/ lunes 7 de septiembre de 2020

Tiempos de Democracia | Perspectivas electorales -10- (último de la serie)

La candidatura de Morena no se ajusta a la imagen de una política ambiciosa de poder como Lorena ni para una intrusa improvisada como Dulce María. Si principios y valores cuentan -y deben contar teniendo el triunfo asegurado-, la designación de Andrés Manuel debe recaer en Ana Lilia, y la dirección de su campaña en Joel

Vamos primero, amable lector, con el fundador del Movimiento de Regeneración Nacional -hoy presidente de la República y cabeza de la Cuarta Transformación-, luego con el partido y, al final, con sus precandidaturas al gobierno tlaxcalteca. De los primeros, esto es, de López Obrador, de su formación política y su cruzada, he escrito lo suficiente y bastará una breve síntesis para contextualizar el tema. Propongo entonces que, a partir de las semblanzas de las y el aspirante, tratemos de detectar las diferencias que existen entre quienes han reconocido su disposición a ser considerados elegibles. Subrayo la palabra “diferencias” porque serán ellas las que definirán el criterio del “gran elector” -léase Andrés Manuel-, de los que le hablan al oído y, finalmente, de la ciudadanía que apoyará o rechazará la designación. Vamos pues al punto, no sin antes advertir que este análisis, como los demás publicados sobre asuntos electorales con mi firma, está afectado de la subjetividad que deriva de toda opinión personal, aunque ésta se nutra de información proveniente de una ciencia -la demoscopía- inexacta por su propia naturaleza, de puntos de vista de observadores con bien ganada fama de imparciales y, por último, de mi experiencia e intuición.

La certeza en el triunfo permite una selección sin apremios

Los sondeos precisan -sin margen de error posible por la unanimidad de los mismos- que la aceptación que se tiene en Tlaxcala por el presidente es la misma, o acaso mayor, que la otorgada por los sufragantes en julio del 2018 al entonces candidato. La inconmovible fe de los desesperanzados en la prédica de su guía y mesías se explica, no por los resultados de su gestión que aún están por verse, sino por su incuestionable carisma pèrsonal, capaz de ejercer una suerte de irresistible atracción en sus seguidores. Si bien López Obrador no estará en la boleta en el 2021, su palabra y su presencia influirán determinantemente en la decisión del voto de su gente a favor de quien designe para competir por la sucesión del gobernador Marco Mena. Quien sea la elegida o el elegido, ganará con amplitud aún en caso de que enfrente una alianza partidista que se vislumbra complicada de acordar, e incluso a pesar de los dislates cometidos por los morenistas en el Congreso del Estado y a las desaveniencias existentes entre los distintos grupos con que se conformó la heterogénea argamasa de personas e intereses que dio vida al partido. Sobre la premisa de esa seguridad, Andrés Manuel no tendrá que atender a encuestas locales -engañosas y “cuchareadas” a favor del que las paga-, a popularidades ficticias construidas con dinero, o a recomendaciones sospechosas. Aquí en Tlaxcala, el criterio de selección podrá basarse única y exclusivamente en la verosimilitud del perfil del aspirante, en datos ciertos que revelen sin retoques su origen, su biografía, su trayectoria social y política, así como la autencidad de su pensamiento, la firmeza de sus principios, su grado de identificación con el ideario del movimiento y su cercanía con el pueblo. Morena está urgida de rostros sin pasados obscuros ni devaneos con personajes de reputación dudosa.

Apretada síntesis del perfil de las y el aspirante

Cuatro son las personas que aspiran a la nominación; las enumero sin atender a ningún orden en especial: 1) Lorena Cuéllar Cisneros heredó por vía paterna y materna dos conotados apellidos del priísmo local. A su abrigo hizo la fase inicial de su carrera; la segunda la realizó -tras desertar del tricolor- en partidos de izquierda -PRD y Morena- al cobijo del efecto Peje. Con ella volverían a la escena operadores mercenarios bien conocidos por su aversión a las causas progresistas. Lorena, ambiciosa y mal aconsejada, se ha valido del cargo de súper-delegada para entorpecer la vida institucional del partido y hacerse de adeptos en mítines en los que ella personalmente entregaba beneficios. 2) Dulce María Silva, sin antecedentes en política, se añadió artificiosamente a la contienda sin más timbres que los de ser esposa de César Yáñez, antiguo ayuda de cámara de López Obrador, degradado tras exhibir al mandatario en una revista del jet-set. De ser la elegida, el amiguismo del viejo y repudiado sistema se habría reeditado en el seno de la 4T y, lo que es peor, se vería como si la tantas veces ofendida Tlaxcala fuese el regalo de bodas del prominente padrino. 3) A Joel Molina, a su capacidad organizativa, a su disciplina y laboriosidad y a su profundo conocimiento de las fuerzas reales que mueven a cada comunidad del estado, se debe en buena parte la victoria arrolladora de Andrés Manuel del 2018. Joel es un experto en asuntos interiores, sabiduría captada a su paso por importantes cargos de la administración pública. 4) Ana Lilia es, a mi juicio, la precandidata que mejor representa el ideal lopezobradorista. Abogada desde joven del campesinado y de sus tradiciones y valores, su evolución ha sido sorprendente. Desayuné con ella en Apizaco hace no menos de 15 años; la acompañaba su padre, un genuino trabajador del campo. Su conversación en aquel entonces se circunscribía a la defensa del maíz nativo; hablaba persuasivamente, con corrección y llamativa soltura. Su aspecto sencillo y discreto tenía la autenticidad, la belleza y el color de la tierra. No he vuelto a tratar a la hoy senadora, pero la vi y escuché recientemente en el ágil y siempre oportuno programa que conduce Martín Rodríguez, dándonos una cátedra acerca de las leyes complementarias que permitieron la aprobación final del T-Mec. Si yo fuera López Obrador -que para ventura de todos no lo soy-, y si en mí estuviera la decisión, Ana Lilia sería la candidata, Joel Molina su jefe de campaña y, a la llegada al poder, su secretario de Gobierno.

La candidatura de Morena no se ajusta a la imagen de una política ambiciosa de poder como Lorena ni para una intrusa improvisada como Dulce María. Si principios y valores cuentan -y deben contar teniendo el triunfo asegurado-, la designación de Andrés Manuel debe recaer en Ana Lilia, y la dirección de su campaña en Joel

Vamos primero, amable lector, con el fundador del Movimiento de Regeneración Nacional -hoy presidente de la República y cabeza de la Cuarta Transformación-, luego con el partido y, al final, con sus precandidaturas al gobierno tlaxcalteca. De los primeros, esto es, de López Obrador, de su formación política y su cruzada, he escrito lo suficiente y bastará una breve síntesis para contextualizar el tema. Propongo entonces que, a partir de las semblanzas de las y el aspirante, tratemos de detectar las diferencias que existen entre quienes han reconocido su disposición a ser considerados elegibles. Subrayo la palabra “diferencias” porque serán ellas las que definirán el criterio del “gran elector” -léase Andrés Manuel-, de los que le hablan al oído y, finalmente, de la ciudadanía que apoyará o rechazará la designación. Vamos pues al punto, no sin antes advertir que este análisis, como los demás publicados sobre asuntos electorales con mi firma, está afectado de la subjetividad que deriva de toda opinión personal, aunque ésta se nutra de información proveniente de una ciencia -la demoscopía- inexacta por su propia naturaleza, de puntos de vista de observadores con bien ganada fama de imparciales y, por último, de mi experiencia e intuición.

La certeza en el triunfo permite una selección sin apremios

Los sondeos precisan -sin margen de error posible por la unanimidad de los mismos- que la aceptación que se tiene en Tlaxcala por el presidente es la misma, o acaso mayor, que la otorgada por los sufragantes en julio del 2018 al entonces candidato. La inconmovible fe de los desesperanzados en la prédica de su guía y mesías se explica, no por los resultados de su gestión que aún están por verse, sino por su incuestionable carisma pèrsonal, capaz de ejercer una suerte de irresistible atracción en sus seguidores. Si bien López Obrador no estará en la boleta en el 2021, su palabra y su presencia influirán determinantemente en la decisión del voto de su gente a favor de quien designe para competir por la sucesión del gobernador Marco Mena. Quien sea la elegida o el elegido, ganará con amplitud aún en caso de que enfrente una alianza partidista que se vislumbra complicada de acordar, e incluso a pesar de los dislates cometidos por los morenistas en el Congreso del Estado y a las desaveniencias existentes entre los distintos grupos con que se conformó la heterogénea argamasa de personas e intereses que dio vida al partido. Sobre la premisa de esa seguridad, Andrés Manuel no tendrá que atender a encuestas locales -engañosas y “cuchareadas” a favor del que las paga-, a popularidades ficticias construidas con dinero, o a recomendaciones sospechosas. Aquí en Tlaxcala, el criterio de selección podrá basarse única y exclusivamente en la verosimilitud del perfil del aspirante, en datos ciertos que revelen sin retoques su origen, su biografía, su trayectoria social y política, así como la autencidad de su pensamiento, la firmeza de sus principios, su grado de identificación con el ideario del movimiento y su cercanía con el pueblo. Morena está urgida de rostros sin pasados obscuros ni devaneos con personajes de reputación dudosa.

Apretada síntesis del perfil de las y el aspirante

Cuatro son las personas que aspiran a la nominación; las enumero sin atender a ningún orden en especial: 1) Lorena Cuéllar Cisneros heredó por vía paterna y materna dos conotados apellidos del priísmo local. A su abrigo hizo la fase inicial de su carrera; la segunda la realizó -tras desertar del tricolor- en partidos de izquierda -PRD y Morena- al cobijo del efecto Peje. Con ella volverían a la escena operadores mercenarios bien conocidos por su aversión a las causas progresistas. Lorena, ambiciosa y mal aconsejada, se ha valido del cargo de súper-delegada para entorpecer la vida institucional del partido y hacerse de adeptos en mítines en los que ella personalmente entregaba beneficios. 2) Dulce María Silva, sin antecedentes en política, se añadió artificiosamente a la contienda sin más timbres que los de ser esposa de César Yáñez, antiguo ayuda de cámara de López Obrador, degradado tras exhibir al mandatario en una revista del jet-set. De ser la elegida, el amiguismo del viejo y repudiado sistema se habría reeditado en el seno de la 4T y, lo que es peor, se vería como si la tantas veces ofendida Tlaxcala fuese el regalo de bodas del prominente padrino. 3) A Joel Molina, a su capacidad organizativa, a su disciplina y laboriosidad y a su profundo conocimiento de las fuerzas reales que mueven a cada comunidad del estado, se debe en buena parte la victoria arrolladora de Andrés Manuel del 2018. Joel es un experto en asuntos interiores, sabiduría captada a su paso por importantes cargos de la administración pública. 4) Ana Lilia es, a mi juicio, la precandidata que mejor representa el ideal lopezobradorista. Abogada desde joven del campesinado y de sus tradiciones y valores, su evolución ha sido sorprendente. Desayuné con ella en Apizaco hace no menos de 15 años; la acompañaba su padre, un genuino trabajador del campo. Su conversación en aquel entonces se circunscribía a la defensa del maíz nativo; hablaba persuasivamente, con corrección y llamativa soltura. Su aspecto sencillo y discreto tenía la autenticidad, la belleza y el color de la tierra. No he vuelto a tratar a la hoy senadora, pero la vi y escuché recientemente en el ágil y siempre oportuno programa que conduce Martín Rodríguez, dándonos una cátedra acerca de las leyes complementarias que permitieron la aprobación final del T-Mec. Si yo fuera López Obrador -que para ventura de todos no lo soy-, y si en mí estuviera la decisión, Ana Lilia sería la candidata, Joel Molina su jefe de campaña y, a la llegada al poder, su secretario de Gobierno.