/ viernes 3 de diciembre de 2021

La Revolución Mexicana como historia

El ser humano es el único capaz de hacer historia. Francisco Villa nació el 15 de junio de 1878 en un pueblo de Durango y lo asesinaron de ciento cincuenta balazos el 20 de julio de 1923 en Parral, Chihuahua. En ese arco de 45 años se convirtió en figura central de la Revolución, Ciudad Juárez, Torreón, Paredón, Zacatecas y Aguascalientes testifican sus hazañas.

Asombroso su impulso vital y su genio militar. Con él, la división del norte vivió sus horas estelares, dirigió al ejército más poderoso de la Revolución y encabezó en Zacatecas la batalla que habría de doblegar al ejército federal. Mucho se ha escrito sobre él y la noticia de su muerte sacudió a la nación entera. Francisco Villa tiene historia escrita con sangre.

También la tienen Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Plutarco Elías Calles, Álvaro Obregón, Victoriano Huerta, figuras centrales. Aunque en el "reparto secundario", muchos más repletan la historia de esa lucha que reencausó el rumbo nacional. Pero hay cientos de miles anónimos ignorados, que solo fueron, un rifle, un sombrero, una sombra, un cadáver insepulto, desconocidos, pasto de los cuervos y zopilotes.

Cuyas historias personales apuntalaron la narrativa de la Revolución. ¡Esos!... "movieron" la máquina de guerra, sin la cual la "gran" historia no pudo haberse escrito. Soldados de leva o voluntarios que alinearon en las filas guerreras de los bandos en pugna. Ellos no merecieron la atención de los historiadores… Pero aun ignorados, sus hechos y sangre vertida construyeron la gran historia. Un poco recordarlos desde el anonimato, es lo que intento.

Aquel niño adolescente de once años, obrero en Atlixco, levantado como leva, integrado a las filas de Zapata, desconocido en su nombre, que murió en la batalla de Celaya. El soldado federal de leva, prisionero de Villa en Torreón que acribillado perdió la vida en "Paredón". Aquel "dorado" de Villa que gustaba de la ruleta rusa, que al fragor de los alcoholes se pegó un tiro en la sien. O el que combatía con un pañuelo atado de las quijadas a la cabeza, para que, si moría, no estuviesen entrando y saliendo las moscas de su boca.

La de aquellos "exploradores" que viajaban tirados boca abajo en la parte frontal de la locomotora, para avistar explosivos y cortes en el riel, que murieron cuando toparon de frente con otra, cargada de dinamita. Las doncellas que, al llegar al pueblo las tropas de Zapata, debían descenderlas al pozo casero para que no fueran abusadas. O aquel padre de familia que murió baleado en el patio de su casa por negarse a formar parte del ejército de Huerta, cuando todo el D.F. fue convertido en cuartel. O aquella joven de primaria en Parral que en compañía de otros compañeros repelió a pedradas la entrada de los gringos que perseguían a Villa después de su incursión en Columbus. La de aquella cocinera que nunca regreso del norte a donde fue destinada por el jefe Zapata, para darle gusto a Villa con el mole de guajolote y las tortillas.

Aquel músico de Chihuahua, que, sumado con su banda a la división del norte, una bala perdida ultimó en Zacatecas. El soldado que escoltó a Carranza hasta Tlaxcalantongo y fue testigo de su asesinato cuando dormía en humilde vivienda, pero vivió para narrar estos sucesos. O aquellos ancianos de Chiautempan que por 1914 y sin que comer, el hambre generalizada, caminaban a diario como otros muchos por la vía férrea hasta Apizaco para rogar a las tropas estacionadas un poco de maíz del de la caballada y hasta las cinco de la tarde comían su primera tortilla con sal.

La de aquella mujer de Jiménez, Chihuahua, que con su hombre se sumó a la lucha, para darle de comer, "levantar del campo" cadáveres y heridos en combate y "municionar" a los guerreros; que habiendo perdido a su "Juan", sin tiempo para llorar su duelo y cargando un "chilpayate" debió seguir la "bola". Son estos, breves sucesos individuales que sumados convirtieron la historia de México de 1910 en la historia de la Revolución.

Esa es la "historia", la de los sobresalientes y poderosos, la que impacta y mueve el lápiz de los que narran y hacen la crónica. Para los que solo aportan su sangre, su presencia y su nombre, el anonimato y nada más. Es un poco la anónima historia de los de abajo, los de arriba también la tienen. De eso tratará la siguiente entrega.

El ser humano es el único capaz de hacer historia. Francisco Villa nació el 15 de junio de 1878 en un pueblo de Durango y lo asesinaron de ciento cincuenta balazos el 20 de julio de 1923 en Parral, Chihuahua. En ese arco de 45 años se convirtió en figura central de la Revolución, Ciudad Juárez, Torreón, Paredón, Zacatecas y Aguascalientes testifican sus hazañas.

Asombroso su impulso vital y su genio militar. Con él, la división del norte vivió sus horas estelares, dirigió al ejército más poderoso de la Revolución y encabezó en Zacatecas la batalla que habría de doblegar al ejército federal. Mucho se ha escrito sobre él y la noticia de su muerte sacudió a la nación entera. Francisco Villa tiene historia escrita con sangre.

También la tienen Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Plutarco Elías Calles, Álvaro Obregón, Victoriano Huerta, figuras centrales. Aunque en el "reparto secundario", muchos más repletan la historia de esa lucha que reencausó el rumbo nacional. Pero hay cientos de miles anónimos ignorados, que solo fueron, un rifle, un sombrero, una sombra, un cadáver insepulto, desconocidos, pasto de los cuervos y zopilotes.

Cuyas historias personales apuntalaron la narrativa de la Revolución. ¡Esos!... "movieron" la máquina de guerra, sin la cual la "gran" historia no pudo haberse escrito. Soldados de leva o voluntarios que alinearon en las filas guerreras de los bandos en pugna. Ellos no merecieron la atención de los historiadores… Pero aun ignorados, sus hechos y sangre vertida construyeron la gran historia. Un poco recordarlos desde el anonimato, es lo que intento.

Aquel niño adolescente de once años, obrero en Atlixco, levantado como leva, integrado a las filas de Zapata, desconocido en su nombre, que murió en la batalla de Celaya. El soldado federal de leva, prisionero de Villa en Torreón que acribillado perdió la vida en "Paredón". Aquel "dorado" de Villa que gustaba de la ruleta rusa, que al fragor de los alcoholes se pegó un tiro en la sien. O el que combatía con un pañuelo atado de las quijadas a la cabeza, para que, si moría, no estuviesen entrando y saliendo las moscas de su boca.

La de aquellos "exploradores" que viajaban tirados boca abajo en la parte frontal de la locomotora, para avistar explosivos y cortes en el riel, que murieron cuando toparon de frente con otra, cargada de dinamita. Las doncellas que, al llegar al pueblo las tropas de Zapata, debían descenderlas al pozo casero para que no fueran abusadas. O aquel padre de familia que murió baleado en el patio de su casa por negarse a formar parte del ejército de Huerta, cuando todo el D.F. fue convertido en cuartel. O aquella joven de primaria en Parral que en compañía de otros compañeros repelió a pedradas la entrada de los gringos que perseguían a Villa después de su incursión en Columbus. La de aquella cocinera que nunca regreso del norte a donde fue destinada por el jefe Zapata, para darle gusto a Villa con el mole de guajolote y las tortillas.

Aquel músico de Chihuahua, que, sumado con su banda a la división del norte, una bala perdida ultimó en Zacatecas. El soldado que escoltó a Carranza hasta Tlaxcalantongo y fue testigo de su asesinato cuando dormía en humilde vivienda, pero vivió para narrar estos sucesos. O aquellos ancianos de Chiautempan que por 1914 y sin que comer, el hambre generalizada, caminaban a diario como otros muchos por la vía férrea hasta Apizaco para rogar a las tropas estacionadas un poco de maíz del de la caballada y hasta las cinco de la tarde comían su primera tortilla con sal.

La de aquella mujer de Jiménez, Chihuahua, que con su hombre se sumó a la lucha, para darle de comer, "levantar del campo" cadáveres y heridos en combate y "municionar" a los guerreros; que habiendo perdido a su "Juan", sin tiempo para llorar su duelo y cargando un "chilpayate" debió seguir la "bola". Son estos, breves sucesos individuales que sumados convirtieron la historia de México de 1910 en la historia de la Revolución.

Esa es la "historia", la de los sobresalientes y poderosos, la que impacta y mueve el lápiz de los que narran y hacen la crónica. Para los que solo aportan su sangre, su presencia y su nombre, el anonimato y nada más. Es un poco la anónima historia de los de abajo, los de arriba también la tienen. De eso tratará la siguiente entrega.