianos y niños errando por puestos fronterizos polacos, húngaros, checos, moldavos o rumanos en pos de un acogimiento incierto en países donde convivirán con gente que no profesa su religión, no habla su lengua ni entiende su aflicción. El de los refugiados es un problema de dimensiones infinitas que muchos intentan aliviar pero nadie acierta a resolver. Faltarán alimentos, medicinas y combustibles, y conoceremos de muertes por hambre, enfermedad y congelamiento. Horrible perspectiva que se convertiría en hecatombe si cualquiera de los gerifaltes implicados en la contienda se siente tentado a pulsar el fatídico botón que activa el uso del armamento nuclear que guardan en sus arsenales.

México frente a una crisis de dimensiones globales

Diríase que, por sus efectos, este complejísimo conflicto se asemeja al fenómeno de los círculos concéntricos que crecen y se multiplican cuando a un tranquilo espejo de agua se arroja una piedra. Con esta licencia metafórica aludo a la paradoja de que, paralizada Ucrania por la guerra y aislada Rusia por decisión de las naciones democráticas, hemos empezado a resentir en México: 1) que cualquier variación en los volúmenes de maíz y trigo que se cosecha en el llamado granero de Europa repercute en el precio de la tortilla y el pan que comemos los mexicanos; 2) que el eventual corte del suministro de gas y petróleo ruso al viejo continente afecta al precio de gasolina y electricidad aquí en México y, 3) que la principal industria exportadora nacional tendrá que reducir su producción de automóviles si agota su stock de aluminio y níquel que compra al país que gobierna el dictador Putin. En doce días de beligerancia entre dos lugares tan distantes como Ucrania y Rusia, la interconexión global del comercio se desarticuló casi por completo, propiciando procesos inflacionarios descontrolados incluso en naciones como la nuestra, tan lejana del foco bélico. En estos días en los que se profundiza la bipolaridad del mundo, las definiciones políticas de cada país son observadas con cristal de aumento por las potencias involucradas en el conflicto. Ojalá que el presidente López Obrador asimile esa realidad y se abstenga de hacer declaraciones confusas e imprecisas que pudieran hacer dudar de la posición mexicana en este difícil escenario internacional. No es tiempo de ocurrencias… ni de jugarle al vivo.