/ lunes 29 de noviembre de 2021

Tiempos de Democracia | Del azaroso camino hacia “el cambio verdadero” Parte 3 y última

Se trata de una historia cuya trama esconde muchas incógnitas y un desenlace que podría provocar sorpresas y múltiples desencuentros

Si como lo ha ofrecido el presidente López Obrador se desmarca de toda pretensión reeleccionista, de verdad se aparta de la escena pública y renuncia a hegemonizar el mando desde su retiro en Palenque al término de su periodo constitucional, entonces -y sólo entonces- habrá que empezar a pensar cómo será México sin la presencia de quien por un largo cuarto de siglo ha sido actor principalísimo de la tragicomedia política nacional. Existen empero indicios de que podría buscar la manera de prolongar su mandato si el tiempo del que aún dispone -tres años escasos- no le resulta suficiente para concretar las obras y los cambios prometidos. El acuerdo -que no decreto- suscrito la pasada semana con los miembros de su gabinete para eliminar toda suerte de obstáculos legales (amparos) y/o normativos (permisos, licencias, etc.) que estorben, demoren o interfieran la consecución de sus objetivos, emite una inquietante alarma por cuanto deja ver -ahora sí, sin ningún disimulo- su determinación de imponer su voluntad por sobre leyes e instituciones. Confiemos en que la Suprema Corte -instancia a la que sin duda llegará el espinoso asunto- ordene lo conducente, conmine al mandatario a reconocer los límites de su poder y, finalmente, nos devuelva a la normalidad.

Sin adversarios

Partamos del supuesto de que así ocurrirá y -para rematar esta serie de artículos- volvamos al tema sucesorio. Al no otearse en el horizonte ningún “caballo negro”, cualquiera de los precandidatos -Claudia Sheimbaun, Marcelo Ebrard o Ricardo Monreal- podría abanderar a Morena en el 2024. Si no hay imprevistos que cambien el humor del electorado y las encuestas se mantienen estables, de entre ellos debería salir el o la señalada por el dedo encuestador. Enfrente, del lado opositor, no se ve quien se erigiría en contendiente; no se ve cómo, por ejemplo, podría rehacerse la etérea alianza PAN-PRI-PRD, o cómo el PAN -liderado por un político anodino- recobraría su viejo espíritu de lucha, o cómo el PRI -subyugado por el presidente- se reconstruiría a sí mismo como un partido con ideas, o cómo el PRD -agónico tras el éxodo de sus figuras- se alzaría de entre sus cenizas. Se saben derrotados. Mas ese potencial adversario que no saldrá de los partidos de oposición podría surgir de las filas de Morena, sobre todo si -como lo sugieren las señales- la elegida es Sheimbaun. Cuesta imaginar que tanto Ebrard como Monreal se resignen a perder la que ciertamente será su última oportunidad de llegar a Palacio Nacional, meta acariciada por ambos de mucho tiempo atrás. Hasta octubre de 2023 faltan todavía 21 meses, tiempo suficiente para que negocien su postulación por un partido diferente.

El dilema interno

El riesgo de la ruptura está servido y pondrá a prueba la idea de López Obrador de adelantar su proceso hereditario cuando todavía no se cumplía ni siquiera la mitad de su mandato. A nadie podrá reprocharle el inicio prematuro de la confrontación entre aspirantes cuyos nombres -con la excepción de Monreal- él mismo dio a conocer, dando luz verde a una lucha soterrada que, a buen seguro, incidirá negativamente en la operación de su gobierno. ¿Error involuntario o estrategia premeditada? La atención se centra ahora en seguir el quehacer de los tres morenistas citados, en espera de saber cual será el talante del mandamás llegado el momento de la “gran decisión”. ¿Se decantará por Claudia, su hechura política, una figura hierática y glacial que lo sigue con fanática lealtad? A ella la apoya el ala radical de la 4T, sabedora que mantendrá la línea intransigente. ¿O por Marcelo, político con trayectoria propia, sagaz y soberbio de carácter, que suavizaría las aristas filosas de las tesis lopezobradoristas? ¿O por el pragmático y desafiante Ricardo, hecho en las atarjeas priístas y habituado a remar contracorriente, que mimetizaría el movimiento con los modos del tricolor setentero? Los moderados de Morena y grupos exógenos marginados por el gobierno seguirían a cualquiera de estos dos aspirantes que -hay que subrayarlo- han resuelto con acierto y oportunidad muchos asuntos delicados.

Conjeturas varias

Veamos ahora la cuestión desde el ángulo que más pesaba en el ánimo de los presidentes del priato en el momento crucial del destape: la certeza de que, aunque los programas y discursos mutasen de forma y tono cada sexenio, el elegido solía ser quien acreditara haber sido fiel seguidor y, por tanto, quien sería el mejor custodio de su seguridad personal y de su paso a las páginas doradas de la historia de México. La premisa, empero, no siempre funcionaba; casos hubo en los que el gran elector se arrepintió de su selección. Las diferencias entre Díaz Ordaz y Echeverría; entre este y López Portillo, y las aún recientes y escandalosas entre Salinas y Zedillo, prueban que la posibilidad de equivocarse existe. Volviendo al presente, y sin perjuicio de reconocer que escenarios y actores son otros y que las circunstancias políticas y sociales de la actualidad son distintas a las que privaban en aquellos tiempos, convendría no olvidar que hay pulsiones humanas -como el miedo a la traición- de las que nadie está a salvo… y menos un ex presidente. A partir de esta reflexión, el opinador se suma a quienes creen que la confianza y la fidelidad serán los valores que moverán el fiel de la balanza de López Obrador. Hoy día, el dedo del mandatario apunta hacia Claudia Sheimbaun, quien sabe mañana, quien sabe el otoño del 2023. La incertidumbre es tanta que hay quien piensa que la sucesión se aplazará hasta bastante más allá del limite constitucionalmente previsto para el término de su mandato.


Se trata de una historia cuya trama esconde muchas incógnitas y un desenlace que podría provocar sorpresas y múltiples desencuentros

Si como lo ha ofrecido el presidente López Obrador se desmarca de toda pretensión reeleccionista, de verdad se aparta de la escena pública y renuncia a hegemonizar el mando desde su retiro en Palenque al término de su periodo constitucional, entonces -y sólo entonces- habrá que empezar a pensar cómo será México sin la presencia de quien por un largo cuarto de siglo ha sido actor principalísimo de la tragicomedia política nacional. Existen empero indicios de que podría buscar la manera de prolongar su mandato si el tiempo del que aún dispone -tres años escasos- no le resulta suficiente para concretar las obras y los cambios prometidos. El acuerdo -que no decreto- suscrito la pasada semana con los miembros de su gabinete para eliminar toda suerte de obstáculos legales (amparos) y/o normativos (permisos, licencias, etc.) que estorben, demoren o interfieran la consecución de sus objetivos, emite una inquietante alarma por cuanto deja ver -ahora sí, sin ningún disimulo- su determinación de imponer su voluntad por sobre leyes e instituciones. Confiemos en que la Suprema Corte -instancia a la que sin duda llegará el espinoso asunto- ordene lo conducente, conmine al mandatario a reconocer los límites de su poder y, finalmente, nos devuelva a la normalidad.

Sin adversarios

Partamos del supuesto de que así ocurrirá y -para rematar esta serie de artículos- volvamos al tema sucesorio. Al no otearse en el horizonte ningún “caballo negro”, cualquiera de los precandidatos -Claudia Sheimbaun, Marcelo Ebrard o Ricardo Monreal- podría abanderar a Morena en el 2024. Si no hay imprevistos que cambien el humor del electorado y las encuestas se mantienen estables, de entre ellos debería salir el o la señalada por el dedo encuestador. Enfrente, del lado opositor, no se ve quien se erigiría en contendiente; no se ve cómo, por ejemplo, podría rehacerse la etérea alianza PAN-PRI-PRD, o cómo el PAN -liderado por un político anodino- recobraría su viejo espíritu de lucha, o cómo el PRI -subyugado por el presidente- se reconstruiría a sí mismo como un partido con ideas, o cómo el PRD -agónico tras el éxodo de sus figuras- se alzaría de entre sus cenizas. Se saben derrotados. Mas ese potencial adversario que no saldrá de los partidos de oposición podría surgir de las filas de Morena, sobre todo si -como lo sugieren las señales- la elegida es Sheimbaun. Cuesta imaginar que tanto Ebrard como Monreal se resignen a perder la que ciertamente será su última oportunidad de llegar a Palacio Nacional, meta acariciada por ambos de mucho tiempo atrás. Hasta octubre de 2023 faltan todavía 21 meses, tiempo suficiente para que negocien su postulación por un partido diferente.

El dilema interno

El riesgo de la ruptura está servido y pondrá a prueba la idea de López Obrador de adelantar su proceso hereditario cuando todavía no se cumplía ni siquiera la mitad de su mandato. A nadie podrá reprocharle el inicio prematuro de la confrontación entre aspirantes cuyos nombres -con la excepción de Monreal- él mismo dio a conocer, dando luz verde a una lucha soterrada que, a buen seguro, incidirá negativamente en la operación de su gobierno. ¿Error involuntario o estrategia premeditada? La atención se centra ahora en seguir el quehacer de los tres morenistas citados, en espera de saber cual será el talante del mandamás llegado el momento de la “gran decisión”. ¿Se decantará por Claudia, su hechura política, una figura hierática y glacial que lo sigue con fanática lealtad? A ella la apoya el ala radical de la 4T, sabedora que mantendrá la línea intransigente. ¿O por Marcelo, político con trayectoria propia, sagaz y soberbio de carácter, que suavizaría las aristas filosas de las tesis lopezobradoristas? ¿O por el pragmático y desafiante Ricardo, hecho en las atarjeas priístas y habituado a remar contracorriente, que mimetizaría el movimiento con los modos del tricolor setentero? Los moderados de Morena y grupos exógenos marginados por el gobierno seguirían a cualquiera de estos dos aspirantes que -hay que subrayarlo- han resuelto con acierto y oportunidad muchos asuntos delicados.

Conjeturas varias

Veamos ahora la cuestión desde el ángulo que más pesaba en el ánimo de los presidentes del priato en el momento crucial del destape: la certeza de que, aunque los programas y discursos mutasen de forma y tono cada sexenio, el elegido solía ser quien acreditara haber sido fiel seguidor y, por tanto, quien sería el mejor custodio de su seguridad personal y de su paso a las páginas doradas de la historia de México. La premisa, empero, no siempre funcionaba; casos hubo en los que el gran elector se arrepintió de su selección. Las diferencias entre Díaz Ordaz y Echeverría; entre este y López Portillo, y las aún recientes y escandalosas entre Salinas y Zedillo, prueban que la posibilidad de equivocarse existe. Volviendo al presente, y sin perjuicio de reconocer que escenarios y actores son otros y que las circunstancias políticas y sociales de la actualidad son distintas a las que privaban en aquellos tiempos, convendría no olvidar que hay pulsiones humanas -como el miedo a la traición- de las que nadie está a salvo… y menos un ex presidente. A partir de esta reflexión, el opinador se suma a quienes creen que la confianza y la fidelidad serán los valores que moverán el fiel de la balanza de López Obrador. Hoy día, el dedo del mandatario apunta hacia Claudia Sheimbaun, quien sabe mañana, quien sabe el otoño del 2023. La incertidumbre es tanta que hay quien piensa que la sucesión se aplazará hasta bastante más allá del limite constitucionalmente previsto para el término de su mandato.