/ lunes 6 de abril de 2020

Tiempos de Democracia | Obcecaciones peligrosas

De cómo escuchar y leer suele devenir en la sabia y oportuna corrección de proyectos erróneos. Sólo hay que saber a quién oir, qué consejos atender y, finalmente, hay que disponer de la suficiente humildad para enmendar a tiempo rutas equivocadas.

La semana anterior pude comprobar que nuestra población no es todavía plenamente consciente de lo alarmante de la situación sanitaria que apenas empezamos a vivir, no obstante las reiteradas advertencias que han difundido las autoridades sanitarias federales y estatales a través de los medios. Vea usted, amigo lector, la experiencia que me permitió dimensionar esa riesgosísima reticencia ciudadana a acatar las recomendaciones de “quedarnos en casa”. Le cuento: en contestación a las opiniones que, de cuando en cuando, intercambiamos por Whatsapp los participantes de los interesantes, divertidos y siempre aleccionadores desayunos sabatinos de La Posada de Apizaco, nuestro miembro más activo en redes sociales me envío el muy mordaz mensaje siguiente: “…José Vicente, ya sal de debajo de la cama; todo está bien… al menos aquí en Tlaxcala…”. Aclaro que, al remitente de tan patético recado lo tenemos considerado en el grupo como un fiel interprete, no sólo de lo que pasa en las calles sino de lo que piensa la mayoría de quienes caminan por ellas. Sus dichos nos ilustran acertadamente acerca del pensamiento de la gente de a pie. Mas, por lo que se ve, él también forma parte de ese sector que cree que “…aquí en Tlaxcala…” ¡nunca pasa nada!

Las orejas al lobo

Al amigo al que aludo, salidor y simpático, muy querido y popular, le bastó una visita a su médico de cabecera para cambiar de criterio en los minutos que dura una consulta. Algo le detectó el galeno para que el echador y bronco personaje mutara instantáneamente en hombre razonable y sensato. ¿Qué le dijo el facultativo? Ojalá que sólo le haya advertido que los adultos mayores, aunque igualmente expuestos al contagio que los demás mortales, son -somos- más vulnerables al ataque del peligroso virus. Los correos entonces cambiaron de tono. Vayan estos botones de muestra: “…les debo confesar que, sin mucho pensarlo, me había unido a los incrédulos que se resistían a creer muchas cosas…”. Otro más: “…hoy me ha quedado claro que la situación es más grave de lo que imaginábamos…”. Y este último, que no tiene desperdicio: …creo que debemos de cuidarnos y hacer todo lo que esté de nuestro lado para que salgamos adelante. Y que Dios nos proteja e ilumine, y no suframos ninguna consecuencia…”. Aclaro que, al “confesionario de los sábados” en La Posada asistimos desde fervientes guadalupanos, pasando por agnósticos radicales hasta persignados de medalla y crucifijo al cuello como el protagonista central de esta surrealista novela.

Y el Primer Mandatario también rectifica…

Sin cambiar de tema, me referiré -con todo respeto- a un significativo cambio de actitud del presidente. El que aquí abordo es el relativo a su inicial forma de valorar la pandemia del Covid-19, fenómeno que creyó no alteraría el estado feliz, feliz de los mexicanos. Cortos seríamos de memoria si no recordasemos las desdeñosas expresiones que desde el comienzo de su gestión ha tenido para quienes tilda burlonamente de “expertos que todo lo saben”, ignorando que toda la vida se han dedicado al estudio y la investigación de todas las ramas de las ciencias y las humanidades, y a los que -hay que decirlo porque es momento de rectificar- la austeridad republicana de la 4T les recortó el precario presupuesto que el neoliberalismo de triste memoria les asignaba. Tras días de caminar en dirección opuesta a la señalada por los epidemiólogos de su propio gobierno, tardíamente dejó en manos de los que sí saben el manejo de la salud. Al hacerlo, admitió tácitamente que es un falsedad flagrante su dicho de que “gobernar es fácil”, corrigiendo de paso su demagógico aserto de que el “pueblo bueno que nunca se equivoca” es su único asesor. Ahora, frente al ramalazo económico que acecha al país crece el temor de que, sin nadie a su lado que sepa de administración pública y finanzas, sus ocurrencias nos lleven al despeñadero. Preciso que, habiendo entregado este artículo a la redacción del periódico a las cinco de la tarde de ayer domingo, ignoraba el contenido del informe trimestral de López Obrador. Se pronosticaban ceses, renuncias y enroques en el gabinete y, en vista de la inédita emergencia que vivimos, se esperaba una remodelación sustancial del presupuesto de la federación. Lo comentaremos el próximo lunes.

ANTENA INTERNACIONAL

De la reunión del G-20

No lo conocían. Sólo de oídas sabían de sus excentricidades y exhortos moralizantes hasta que, por fin, el pasado 26 de marzo supieron de él... en directo. Lo conocieron en tiempo real a través de la imagen que se difundió entre los diecinueve líderes mundiales reunidos telemáticamente para abordar la problemática que a los países que gobiernan les plantea la crisis global que enfrentan. La conferencia en la que participaron les permitió comprobar que, en efecto, el presidente de México “no habla de corridito”. El discurso que pronunció le llevó seis minutos en vez de los tres convenidos. Abusó de sus homólogos que lo observaban con gesto de cansancio. López Obrador perdió de vista que quienes le escuchaban no son parte de la misma audiencia de sus conferencias mañaneras. Cual si en ellas estuviera, peroró igual a como acostumbra hacerlo, un día sí y otro también. Y al francés Macron, al estadounidense Trump, al ruso Putin, al canadiense Truedau, al chino Xi Jinping y a los demás diecinueve de la lista, les endilgó su prédica más socorrida: el de la familia mexicana como baluarte contra cualquier calamidad. Y terminó… ¡infundiéndoles ánimo!

De cómo escuchar y leer suele devenir en la sabia y oportuna corrección de proyectos erróneos. Sólo hay que saber a quién oir, qué consejos atender y, finalmente, hay que disponer de la suficiente humildad para enmendar a tiempo rutas equivocadas.

La semana anterior pude comprobar que nuestra población no es todavía plenamente consciente de lo alarmante de la situación sanitaria que apenas empezamos a vivir, no obstante las reiteradas advertencias que han difundido las autoridades sanitarias federales y estatales a través de los medios. Vea usted, amigo lector, la experiencia que me permitió dimensionar esa riesgosísima reticencia ciudadana a acatar las recomendaciones de “quedarnos en casa”. Le cuento: en contestación a las opiniones que, de cuando en cuando, intercambiamos por Whatsapp los participantes de los interesantes, divertidos y siempre aleccionadores desayunos sabatinos de La Posada de Apizaco, nuestro miembro más activo en redes sociales me envío el muy mordaz mensaje siguiente: “…José Vicente, ya sal de debajo de la cama; todo está bien… al menos aquí en Tlaxcala…”. Aclaro que, al remitente de tan patético recado lo tenemos considerado en el grupo como un fiel interprete, no sólo de lo que pasa en las calles sino de lo que piensa la mayoría de quienes caminan por ellas. Sus dichos nos ilustran acertadamente acerca del pensamiento de la gente de a pie. Mas, por lo que se ve, él también forma parte de ese sector que cree que “…aquí en Tlaxcala…” ¡nunca pasa nada!

Las orejas al lobo

Al amigo al que aludo, salidor y simpático, muy querido y popular, le bastó una visita a su médico de cabecera para cambiar de criterio en los minutos que dura una consulta. Algo le detectó el galeno para que el echador y bronco personaje mutara instantáneamente en hombre razonable y sensato. ¿Qué le dijo el facultativo? Ojalá que sólo le haya advertido que los adultos mayores, aunque igualmente expuestos al contagio que los demás mortales, son -somos- más vulnerables al ataque del peligroso virus. Los correos entonces cambiaron de tono. Vayan estos botones de muestra: “…les debo confesar que, sin mucho pensarlo, me había unido a los incrédulos que se resistían a creer muchas cosas…”. Otro más: “…hoy me ha quedado claro que la situación es más grave de lo que imaginábamos…”. Y este último, que no tiene desperdicio: …creo que debemos de cuidarnos y hacer todo lo que esté de nuestro lado para que salgamos adelante. Y que Dios nos proteja e ilumine, y no suframos ninguna consecuencia…”. Aclaro que, al “confesionario de los sábados” en La Posada asistimos desde fervientes guadalupanos, pasando por agnósticos radicales hasta persignados de medalla y crucifijo al cuello como el protagonista central de esta surrealista novela.

Y el Primer Mandatario también rectifica…

Sin cambiar de tema, me referiré -con todo respeto- a un significativo cambio de actitud del presidente. El que aquí abordo es el relativo a su inicial forma de valorar la pandemia del Covid-19, fenómeno que creyó no alteraría el estado feliz, feliz de los mexicanos. Cortos seríamos de memoria si no recordasemos las desdeñosas expresiones que desde el comienzo de su gestión ha tenido para quienes tilda burlonamente de “expertos que todo lo saben”, ignorando que toda la vida se han dedicado al estudio y la investigación de todas las ramas de las ciencias y las humanidades, y a los que -hay que decirlo porque es momento de rectificar- la austeridad republicana de la 4T les recortó el precario presupuesto que el neoliberalismo de triste memoria les asignaba. Tras días de caminar en dirección opuesta a la señalada por los epidemiólogos de su propio gobierno, tardíamente dejó en manos de los que sí saben el manejo de la salud. Al hacerlo, admitió tácitamente que es un falsedad flagrante su dicho de que “gobernar es fácil”, corrigiendo de paso su demagógico aserto de que el “pueblo bueno que nunca se equivoca” es su único asesor. Ahora, frente al ramalazo económico que acecha al país crece el temor de que, sin nadie a su lado que sepa de administración pública y finanzas, sus ocurrencias nos lleven al despeñadero. Preciso que, habiendo entregado este artículo a la redacción del periódico a las cinco de la tarde de ayer domingo, ignoraba el contenido del informe trimestral de López Obrador. Se pronosticaban ceses, renuncias y enroques en el gabinete y, en vista de la inédita emergencia que vivimos, se esperaba una remodelación sustancial del presupuesto de la federación. Lo comentaremos el próximo lunes.

ANTENA INTERNACIONAL

De la reunión del G-20

No lo conocían. Sólo de oídas sabían de sus excentricidades y exhortos moralizantes hasta que, por fin, el pasado 26 de marzo supieron de él... en directo. Lo conocieron en tiempo real a través de la imagen que se difundió entre los diecinueve líderes mundiales reunidos telemáticamente para abordar la problemática que a los países que gobiernan les plantea la crisis global que enfrentan. La conferencia en la que participaron les permitió comprobar que, en efecto, el presidente de México “no habla de corridito”. El discurso que pronunció le llevó seis minutos en vez de los tres convenidos. Abusó de sus homólogos que lo observaban con gesto de cansancio. López Obrador perdió de vista que quienes le escuchaban no son parte de la misma audiencia de sus conferencias mañaneras. Cual si en ellas estuviera, peroró igual a como acostumbra hacerlo, un día sí y otro también. Y al francés Macron, al estadounidense Trump, al ruso Putin, al canadiense Truedau, al chino Xi Jinping y a los demás diecinueve de la lista, les endilgó su prédica más socorrida: el de la familia mexicana como baluarte contra cualquier calamidad. Y terminó… ¡infundiéndoles ánimo!