/ lunes 8 de agosto de 2022

Tiempos de Democracia | Del reaparecido espíritu belicista de Estados Unidos

Luego de azuzar a las naciones del occidente europeo contra Rusia, la potencia norteamericana apunta ahora sus baterías a China, a la que ofende no sólo de palabra sino con hechos. De no ser porque juega con fuego, podría decirse que no es mas que un teatral intento por reafirmar su posición de indiscutido líder del mundo libre.

Con actitudes impropias del gran país que sigue siendo, Estados Unidos está enviando reiteradas señales de guerra que conllevan el riesgo de alterar -y acaso de romper- los frágiles acuerdos políticos que, por algo más de medio siglo, han evitado una conflagración de escala planetaria. La primera imprudencia de la diplomacia yanqui fue atravesar la línea roja que a su intervencionismo en Ucrania le viene marcando Rusia desde hace treinta años. El segundo desatino lo consumó la pasada semana retando a China con su innecesaria y hostil visita a Taiwán, pese a estar advertido que tendría una respuesta contundente del coloso asiático. El desafío a Moscú involucró a los países europeos adscritos a la OTAN en una guerra cuyo desenlace hoy día nadie se atreve a vaticinar, en tanto que la bravata a Beijing obtuvo como inmediata respuesta operaciones militares -con disparos reales de misil incluidos- que tienen bloqueada la que los chinos llaman su “isla en rebeldía”. El opinador se pregunta... ¿adónde va Estados Unidos con esa diplomacia provocadora? ¿qué lo lleva a adoptar esa conducta pugnaz? ¿qué lo mueve, en fin, a poner en peligro la paz mundial?

Las verdades que la perspicacia de Noam Chomsky nos ayuda a descubrir

Noam Chomsky, catedrático emérito del Massachusetts Institute Technologic (MIT por sus siglas), quizá sea hoy día el pensador estadounidense más solicitado para esclarecer los fenómenos políticos controversiales de nuestro tiempo. Acudamos pues a sus luces para contestar esas preguntas. De entrada recuerda que Estados Unidos instó a Europa Occidental a fortalecer su poderío militar, lo que se tradujo en sustanciosos beneficios para la industria armamentista norteamericana. De ello se sigue que a ese importantísimo sector de la economía estadounidense no le interesa que el conflicto en Ucrania se resuelva con prontitud y de forma pacífica. La OTAN tiene como meta debilitar a Rusia aun al precio de más muertes, hambre, carestía, inflación, degradación del medio ambiente y riesgo de una guerra nuclear terminal. Chomsky apunta esta observación: Putin no ha recurrido a los mismos ataques que rutinariamente perpetrara Estados Unidos en Siria, Libia o Irak, sus intervenciones militares más recientes; en esos países aniquiló vías carreteras, sistemas de comunicación y fuentes de energía. Y pese a que el Kremlin posee recursos para realizar una destrucción masiva similar, lo cierto es que Kiev y su gobierno hoy siguen funcionando con relativa normalidad.

Los medios de comunicación como armas de engaño, propaganda y persuasión

Otro tema que destaca el reconocido filósofo es que los medios occidentales aluden sistemáticamente a esa guerra como “la invasión rusa no provocada”. Para él, “la única razón por la que alguien se tomaría la molestia de decir eso tantas veces es porque sabe muy bien que sí fue provocada”. En efecto, quien haya seguido la deriva de la paulatina desintegración de la Unión Soviética está al tanto de que el empeño de Estados Unidos y la OTAN por estrechar el cerco militar alrededor de Rusia fue la causa de la anunciada reacción de Moscú contra Ucrania, cuyos efectivos, debe decirse, han sido armados, entrenados y financiados por el gobierno norteamericano. Para resaltar la diferencia entre este y otros conflictos, Chomsky nos remite a la invasión a Irak del ejército de las barras y las estrellas, televisada al mundo y justificada mediáticamente en su momento con un argumento que meses después se probó era falso. Hoy sabemos que la razón de aquella guerra nunca fue otra que apuntalar la cuestionada presidencia de George W. Bush.

El mutante enfoque estadounidense de las relaciones internacionales

¿Qué fue lo que cambió en la política exterior de Estados Unidos para que, apenas diez años atrás, la Unión Europea estuviera valorando incluir a la misma Rusia que hoy combate como uno más de sus países socios? ¿y qué ocasionó el brusco giro de su relación con China a la que, hace cincuenta años, invitó a dejar su aislamiento para que participara en la política y el comercio mundial, a cambio de reconocer su condición de “China única” y de ignorar la aspiración independentista de “China nacionalista”? ¿nadie en Washington vio que Taiwán y Ucrania guardan, respecto de China y Rusia, paralelismos etnohistóricos que -en buena lógica- llevarían de manera natural a los dos países a converger y aliarse? ¿influyó en la mudanza de su comportamiento comprobar la fragilidad de las cadenas productivas dispersas por el orbe que ya dejaron ver su extrema vulnerabilidad y los incalculables perjuicios que causa la eventual y repentina suspensión de sus actividades? ¿o acaso fue la necesidad de revisar, y en su caso sustituir, la economía globalizada por una de carácter regionalista, más cerrada y limitada? Pudiera ser, máxime si tenemos en cuenta que, cada día que pasa, se oyen con creciente intensidad los rechinidos de los enmohecidos engranes del sistema capitalista en su versión neoliberal y aperturista. Cualquiera que sea el caso, estamos ante un escenario inédito en el que los actores de mayor calado del planeta se están moviendo en pos de un más favorable reparto de los espacios de poder.

México… ¿simple guardián del patio trasero o aliado fundamental por su liderazgo en Latinoamérica?

En esa tesitura, es del mayor interés saber cual sería el grado de afectación para México en esa nueva distribución de zonas de influencia que se gesta en el mundo. Podría ser real la posibilidad de que su rol en el T-Mec se afiance y amplíe, y que las posiciones de su gobierno dejen de parecer extravagantes y hasta penalizables a sus dos socios.


Luego de azuzar a las naciones del occidente europeo contra Rusia, la potencia norteamericana apunta ahora sus baterías a China, a la que ofende no sólo de palabra sino con hechos. De no ser porque juega con fuego, podría decirse que no es mas que un teatral intento por reafirmar su posición de indiscutido líder del mundo libre.

Con actitudes impropias del gran país que sigue siendo, Estados Unidos está enviando reiteradas señales de guerra que conllevan el riesgo de alterar -y acaso de romper- los frágiles acuerdos políticos que, por algo más de medio siglo, han evitado una conflagración de escala planetaria. La primera imprudencia de la diplomacia yanqui fue atravesar la línea roja que a su intervencionismo en Ucrania le viene marcando Rusia desde hace treinta años. El segundo desatino lo consumó la pasada semana retando a China con su innecesaria y hostil visita a Taiwán, pese a estar advertido que tendría una respuesta contundente del coloso asiático. El desafío a Moscú involucró a los países europeos adscritos a la OTAN en una guerra cuyo desenlace hoy día nadie se atreve a vaticinar, en tanto que la bravata a Beijing obtuvo como inmediata respuesta operaciones militares -con disparos reales de misil incluidos- que tienen bloqueada la que los chinos llaman su “isla en rebeldía”. El opinador se pregunta... ¿adónde va Estados Unidos con esa diplomacia provocadora? ¿qué lo lleva a adoptar esa conducta pugnaz? ¿qué lo mueve, en fin, a poner en peligro la paz mundial?

Las verdades que la perspicacia de Noam Chomsky nos ayuda a descubrir

Noam Chomsky, catedrático emérito del Massachusetts Institute Technologic (MIT por sus siglas), quizá sea hoy día el pensador estadounidense más solicitado para esclarecer los fenómenos políticos controversiales de nuestro tiempo. Acudamos pues a sus luces para contestar esas preguntas. De entrada recuerda que Estados Unidos instó a Europa Occidental a fortalecer su poderío militar, lo que se tradujo en sustanciosos beneficios para la industria armamentista norteamericana. De ello se sigue que a ese importantísimo sector de la economía estadounidense no le interesa que el conflicto en Ucrania se resuelva con prontitud y de forma pacífica. La OTAN tiene como meta debilitar a Rusia aun al precio de más muertes, hambre, carestía, inflación, degradación del medio ambiente y riesgo de una guerra nuclear terminal. Chomsky apunta esta observación: Putin no ha recurrido a los mismos ataques que rutinariamente perpetrara Estados Unidos en Siria, Libia o Irak, sus intervenciones militares más recientes; en esos países aniquiló vías carreteras, sistemas de comunicación y fuentes de energía. Y pese a que el Kremlin posee recursos para realizar una destrucción masiva similar, lo cierto es que Kiev y su gobierno hoy siguen funcionando con relativa normalidad.

Los medios de comunicación como armas de engaño, propaganda y persuasión

Otro tema que destaca el reconocido filósofo es que los medios occidentales aluden sistemáticamente a esa guerra como “la invasión rusa no provocada”. Para él, “la única razón por la que alguien se tomaría la molestia de decir eso tantas veces es porque sabe muy bien que sí fue provocada”. En efecto, quien haya seguido la deriva de la paulatina desintegración de la Unión Soviética está al tanto de que el empeño de Estados Unidos y la OTAN por estrechar el cerco militar alrededor de Rusia fue la causa de la anunciada reacción de Moscú contra Ucrania, cuyos efectivos, debe decirse, han sido armados, entrenados y financiados por el gobierno norteamericano. Para resaltar la diferencia entre este y otros conflictos, Chomsky nos remite a la invasión a Irak del ejército de las barras y las estrellas, televisada al mundo y justificada mediáticamente en su momento con un argumento que meses después se probó era falso. Hoy sabemos que la razón de aquella guerra nunca fue otra que apuntalar la cuestionada presidencia de George W. Bush.

El mutante enfoque estadounidense de las relaciones internacionales

¿Qué fue lo que cambió en la política exterior de Estados Unidos para que, apenas diez años atrás, la Unión Europea estuviera valorando incluir a la misma Rusia que hoy combate como uno más de sus países socios? ¿y qué ocasionó el brusco giro de su relación con China a la que, hace cincuenta años, invitó a dejar su aislamiento para que participara en la política y el comercio mundial, a cambio de reconocer su condición de “China única” y de ignorar la aspiración independentista de “China nacionalista”? ¿nadie en Washington vio que Taiwán y Ucrania guardan, respecto de China y Rusia, paralelismos etnohistóricos que -en buena lógica- llevarían de manera natural a los dos países a converger y aliarse? ¿influyó en la mudanza de su comportamiento comprobar la fragilidad de las cadenas productivas dispersas por el orbe que ya dejaron ver su extrema vulnerabilidad y los incalculables perjuicios que causa la eventual y repentina suspensión de sus actividades? ¿o acaso fue la necesidad de revisar, y en su caso sustituir, la economía globalizada por una de carácter regionalista, más cerrada y limitada? Pudiera ser, máxime si tenemos en cuenta que, cada día que pasa, se oyen con creciente intensidad los rechinidos de los enmohecidos engranes del sistema capitalista en su versión neoliberal y aperturista. Cualquiera que sea el caso, estamos ante un escenario inédito en el que los actores de mayor calado del planeta se están moviendo en pos de un más favorable reparto de los espacios de poder.

México… ¿simple guardián del patio trasero o aliado fundamental por su liderazgo en Latinoamérica?

En esa tesitura, es del mayor interés saber cual sería el grado de afectación para México en esa nueva distribución de zonas de influencia que se gesta en el mundo. Podría ser real la posibilidad de que su rol en el T-Mec se afiance y amplíe, y que las posiciones de su gobierno dejen de parecer extravagantes y hasta penalizables a sus dos socios.