/ lunes 25 de julio de 2022

Tiempos de Democracia | Desencuentros estériles

La crispación social y la falta de entendimiento político y económico al interior de México impiden la cooperación que nos pondría en la ruta del desarrollo y el crecimiento compartido. Entretanto, a la sociedad de bienestar europea le aguardan días muy difíciles por culpa del errático liderazgo de Estados Unidos en su enconado diferendo con Rusia.

El día a día de la república va amontonando hechos difíciles de explicar con argumentos razonables. En ese confuso e incesante acontecer lo que se advierte con nitidez es el antagonismo existente entre el gobierno y una heterogénea y dispersa miscelánea opositora cuya señal de identidad es un antilopezobradorismo invertebrado y compulso. A falta de estrategias políticas y sociales y de líderes éticos capaces de ganar la confianza de la sociedad, esos movimientos tienen como actividad única magnificar los tropiezos oficialistas y obstaculizar sus planes con toda suerte de ardides mediáticos y legales. No proponen nada; sólo se limitan a trabar el quehacer gubernamental. El choque entre esos distintos conceptos de país lo protagonizan en los juzgados dos bandos, uno de abogados letristas de los que abundan en las filas del conservadurismo, versados en eternizar pleitos de barandilla, y otro de litigantes duchos en marrullas legaloides, avezados en eludir mandatos judiciales para imponer sin torceduras las autoritarias líneas presidenciales. La batalla abarca al periodismo nacional, dividido grosso modo entre el grupo de opinadores críticos privados de privilegios, y el de comunicadores afines al statu quo que gozan de su favor. Si bien en los medios tradicionales esas escaramuzas arrojan un saldo muy desfavorable para los seguidores de la Cuarta Transformación, en el ámbito de las redes sociales -esas en las que toda exageración cabe- los seguidores del presidente disfrutan de amplia ventaja.

Animosidades autodestructivas

La Verdad, esa que se escribe con mayúsculas, es la primera víctima de ese duelo propagandístico. Lo que por la mañana dice el mandatario por la tarde es desmentido por sus adversarios, caricaturizando sus dichos que -hay que decirlo- con frecuencia distan de ser exactos. La tensión se fomenta desde Palacio y crea un ambiente en el que todos sienten tener al menos parte de razón, la suficiente para montar con ella campañas de descrédito que dañan más la imagen de la Nación que la de los debatientes. Cito el caso de los pedimentos estadounidenses y canadienses para iniciar consultas a propósito de las barreras interpuestas por México al libre comercio. Este disenso, que seguramente se resolverá en los plazos previstos en el T-Mec para resolver las controversias antes de que se judicialicen, ya dio lugar a múltiples visiones catastrofistas, preconizadas por quienes anteponen su aversión al presidente al interés del país. Como si lo disfrutaran, anticipan sanciones multimillonarias en dólares contra México así como la ruina de un sinfín de productores nacionales a causa de un tsunami de aranceles, cosa esta última del todo improbable dada la inflación que castiga la economía de los consumidores a ambos lados de la frontera. El punto es que, siendo como lo somos el principal socio comercial de Estados Unidos, a ninguna de las partes conviene que la sangre llegue al río.

De la globalidad idealizada

A la vista del desorden que reina en el mercado mundial de los energéticos quizá los escépticos deban ya tomarse en serio el esfuerzo financiero del gobierno de López Obrador para que el estado mexicano alcance la autosuficiencia en tan fundamental materia. Es este un tema del que se rieron aquellos que les parecía estúpido invertir en refinerías cuando la gasolina, el diésel y demás derivados de esa industria podían adquirirse a bajo precio en el extranjero. Hoy, que las condiciones son otras, ha quedado al descubierto la crisis por la que atraviesan las naciones que equivocaron su política al respecto. Conviene pues revisar los criterios a los que un mundo sin sustento en la realidad llevó a esos gobiernos a basar su desarrollo y su bienestar en fuentes de energía que, o bien provienen de otros países, o aun siendo propias, no tienen capacidad suficiente para abastecer sus requerimientos. El ambivalente episodio que vive Europa Occidental lo ilustra el caso de Alemania, dependiente en alta proporción del gas que compra a una Rusia a la que, al mismo tiempo y en incomprensible paradoja, sanciona y combate indirectamente con armas que le envía a Ucrania. Ahora, para paliar parcialmente su déficit energético, deberá recurrir -¡horror!- al uso del aborrecido carbón.

Dos conclusiones… y una precisión

Primera Conclusión: en el concierto mundial sólo se distinguen dos tipos de naciones: las que son independientes de verdad… y las que no lo son. Ninguna puede decirse plenamente soberana si no es capaz de autoabastecerse de sus insumos más básicos y, si por la razón que sea su particular situación la obliga a comprar a otras la energía y los alimentos que necesita, entonces no tiene mas alternativa que alinearse sumisa y disciplinadamente, poniéndose a las órdenes de la que sí se los pueda y quiera proporcionar.

Segunda Conclusión: antes de acosar militar, económica y políticamente a un país ha de estarse por completo cierto de no tener ninguna dependencia con él; si no se toma esa precaución corre el riesgo de tener que tragarse sus bravatas, de verse obligado a ofrecer disculpas y, finalmente, de no tener más salida que negociar por la vía diplomática un tratado de paz bajo los términos que le serán impuestos. Por último, esta es la Precisión que tristemente se hace indispensable en estos tiempos de polarizada rispidez en los que, quiérase o no, a todos se nos ubica en una equis postura… o en la opuesta. En lo que a mí toca, estimado lector, repito, destaco y subrayo que ni soy amlover ni tampoco rusófilo y que, aunque coincido con los objetivos de López Obrador y entiendo la reacción de Putin contra la OTAN, difiero radicalmente de los modos dictatoriales de ambos.


La crispación social y la falta de entendimiento político y económico al interior de México impiden la cooperación que nos pondría en la ruta del desarrollo y el crecimiento compartido. Entretanto, a la sociedad de bienestar europea le aguardan días muy difíciles por culpa del errático liderazgo de Estados Unidos en su enconado diferendo con Rusia.

El día a día de la república va amontonando hechos difíciles de explicar con argumentos razonables. En ese confuso e incesante acontecer lo que se advierte con nitidez es el antagonismo existente entre el gobierno y una heterogénea y dispersa miscelánea opositora cuya señal de identidad es un antilopezobradorismo invertebrado y compulso. A falta de estrategias políticas y sociales y de líderes éticos capaces de ganar la confianza de la sociedad, esos movimientos tienen como actividad única magnificar los tropiezos oficialistas y obstaculizar sus planes con toda suerte de ardides mediáticos y legales. No proponen nada; sólo se limitan a trabar el quehacer gubernamental. El choque entre esos distintos conceptos de país lo protagonizan en los juzgados dos bandos, uno de abogados letristas de los que abundan en las filas del conservadurismo, versados en eternizar pleitos de barandilla, y otro de litigantes duchos en marrullas legaloides, avezados en eludir mandatos judiciales para imponer sin torceduras las autoritarias líneas presidenciales. La batalla abarca al periodismo nacional, dividido grosso modo entre el grupo de opinadores críticos privados de privilegios, y el de comunicadores afines al statu quo que gozan de su favor. Si bien en los medios tradicionales esas escaramuzas arrojan un saldo muy desfavorable para los seguidores de la Cuarta Transformación, en el ámbito de las redes sociales -esas en las que toda exageración cabe- los seguidores del presidente disfrutan de amplia ventaja.

Animosidades autodestructivas

La Verdad, esa que se escribe con mayúsculas, es la primera víctima de ese duelo propagandístico. Lo que por la mañana dice el mandatario por la tarde es desmentido por sus adversarios, caricaturizando sus dichos que -hay que decirlo- con frecuencia distan de ser exactos. La tensión se fomenta desde Palacio y crea un ambiente en el que todos sienten tener al menos parte de razón, la suficiente para montar con ella campañas de descrédito que dañan más la imagen de la Nación que la de los debatientes. Cito el caso de los pedimentos estadounidenses y canadienses para iniciar consultas a propósito de las barreras interpuestas por México al libre comercio. Este disenso, que seguramente se resolverá en los plazos previstos en el T-Mec para resolver las controversias antes de que se judicialicen, ya dio lugar a múltiples visiones catastrofistas, preconizadas por quienes anteponen su aversión al presidente al interés del país. Como si lo disfrutaran, anticipan sanciones multimillonarias en dólares contra México así como la ruina de un sinfín de productores nacionales a causa de un tsunami de aranceles, cosa esta última del todo improbable dada la inflación que castiga la economía de los consumidores a ambos lados de la frontera. El punto es que, siendo como lo somos el principal socio comercial de Estados Unidos, a ninguna de las partes conviene que la sangre llegue al río.

De la globalidad idealizada

A la vista del desorden que reina en el mercado mundial de los energéticos quizá los escépticos deban ya tomarse en serio el esfuerzo financiero del gobierno de López Obrador para que el estado mexicano alcance la autosuficiencia en tan fundamental materia. Es este un tema del que se rieron aquellos que les parecía estúpido invertir en refinerías cuando la gasolina, el diésel y demás derivados de esa industria podían adquirirse a bajo precio en el extranjero. Hoy, que las condiciones son otras, ha quedado al descubierto la crisis por la que atraviesan las naciones que equivocaron su política al respecto. Conviene pues revisar los criterios a los que un mundo sin sustento en la realidad llevó a esos gobiernos a basar su desarrollo y su bienestar en fuentes de energía que, o bien provienen de otros países, o aun siendo propias, no tienen capacidad suficiente para abastecer sus requerimientos. El ambivalente episodio que vive Europa Occidental lo ilustra el caso de Alemania, dependiente en alta proporción del gas que compra a una Rusia a la que, al mismo tiempo y en incomprensible paradoja, sanciona y combate indirectamente con armas que le envía a Ucrania. Ahora, para paliar parcialmente su déficit energético, deberá recurrir -¡horror!- al uso del aborrecido carbón.

Dos conclusiones… y una precisión

Primera Conclusión: en el concierto mundial sólo se distinguen dos tipos de naciones: las que son independientes de verdad… y las que no lo son. Ninguna puede decirse plenamente soberana si no es capaz de autoabastecerse de sus insumos más básicos y, si por la razón que sea su particular situación la obliga a comprar a otras la energía y los alimentos que necesita, entonces no tiene mas alternativa que alinearse sumisa y disciplinadamente, poniéndose a las órdenes de la que sí se los pueda y quiera proporcionar.

Segunda Conclusión: antes de acosar militar, económica y políticamente a un país ha de estarse por completo cierto de no tener ninguna dependencia con él; si no se toma esa precaución corre el riesgo de tener que tragarse sus bravatas, de verse obligado a ofrecer disculpas y, finalmente, de no tener más salida que negociar por la vía diplomática un tratado de paz bajo los términos que le serán impuestos. Por último, esta es la Precisión que tristemente se hace indispensable en estos tiempos de polarizada rispidez en los que, quiérase o no, a todos se nos ubica en una equis postura… o en la opuesta. En lo que a mí toca, estimado lector, repito, destaco y subrayo que ni soy amlover ni tampoco rusófilo y que, aunque coincido con los objetivos de López Obrador y entiendo la reacción de Putin contra la OTAN, difiero radicalmente de los modos dictatoriales de ambos.