/ viernes 23 de octubre de 2020

Anatomía de lo Social | Jubilación

Las voluntades débiles se traducen en discursos; las fuertes en actos.

Gustave Le Bon

Como un atentado en contra de la clase trabajadora, desde luego de los menos favorecidos por sus ingresos, se entiende el discurso expresado por uno de los hombres más ricos del mundo, sobre la obligatoriedad de aumentar, a 75 años, la edad para obtener el “beneficio” de una pensión; desde luego, este argumento adolece hasta de un sentido común, pues solo presume el desconocimiento real de todas las carencias y necesidades de los trabajadores; en ese mismo sentido, además, se propone una jornada de once horas durante tres días por semana.

Por obviedad, el argumento se opone a la iniciativa del Gobierno en la búsqueda de alternativas para mejorar esas condiciones sin afectar la economía del país, en consecuencia, deberán crearse las leyes reglamentarias adecuadas, cuyo propósito sea permitirle al trabajador obtener una pensión decorosa, en correspondencia a todos los años trabajados en cualquier dependencia o empresa.

Aunque no puede construirse una ley para cada caso particular, es importante la consideración de características específicas en cuanto los trabajadores se encuentren en la edad justa para retirarse dignamente, sin llegar a las exageraciones; ni tampoco considerar las estadísticas como una de las fuentes primarias en la determinación para asignar tiempos y recursos a los futuros pensionados; es decir, argumentar que la edad promedio de vida puede llegar a extenderse hasta los noventa años, eso no garantiza que toda la población laboral podrá llegar a esos límites, por lo tanto, la posibilidad de obtener una pensión de acuerdo a la propuesta es absurda.

No se puede soslayar el hecho de que las capacidades y aptitudes, según el tipo de trabajo, van menguando en relación al tiempo de servicio, por lo tanto, la mejor opción para culminar esa vida laboral es el retiro con las prestaciones correspondientes; así es que las estadísticas son erróneas en cuanto a la frialdad de los números; sería prudente se manifestaran diciendo cuántos trabajadores ni siquiera lograron una pensión o tener una vida con calidad, pues sus condiciones físicas se los han impedido, en otros casos, lamentables, ni siquiera pudieron cumplir con los trámites para pensionarse.

No se puede negar, sin justificarlo, que también hubo muchos excesos en el otorgamiento de las cantidades en las pensiones, pues mientras muchos, reciben decenas de miles de pesos, otros -la mayoría- apenas si alcanzan cantidades muy reducidas, abriéndose una enorme brecha entre esas polaridades; entonces, si bien es cierto que no se le puede dar retroactividad a ninguna ley, si es posible modificarlas, no para afectar, sino para beneficiar en lo justo a la clase trabajadora.

Bajo estas consideraciones, puede entenderse, o cuando menos suponerse, que todos los beneficios logrados por quienes aspiraban a mejorar las condiciones en las que se encontraban, hablando con una base histórica, consiguieron, entre otras cosas, la jornada laboral de cuarenta horas a la semana, cubriendo ocho durante cinco días, llamados hábiles, los días de descanso obligatorio, prestaciones y todo aquello que ahora, con la “benevolencia” discursiva pretende eliminarse.

De alguna manera, historia o actualidad, realidad o imaginación, racionalidad o arbitrariedad, lo cierto es la necesidad de modificar las leyes pensionarias, para otorgarle el beneficio correspondiente a todos aquellos trabajadores que entregaron parte de su vida para fortalecer a las instituciones o las empresas, por ello, no debe escatimarse en entregarles lo que por justicia les pertenece, sin suposiciones o aumentos en los tiempos laborales; si todo esto se mejora para bien de la clase trabajadora, habrá de mantenerse, la credibilidad en las leyes y de las instituciones.

Las voluntades débiles se traducen en discursos; las fuertes en actos.

Gustave Le Bon

Como un atentado en contra de la clase trabajadora, desde luego de los menos favorecidos por sus ingresos, se entiende el discurso expresado por uno de los hombres más ricos del mundo, sobre la obligatoriedad de aumentar, a 75 años, la edad para obtener el “beneficio” de una pensión; desde luego, este argumento adolece hasta de un sentido común, pues solo presume el desconocimiento real de todas las carencias y necesidades de los trabajadores; en ese mismo sentido, además, se propone una jornada de once horas durante tres días por semana.

Por obviedad, el argumento se opone a la iniciativa del Gobierno en la búsqueda de alternativas para mejorar esas condiciones sin afectar la economía del país, en consecuencia, deberán crearse las leyes reglamentarias adecuadas, cuyo propósito sea permitirle al trabajador obtener una pensión decorosa, en correspondencia a todos los años trabajados en cualquier dependencia o empresa.

Aunque no puede construirse una ley para cada caso particular, es importante la consideración de características específicas en cuanto los trabajadores se encuentren en la edad justa para retirarse dignamente, sin llegar a las exageraciones; ni tampoco considerar las estadísticas como una de las fuentes primarias en la determinación para asignar tiempos y recursos a los futuros pensionados; es decir, argumentar que la edad promedio de vida puede llegar a extenderse hasta los noventa años, eso no garantiza que toda la población laboral podrá llegar a esos límites, por lo tanto, la posibilidad de obtener una pensión de acuerdo a la propuesta es absurda.

No se puede soslayar el hecho de que las capacidades y aptitudes, según el tipo de trabajo, van menguando en relación al tiempo de servicio, por lo tanto, la mejor opción para culminar esa vida laboral es el retiro con las prestaciones correspondientes; así es que las estadísticas son erróneas en cuanto a la frialdad de los números; sería prudente se manifestaran diciendo cuántos trabajadores ni siquiera lograron una pensión o tener una vida con calidad, pues sus condiciones físicas se los han impedido, en otros casos, lamentables, ni siquiera pudieron cumplir con los trámites para pensionarse.

No se puede negar, sin justificarlo, que también hubo muchos excesos en el otorgamiento de las cantidades en las pensiones, pues mientras muchos, reciben decenas de miles de pesos, otros -la mayoría- apenas si alcanzan cantidades muy reducidas, abriéndose una enorme brecha entre esas polaridades; entonces, si bien es cierto que no se le puede dar retroactividad a ninguna ley, si es posible modificarlas, no para afectar, sino para beneficiar en lo justo a la clase trabajadora.

Bajo estas consideraciones, puede entenderse, o cuando menos suponerse, que todos los beneficios logrados por quienes aspiraban a mejorar las condiciones en las que se encontraban, hablando con una base histórica, consiguieron, entre otras cosas, la jornada laboral de cuarenta horas a la semana, cubriendo ocho durante cinco días, llamados hábiles, los días de descanso obligatorio, prestaciones y todo aquello que ahora, con la “benevolencia” discursiva pretende eliminarse.

De alguna manera, historia o actualidad, realidad o imaginación, racionalidad o arbitrariedad, lo cierto es la necesidad de modificar las leyes pensionarias, para otorgarle el beneficio correspondiente a todos aquellos trabajadores que entregaron parte de su vida para fortalecer a las instituciones o las empresas, por ello, no debe escatimarse en entregarles lo que por justicia les pertenece, sin suposiciones o aumentos en los tiempos laborales; si todo esto se mejora para bien de la clase trabajadora, habrá de mantenerse, la credibilidad en las leyes y de las instituciones.