/ domingo 3 de septiembre de 2023

¡Mes de la patria…!

Llega septiembre con sus tardes frías de lluvias huracanadas; horas en que miramos gotear las nubes y nos invita a la reflexión. Tal vez deberíamos cuestionarnos, si el concepto de “patria” tiene vigencia; si cabe en el diccionario neoliberal, si aún emociona a nuestro ser mexicano. Inmersos como estamos en un intenso mercado mundial, en donde solo importa la ganancia; un mundo globalizado donde todo se compra y se vende y todo tiene un precio.

El 15 será día de golosinas mexicanas y es que, como la vida misma, el comer ahora se disfraza de festivo. Esas modas gastronómicas son reflejo de la impronta mercantil que penetró y todo lo alteró. Es herencia salinista, aquel que nos ingreso al TLC; un neoliberalismo impuesto, saqueador, depredador, salteador de caminos, que nos quitó el título de ciudadanos y nos transformó en “marchantes”. Son las formas impuestas por esas potencias, que avasallan al mundo; que con sus fluidos intoxican los cauces de la vida y que han alterado la percepción de la conciencia nuestra; esa en que subyace el “yo”, ahora impactada por los meteoritos de la publicidad, que no destruyen, pero como friegan; esta patria que es la nuestra, que recién se despereza de una “mala noche”, de sesenta años de saqueo, latrocinio, impunidad; pero no hay mal que dure cien años ni indiferencia que lo resista.

Comunidad nacional somos, que se transforma a estirones; que pavimenta su camino, que forja y consolida su presente como herencia de sus hijos; esos que el internet educa y las modas visten. Esos, que la música adormece; esos a quienes, se les niega asomarse al ayer, descrito en los textos escolares; generación nueva, que desconoce las aflicciones del pasado, aunque ya sufrió con la pandemia, que solo conocen al México de hoy y que, no obstante, son despierta inteligencia, que avizora y se inconforma. Seguramente serán ellos, quienes abrirán las puertas, de florecientes y amplios bulevares; esta generación que derribará valladares que impiden el futuro.

Qué accidentado ha sido, el histórico peregrinar de nuestra patria en el fragor de las centurias; que difícil su tránsito, partiendo del “yo” queriendo alcanzar al “nosotros”. Desastres y sangre regada en el camino. Pero, no obstante, en nuestro ser social aún existen las capacidades del espíritu para el asombro. Porque nos extasiamos contemplando montañas y lagos. Las noches, lentejuela de estrellas y los bosques de ramas platicadoras con el viento. Un México de naturaleza intensa, de selvas misteriosas, donde los loros vuelan, los micos aúllan y los chamanes ofician; el de las minas que ambiciones despiertan.

En todo ello, reconocemos el ayer y el hoy. Desde siempre, como conglomerado humano, hemos sido frágil esquife, que navega en lo azaroso. Hubo días en el antier, en que nuestros mayores cumplieron con la patria; esa madre nuestra que es de todos que, a pesar de los pesares, se eleva orgullosa entre las olas y se burla de los siniestros nubarrones; con el sextante de su navegación mira a los cielos y en ellos encuentra orientación y rumbo; en el destellar de los astros, intuimos la ruta de lo cierto. El pasado es lección abierta para todos, agenda de vida que orienta y dirige.

Nuestros orígenes, como todo parto, brotaron a la luz, entre sangre, espasmos, sollozos y derrotas. La antigua nave madre que fueron los pueblos del Anáhuac, resultó asaltada y naufragada por los filibusteros europeos y sus armas superiores. Inhumana y dolorosa resultó la esclavitud colonial a que nos sujetaron. Pero allende los mares, cuantos asombros y magnificencias se edificaron con los metales valiosos arrancados al suelo mexicano. Por eso, el pasado es permanente arcoíris que viene de atrás, nos rebasa e ilumina. Los socavones mineros coloniales, aún guardan los lamentos de aquellos que murieron, hambrientos, enfermos, con las espaldas vencidas por la carga del plateado mineral, que financió al imperio hispano. La colonia resultó una eterna pesadilla, un existir extenuante en una vida de condena; un nacer y morir sin esperanzas.

Por fortuna, aquel sacerdote de Dolores, llevado por el sufrir del prójimo, prendió una antorcha, que contagió en indomable hoguera, despejando los caminos por andar. Ya independientes, el hambre, la miseria y la discriminación eran lo cotidiano. Asomarnos al pasado es una lacerante historia de dolor. Porque la nave patria resultó botín de aprendices y novatos que peleaban por el mando y cuando un imperio de ultramar, quiso imponer a un barbado emperador, aquel de Guelatao, encabezó la lucha y triunfó. En los cerros de Querétaro, retumban los disparos fusilantes y justicieros de castigo para los invasores.

Los treinta años de Porfirio, fueron oportunidad de riqueza para algunos y desgracia para muchos. Condenados al despojo y la miseria. El suelo patrio serpenteado por los ferrocarriles saqueadores; el maguey y el pulque, propiciaron una elite medieval; el suelo cultivable acaparado, las minas en manos extranjeras, también el petróleo; las embrutecidas masas anhelaban un rayito de justicia y un mendrugo entre sus manos, pero en su inconformidad, con pólvora y plomo los calmaban. ¡Nada es para siempre!, lo sabemos, en el norte y en el sur, los decididos y valerosos empuñaron las armas y la pradera se incendió; Díaz se marchó a Europa a bien vivir y a mejor comer y a morir entre las sedas.

En México, un mal nacido de Colotlán, Jalisco, asesinó a la democracia y se adueñó de la patria. Hasta que el pueblo armado lo mando al exilio, pero en todo esto, la “gran matria” desangró sus venas. Torreón, Paredón, Zacatecas, Celaya y muchos más, atestiguaron un parto doloroso; en Aguascalientes se redactó una promesa escrita, un proyecto, una esperanza custodiada por el filo de las armas y por el pueblo armado.

Ahora el esquife nacional flotó en límpidas aguas cristalinas, con frescos vientos de esperanza y a la luz de un nuevo sol. Aunque el precio de la paz fue muy costoso; Parral, Chinameca, Huitzilac, Tlaxcalantongo, la Bombilla, vieron el crimen con el pretexto de la paz. Fogonearon las armas, y la violencia impuso su lenguaje. Quedo claro en adelante que no había lugar para la rebeldía. Tlatelolco etnocida, Ayotzinapa encriptado. Episodios de lágrimas que con pólvora amordazaron a las conciencias libres, las públicas inconformidades mucho preocupan a los vecinos de allá arriba y no faltó moderno tlatoani mexica, obsecuente, servicial y servil; ¡lo que usted ordene señor! ¡esta cumplida la orden señor! ¡solo fueron cuarenta muertos! La prensa pagada redactó falsas historias y las olímpicas naciones visitantes se llevaron al cuello el oro y la plata, metales preciosos que en un milagro deportivo hasta alguno de los nuestros alcanzó. Un poquito nada más.

Qué dificultoso para esta patria transitar del “yo” al “nosotros”; que arduo “encontrarnos” como nación en esta diversidad; que dificultoso alcanzar la identidad, a veces, sabiéndonos extraviados entre la muchedumbre. En la fragua de los siglos, somos una resultante de lenguas, costumbres, tradiciones y formas que por fortuna todos los días se enriquecen y perduran. Nos proclamamos nación, porque un poder central nos suma y contiene; y las fronteras del agua nos definen; pero aún no alcanzamos la amalgama, en una cierta conjunción. Menos aún, vivimos comunitariamente con justas oportunidades y en un generalizado bienestar; somos nación, porque en los momentos más difíciles nos identificamos como tales. Pero solo seremos patria, cuando extingamos la pobreza y no exista las desigualdades; cuando castiguemos a la corrupción y sancionemos la impunidad. Cuando no consintamos ambiciones. Si eso logramos, quizás en un futuro risueño, la justicia institucionalizada, dé a luz a la justicia como humano valor supremo. Estaremos entonces transitando del concepto de nación al de patria; este seria esfuerzo supremo que debemos proponernos.

Existen sobradas razones para que esta nación persista en sus empeños, sin confiar en tantos politiqueros demagogos finos para robar el presupuesto, hábiles para mentir. Estoy cierto que podemos en este septiembre mirar hacia dentro de nosotros, y seguro de que ahí encontraremos las energías para la diaria batalla por la vida, por la familia, por la comunidad, que será el éxito de la patria mexicana; esta nación espléndida, generosa y noble, que es nuestro suelo y nuestro cielo. Creo que, con esa ilusión, podemos en este mes llamado de la patria, gritar a los cuatro vientos con orgullo y con aplomo ¡QUÉ VIVA ESTE MÉXICO NUESTRO!, que viva nuestra casa y nuestro cielo que es de todos y que este sea un aniversario de felicidad para nuestro México del alma.

Llega septiembre con sus tardes frías de lluvias huracanadas; horas en que miramos gotear las nubes y nos invita a la reflexión. Tal vez deberíamos cuestionarnos, si el concepto de “patria” tiene vigencia; si cabe en el diccionario neoliberal, si aún emociona a nuestro ser mexicano. Inmersos como estamos en un intenso mercado mundial, en donde solo importa la ganancia; un mundo globalizado donde todo se compra y se vende y todo tiene un precio.

El 15 será día de golosinas mexicanas y es que, como la vida misma, el comer ahora se disfraza de festivo. Esas modas gastronómicas son reflejo de la impronta mercantil que penetró y todo lo alteró. Es herencia salinista, aquel que nos ingreso al TLC; un neoliberalismo impuesto, saqueador, depredador, salteador de caminos, que nos quitó el título de ciudadanos y nos transformó en “marchantes”. Son las formas impuestas por esas potencias, que avasallan al mundo; que con sus fluidos intoxican los cauces de la vida y que han alterado la percepción de la conciencia nuestra; esa en que subyace el “yo”, ahora impactada por los meteoritos de la publicidad, que no destruyen, pero como friegan; esta patria que es la nuestra, que recién se despereza de una “mala noche”, de sesenta años de saqueo, latrocinio, impunidad; pero no hay mal que dure cien años ni indiferencia que lo resista.

Comunidad nacional somos, que se transforma a estirones; que pavimenta su camino, que forja y consolida su presente como herencia de sus hijos; esos que el internet educa y las modas visten. Esos, que la música adormece; esos a quienes, se les niega asomarse al ayer, descrito en los textos escolares; generación nueva, que desconoce las aflicciones del pasado, aunque ya sufrió con la pandemia, que solo conocen al México de hoy y que, no obstante, son despierta inteligencia, que avizora y se inconforma. Seguramente serán ellos, quienes abrirán las puertas, de florecientes y amplios bulevares; esta generación que derribará valladares que impiden el futuro.

Qué accidentado ha sido, el histórico peregrinar de nuestra patria en el fragor de las centurias; que difícil su tránsito, partiendo del “yo” queriendo alcanzar al “nosotros”. Desastres y sangre regada en el camino. Pero, no obstante, en nuestro ser social aún existen las capacidades del espíritu para el asombro. Porque nos extasiamos contemplando montañas y lagos. Las noches, lentejuela de estrellas y los bosques de ramas platicadoras con el viento. Un México de naturaleza intensa, de selvas misteriosas, donde los loros vuelan, los micos aúllan y los chamanes ofician; el de las minas que ambiciones despiertan.

En todo ello, reconocemos el ayer y el hoy. Desde siempre, como conglomerado humano, hemos sido frágil esquife, que navega en lo azaroso. Hubo días en el antier, en que nuestros mayores cumplieron con la patria; esa madre nuestra que es de todos que, a pesar de los pesares, se eleva orgullosa entre las olas y se burla de los siniestros nubarrones; con el sextante de su navegación mira a los cielos y en ellos encuentra orientación y rumbo; en el destellar de los astros, intuimos la ruta de lo cierto. El pasado es lección abierta para todos, agenda de vida que orienta y dirige.

Nuestros orígenes, como todo parto, brotaron a la luz, entre sangre, espasmos, sollozos y derrotas. La antigua nave madre que fueron los pueblos del Anáhuac, resultó asaltada y naufragada por los filibusteros europeos y sus armas superiores. Inhumana y dolorosa resultó la esclavitud colonial a que nos sujetaron. Pero allende los mares, cuantos asombros y magnificencias se edificaron con los metales valiosos arrancados al suelo mexicano. Por eso, el pasado es permanente arcoíris que viene de atrás, nos rebasa e ilumina. Los socavones mineros coloniales, aún guardan los lamentos de aquellos que murieron, hambrientos, enfermos, con las espaldas vencidas por la carga del plateado mineral, que financió al imperio hispano. La colonia resultó una eterna pesadilla, un existir extenuante en una vida de condena; un nacer y morir sin esperanzas.

Por fortuna, aquel sacerdote de Dolores, llevado por el sufrir del prójimo, prendió una antorcha, que contagió en indomable hoguera, despejando los caminos por andar. Ya independientes, el hambre, la miseria y la discriminación eran lo cotidiano. Asomarnos al pasado es una lacerante historia de dolor. Porque la nave patria resultó botín de aprendices y novatos que peleaban por el mando y cuando un imperio de ultramar, quiso imponer a un barbado emperador, aquel de Guelatao, encabezó la lucha y triunfó. En los cerros de Querétaro, retumban los disparos fusilantes y justicieros de castigo para los invasores.

Los treinta años de Porfirio, fueron oportunidad de riqueza para algunos y desgracia para muchos. Condenados al despojo y la miseria. El suelo patrio serpenteado por los ferrocarriles saqueadores; el maguey y el pulque, propiciaron una elite medieval; el suelo cultivable acaparado, las minas en manos extranjeras, también el petróleo; las embrutecidas masas anhelaban un rayito de justicia y un mendrugo entre sus manos, pero en su inconformidad, con pólvora y plomo los calmaban. ¡Nada es para siempre!, lo sabemos, en el norte y en el sur, los decididos y valerosos empuñaron las armas y la pradera se incendió; Díaz se marchó a Europa a bien vivir y a mejor comer y a morir entre las sedas.

En México, un mal nacido de Colotlán, Jalisco, asesinó a la democracia y se adueñó de la patria. Hasta que el pueblo armado lo mando al exilio, pero en todo esto, la “gran matria” desangró sus venas. Torreón, Paredón, Zacatecas, Celaya y muchos más, atestiguaron un parto doloroso; en Aguascalientes se redactó una promesa escrita, un proyecto, una esperanza custodiada por el filo de las armas y por el pueblo armado.

Ahora el esquife nacional flotó en límpidas aguas cristalinas, con frescos vientos de esperanza y a la luz de un nuevo sol. Aunque el precio de la paz fue muy costoso; Parral, Chinameca, Huitzilac, Tlaxcalantongo, la Bombilla, vieron el crimen con el pretexto de la paz. Fogonearon las armas, y la violencia impuso su lenguaje. Quedo claro en adelante que no había lugar para la rebeldía. Tlatelolco etnocida, Ayotzinapa encriptado. Episodios de lágrimas que con pólvora amordazaron a las conciencias libres, las públicas inconformidades mucho preocupan a los vecinos de allá arriba y no faltó moderno tlatoani mexica, obsecuente, servicial y servil; ¡lo que usted ordene señor! ¡esta cumplida la orden señor! ¡solo fueron cuarenta muertos! La prensa pagada redactó falsas historias y las olímpicas naciones visitantes se llevaron al cuello el oro y la plata, metales preciosos que en un milagro deportivo hasta alguno de los nuestros alcanzó. Un poquito nada más.

Qué dificultoso para esta patria transitar del “yo” al “nosotros”; que arduo “encontrarnos” como nación en esta diversidad; que dificultoso alcanzar la identidad, a veces, sabiéndonos extraviados entre la muchedumbre. En la fragua de los siglos, somos una resultante de lenguas, costumbres, tradiciones y formas que por fortuna todos los días se enriquecen y perduran. Nos proclamamos nación, porque un poder central nos suma y contiene; y las fronteras del agua nos definen; pero aún no alcanzamos la amalgama, en una cierta conjunción. Menos aún, vivimos comunitariamente con justas oportunidades y en un generalizado bienestar; somos nación, porque en los momentos más difíciles nos identificamos como tales. Pero solo seremos patria, cuando extingamos la pobreza y no exista las desigualdades; cuando castiguemos a la corrupción y sancionemos la impunidad. Cuando no consintamos ambiciones. Si eso logramos, quizás en un futuro risueño, la justicia institucionalizada, dé a luz a la justicia como humano valor supremo. Estaremos entonces transitando del concepto de nación al de patria; este seria esfuerzo supremo que debemos proponernos.

Existen sobradas razones para que esta nación persista en sus empeños, sin confiar en tantos politiqueros demagogos finos para robar el presupuesto, hábiles para mentir. Estoy cierto que podemos en este septiembre mirar hacia dentro de nosotros, y seguro de que ahí encontraremos las energías para la diaria batalla por la vida, por la familia, por la comunidad, que será el éxito de la patria mexicana; esta nación espléndida, generosa y noble, que es nuestro suelo y nuestro cielo. Creo que, con esa ilusión, podemos en este mes llamado de la patria, gritar a los cuatro vientos con orgullo y con aplomo ¡QUÉ VIVA ESTE MÉXICO NUESTRO!, que viva nuestra casa y nuestro cielo que es de todos y que este sea un aniversario de felicidad para nuestro México del alma.