/ lunes 4 de julio de 2022

Tiempos de Democracia | Mi relación con el Covid

No quiero, no debo, ni caeré en el tópico. Tampoco en el lamento ni en el consejo al prójimo; para eso están los sanadores del cuerpo y del alma. Pero sí invito a quienes lean este artículo a revisar los principios que, a causa de la pandemia, nos condicionaron la vida, desdibujando los caminos por los que antes lográbamos hallar la felicidad.

Siempre me tomé muy en serio la amenaza que para la vida supone esa enfermedad que hoy llamamos simplificada y coloquialmente el Covid. Cuando hube de recluirme lo hice, observando con rigor las normas que iban dictando las autoridades de salud; cuando pude procurarme las vacunas me las puse, en la cantidad, forma y oportunidad debida. Durante más de dos años consecutivos limité mis actividades a lo estrictamente necesario, pendiente siempre de la evolución del virus y de los cuidados que familiares y cercanos debían adoptar para minimizar el riesgo de contagio. Las precauciones estaban justificadas; las noticias de los daños que propiciaba su propagación eran evidentes. Con distintos márgenes de tolerancia y disciplina, todos cumplimos… hasta estas últimas semanas en que se levantaron las restricciones sanitarias impuestas. Con todo, mi mujer y yo acordamos no abandonar del todo las precauciones para incorporarnos poco a poco al quehacer cotidiano y al social de nuestro círculo amistoso que tanta falta nos hacía.

La derrota de los miedos

Conforme al esquema convenido, hace quince días acudimos a la cena de cumpleaños de un amigo y compañero de la Facultad de Ingeniería, y una semana después a la boda de un sobrino querido al que extrañábamos mucho; ambos eventos se celebraron al aire libre lo que nos generó confianza. Como era lógico, menudearon abrazos y felicitaciones; nadie respetó la sana distancia y los cubrebocas quedaron en los bolsillos; se trató de un fenómeno espontáneo, de un desahogo desinhibido, de un ansia compartida por dejar atrás las disposiciones que impedían volver a lo de antes, a lo de siempre, a vernos de frente y no de soslayo. Pudimos dar tiempo e importancia al mensaje gestual que subraya y da sentido, énfasis y credibilidad a las palabras. Así son las relaciones humanas, no sólo las de mero cumplimiento sino también y sobre todo, las de afecto y amor que precisan de tocarse para saberse cercano y apreciado. Es algo inherente a nuestra cultura; sin ellos, los sentimientos pierden calidez, ocultos detrás de un antifaz inexpresivo.

Tiramos la moneda al aire… y cayó de canto

Antes de ir a esos dos festejos teníamos reservas, mas lo cierto fue que optamos por ignorarlas y, aunque no fue fácil, decidimos tentar la suerte. La posibilidad de quedarse en casa a nadie gustaba; la idea de aceptar que la vida del entorno social que nos es propio transcurriera sin nuestra presencia empujó más que el temor al Covid. Ante la alternativa de salir y asumir el riesgo, o llevar una vida apartada con las afectaciones sicológicas implícitas, se escogió la primera: no nos abstraeríamos, pese a que se daba por hecho que habría momentos en que las precauciones habituales -sana distancia, cubrebocas, etc.- no serían observadas. Prevaleció el criterio de que el peligro ya no es tan alto como lo fue al principio y de que estamos ante una enfermedad seria pero no necesariamente mortal, con la que habremos de convivir de la misma manera que lo hacemos con la gripe y con otros males endémicos similares.

¡Contagiados!

Fueron dos veladas inolvidables…, luego de las cuales quien esto escribe, su esposa, sus dos hijas y su yerno fuimos cayendo uno tras otro -como pinos de boliche- contagiados por ese virus que por tanto tiempo tratamos de eludir. Con diferentes grados de intensidad a todos nos afectó, y ahora mismo luchamos -con la asesoría virtual de los médicos- por vencerlo; a mí, por ejemplo, me hizo pasar una noche terrible, con tos, fiebre, dolor de garganta y una persistente cefalea, síntomas que por fortuna han ido menguando en las últimas horas. Sin la protección que proveen las vacunas quien sabe hasta dónde podía haber llegado el incidente que, de todos modos, una vez superado por completo, nos obligará a un aislamiento -¡otro más!- hasta cumplido el tiempo en que aún seamos factores de contagio. A la ciencia -no hay duda- habremos de agradecer haber salido bien librados de este percance.

Elección acertada

Pese al precio -insignificante comparado con el que otros amigos tuvieron que pagar- que nos ha cobrado el Covid, estoy seguro que hicimos lo correcto. En la disyuntiva de marginarse de toda actividad social para proteger la salud, o reanudar sin aprensiones las rutinas de convivencia con que vivimos antes de la pandemia hay matices intermedios; cada persona y cada grupo familiar ha de hallar el que mejor se ajuste a su circunstancia. La cuestión tiene relevancia por cuanto el tema tiene que ver con la felicidad y con la otra salud, la mental. Así, habrá quien escoja llevar una vida de ermitaño si su edad y su carácter se lo exigen, y habrá quien tenga en poca estima su vida y disfrute arriesgándola en antros sin ventilación. Pero esos son los extremos; enmedio hay variantes que explican y justifican la asunción de conductas diferentes. Ejemplos sobran: jóvenes novios que por verse y amarse no miden riesgos; estudiantes que se reunen en una chelería a gritar y echar relajo; amigos que a diario se ven en su café preferido, o se toman la copa en la cantina; señoras que por años se reunen a comer en su punto de encuentro habitual. El caso es que la vida fluya, que no se detenga, que siga pasando, que no se estanque, que nos procure disfrute. De eso se trata, amigo lector.

  • P.D. Atendiendo la indicación de los médicos, inicio desde este lunes un receso que espero no sea largo. Hasta entonces.

No quiero, no debo, ni caeré en el tópico. Tampoco en el lamento ni en el consejo al prójimo; para eso están los sanadores del cuerpo y del alma. Pero sí invito a quienes lean este artículo a revisar los principios que, a causa de la pandemia, nos condicionaron la vida, desdibujando los caminos por los que antes lográbamos hallar la felicidad.

Siempre me tomé muy en serio la amenaza que para la vida supone esa enfermedad que hoy llamamos simplificada y coloquialmente el Covid. Cuando hube de recluirme lo hice, observando con rigor las normas que iban dictando las autoridades de salud; cuando pude procurarme las vacunas me las puse, en la cantidad, forma y oportunidad debida. Durante más de dos años consecutivos limité mis actividades a lo estrictamente necesario, pendiente siempre de la evolución del virus y de los cuidados que familiares y cercanos debían adoptar para minimizar el riesgo de contagio. Las precauciones estaban justificadas; las noticias de los daños que propiciaba su propagación eran evidentes. Con distintos márgenes de tolerancia y disciplina, todos cumplimos… hasta estas últimas semanas en que se levantaron las restricciones sanitarias impuestas. Con todo, mi mujer y yo acordamos no abandonar del todo las precauciones para incorporarnos poco a poco al quehacer cotidiano y al social de nuestro círculo amistoso que tanta falta nos hacía.

La derrota de los miedos

Conforme al esquema convenido, hace quince días acudimos a la cena de cumpleaños de un amigo y compañero de la Facultad de Ingeniería, y una semana después a la boda de un sobrino querido al que extrañábamos mucho; ambos eventos se celebraron al aire libre lo que nos generó confianza. Como era lógico, menudearon abrazos y felicitaciones; nadie respetó la sana distancia y los cubrebocas quedaron en los bolsillos; se trató de un fenómeno espontáneo, de un desahogo desinhibido, de un ansia compartida por dejar atrás las disposiciones que impedían volver a lo de antes, a lo de siempre, a vernos de frente y no de soslayo. Pudimos dar tiempo e importancia al mensaje gestual que subraya y da sentido, énfasis y credibilidad a las palabras. Así son las relaciones humanas, no sólo las de mero cumplimiento sino también y sobre todo, las de afecto y amor que precisan de tocarse para saberse cercano y apreciado. Es algo inherente a nuestra cultura; sin ellos, los sentimientos pierden calidez, ocultos detrás de un antifaz inexpresivo.

Tiramos la moneda al aire… y cayó de canto

Antes de ir a esos dos festejos teníamos reservas, mas lo cierto fue que optamos por ignorarlas y, aunque no fue fácil, decidimos tentar la suerte. La posibilidad de quedarse en casa a nadie gustaba; la idea de aceptar que la vida del entorno social que nos es propio transcurriera sin nuestra presencia empujó más que el temor al Covid. Ante la alternativa de salir y asumir el riesgo, o llevar una vida apartada con las afectaciones sicológicas implícitas, se escogió la primera: no nos abstraeríamos, pese a que se daba por hecho que habría momentos en que las precauciones habituales -sana distancia, cubrebocas, etc.- no serían observadas. Prevaleció el criterio de que el peligro ya no es tan alto como lo fue al principio y de que estamos ante una enfermedad seria pero no necesariamente mortal, con la que habremos de convivir de la misma manera que lo hacemos con la gripe y con otros males endémicos similares.

¡Contagiados!

Fueron dos veladas inolvidables…, luego de las cuales quien esto escribe, su esposa, sus dos hijas y su yerno fuimos cayendo uno tras otro -como pinos de boliche- contagiados por ese virus que por tanto tiempo tratamos de eludir. Con diferentes grados de intensidad a todos nos afectó, y ahora mismo luchamos -con la asesoría virtual de los médicos- por vencerlo; a mí, por ejemplo, me hizo pasar una noche terrible, con tos, fiebre, dolor de garganta y una persistente cefalea, síntomas que por fortuna han ido menguando en las últimas horas. Sin la protección que proveen las vacunas quien sabe hasta dónde podía haber llegado el incidente que, de todos modos, una vez superado por completo, nos obligará a un aislamiento -¡otro más!- hasta cumplido el tiempo en que aún seamos factores de contagio. A la ciencia -no hay duda- habremos de agradecer haber salido bien librados de este percance.

Elección acertada

Pese al precio -insignificante comparado con el que otros amigos tuvieron que pagar- que nos ha cobrado el Covid, estoy seguro que hicimos lo correcto. En la disyuntiva de marginarse de toda actividad social para proteger la salud, o reanudar sin aprensiones las rutinas de convivencia con que vivimos antes de la pandemia hay matices intermedios; cada persona y cada grupo familiar ha de hallar el que mejor se ajuste a su circunstancia. La cuestión tiene relevancia por cuanto el tema tiene que ver con la felicidad y con la otra salud, la mental. Así, habrá quien escoja llevar una vida de ermitaño si su edad y su carácter se lo exigen, y habrá quien tenga en poca estima su vida y disfrute arriesgándola en antros sin ventilación. Pero esos son los extremos; enmedio hay variantes que explican y justifican la asunción de conductas diferentes. Ejemplos sobran: jóvenes novios que por verse y amarse no miden riesgos; estudiantes que se reunen en una chelería a gritar y echar relajo; amigos que a diario se ven en su café preferido, o se toman la copa en la cantina; señoras que por años se reunen a comer en su punto de encuentro habitual. El caso es que la vida fluya, que no se detenga, que siga pasando, que no se estanque, que nos procure disfrute. De eso se trata, amigo lector.

  • P.D. Atendiendo la indicación de los médicos, inicio desde este lunes un receso que espero no sea largo. Hasta entonces.