/ domingo 27 de diciembre de 2020

Secreto a voces | La pandemia como “limpia social”…

De veras es una limpia social. Apenas hace unos años la presidenta del FMI, Cristina Lagarde, decía que los ancianos eran una carga social. No dijo que habría que eliminarlos pero ahora eso está ocurriendo. Esta misma señora preside un organismo financiero llamado Banco Central Europeo. Cómo es posible que a los civilizados europeos les haya pasado desapercibida esta declaración de racismo moderno. La negligencia europea con respecto a la pandemia, en los primeros meses, no resulta sospechoso. No será lo mismo con los pobres que son una carga social y no lo dicen.

Nos acercamos a dos millones (oficiales) en el mundo. Al momento de escribir la presente entrega, infelizmente, nos acercamos a los dos millones (más de un millón 600 mil) de muertos como resultado de la pandemia mundial que vivimos. No existe un dato social de estas muertes que por supuesto serán muchas más, pero lo que nos dicen la información es que los segmentos sociales mayormente afectados son personas que pertenecen a grupos mayoritarios de la población. En Italia, primeramente afectó a personas adultas; en México, a personas obesas, con diabetes, hipertensas, etc. Esto es ya, sin concluir todavía, una limpieza social de la población en el mundo.

Las naciones y los pobres del mundo quedarán a merced de virus. Todo mundo está en cierto sosiego porque al fin ha empezado a distribuirse la vacuna que inoculará a la población contra el COVID-19. Sin embargo, de acuerdo a datos proporcionados por instituciones mundiales, como la misma ONU, apuntan a que no toda la población en el mundo participará de estos beneficios. De entrada millones de seres humanos de las naciones pobres quedarán excluidos de la vacuna, hasta que se hagan esfuerzos extraordinarios para que eso ocurra, si es que ocurre. Lo que implica, de no llevarse a cabo esto último, una especie de limpieza social, pero de un segmento particular, la población pobre.

Vacuna y dinero. Contrariamente a lo que establecen los derechos universales de la mujer y el hombre, en términos de que por el hecho de formar parte del género humano se debería tener acceso en automático a las instituciones de salud, en los hechos el dinero se impone. El costo de la vacuna, que variará, entre dos dólares y 25, implica que quienes poseen recursos podrán acceder a ella de manera inmediata, adquiriéndola en el mercado. Otros segmentos de la población en el mundo quedarán como espectadores de este hecho. Con ingresos de 1.20 dólares al día, los casi mil millones de seres humanos que viven en la línea de pobreza difícilmente accederán a ella, salvo excepciones. Esto no es otra cosa que una estrategia de vacunación que implica una limpieza social de los pobres, aunque quieran encubrirlo las potencias.

En tanto llega la vacuna, una segunda o tercera ola de muertes espera a la vuelta de la esquina. Aplicar la vacuna llevará tiempo. En ese lapso, una o más olas de contagios ocurrirán en el mundo debido a que la vacuna tardará años o décadas en aplicarse a nivel mundial. Las diferencias de ingresos, implicará también diferencias en cuanto a la aplicación de la vacuna. Para algunas naciones los tiempos serán más largos que para otros. En ese punto, las regiones pobres serán castigadas por nuevas olas de muertes o por la imposibilidad de terminar por controlar los efectos de la primera que, por cierto, tomó ritmos desiguales para cada continente.

El virus letal se quiere imponer como parte de la vida, al querer imponer entre la población el “acostumbrarnos a cohabitar con el virus”. Se quiere terminar con el temor que implica la existencia de un virus letal. Su impacto social ha sido sub valorado, colocándolo como parte de la relación que sostenemos con la naturaleza, por lo que no existe nada nuevo en el fenómeno, salvo que se le salió, temporalmente, de control al mundo científico y de la vida política. Acostumbrarse, es imponerle a la población un tipo de conducta que implica aceptar un modelo de vida que, evidentemente, no tiene por qué aceptarse en tanto que es un modelo de vida que implica acostumbrarse a la muerte e imponer una limpia social en el mundo.

Se rompe la vida, entendida como un ciclo. Parece que el aquella frase que nos han querido endilgar para que todos la asumamos, de que “debemos acostumbrarnos a vivir con el virus” que es la frase predilecta de Salinas Pliego, esconde ese desprecio contra la población pobres e indefensa, que se oculta entre las clases altas del mundo. Acostumbrarse a vivir con el virus no es otra cosa que acostumbrarse a admitir que la muerte ahora convivirá entre nosotros por siempre. No es que antes estuviera alejada, la diferencia es que ahora se elimina el concepto de vida entendida como un ciclo, en el que se vive, reproduce y muere.

Pasamos a los tiempos en que la vida ahora implica la muerte en cualquier momento, por lo que los poseedores de dinero requieren gente que “no se apendeje”, o sea, pendejos. Personas que influenciados por el nuevo impulso de valentía de esta nueva moral de los ricos, pueden caer como moscas por el virus, en lugar de pensar en cambiar el mundo.

Se impone una costumbre social diferente a la que estuvimos acostumbrados. Acostumbrarse a vivir con el virus, implica también romper con el concepto de costumbre. Anteriormente, se entendía como algo a lo que estaba sujeta la vida como parte de una tradición de la comunidad o de algún tipo de sociedad. La costumbre era algo que se repetía en el tiempo y que nos imponía ciertas prácticas asociadas a las creencias religiosas, históricas o biográficas de cada lugar. La costumbre ahora implica una manera de vivir en el peligro constante. Acostumbrarse es aceptar la costumbre como algo negativo.

Nuevas cepas del virus amenazan con condenar a la vida a vivir con la amenaza de muerte. Antiguamente, las pandemias eran detenidas con una vacuna que se producía de manera universal. Por ejemplo, el sarampión, la viruela, etcétera. Ahora, en la medida en que nuevas cepas del virus aparecen y con respecto a las cuales la nueva vacuna puede ser impotente, todo parece indicar que empezaremos a vivir un mundo de ciencia ficción. Lo que implica estar en constante y permanente zozobra con respecto a la vida y la muerte.

El capitalismo acabó con el mundo al que según Salman Rushdie, aspira la gente: ir tranquilamente a tomar un café.

De veras es una limpia social. Apenas hace unos años la presidenta del FMI, Cristina Lagarde, decía que los ancianos eran una carga social. No dijo que habría que eliminarlos pero ahora eso está ocurriendo. Esta misma señora preside un organismo financiero llamado Banco Central Europeo. Cómo es posible que a los civilizados europeos les haya pasado desapercibida esta declaración de racismo moderno. La negligencia europea con respecto a la pandemia, en los primeros meses, no resulta sospechoso. No será lo mismo con los pobres que son una carga social y no lo dicen.

Nos acercamos a dos millones (oficiales) en el mundo. Al momento de escribir la presente entrega, infelizmente, nos acercamos a los dos millones (más de un millón 600 mil) de muertos como resultado de la pandemia mundial que vivimos. No existe un dato social de estas muertes que por supuesto serán muchas más, pero lo que nos dicen la información es que los segmentos sociales mayormente afectados son personas que pertenecen a grupos mayoritarios de la población. En Italia, primeramente afectó a personas adultas; en México, a personas obesas, con diabetes, hipertensas, etc. Esto es ya, sin concluir todavía, una limpieza social de la población en el mundo.

Las naciones y los pobres del mundo quedarán a merced de virus. Todo mundo está en cierto sosiego porque al fin ha empezado a distribuirse la vacuna que inoculará a la población contra el COVID-19. Sin embargo, de acuerdo a datos proporcionados por instituciones mundiales, como la misma ONU, apuntan a que no toda la población en el mundo participará de estos beneficios. De entrada millones de seres humanos de las naciones pobres quedarán excluidos de la vacuna, hasta que se hagan esfuerzos extraordinarios para que eso ocurra, si es que ocurre. Lo que implica, de no llevarse a cabo esto último, una especie de limpieza social, pero de un segmento particular, la población pobre.

Vacuna y dinero. Contrariamente a lo que establecen los derechos universales de la mujer y el hombre, en términos de que por el hecho de formar parte del género humano se debería tener acceso en automático a las instituciones de salud, en los hechos el dinero se impone. El costo de la vacuna, que variará, entre dos dólares y 25, implica que quienes poseen recursos podrán acceder a ella de manera inmediata, adquiriéndola en el mercado. Otros segmentos de la población en el mundo quedarán como espectadores de este hecho. Con ingresos de 1.20 dólares al día, los casi mil millones de seres humanos que viven en la línea de pobreza difícilmente accederán a ella, salvo excepciones. Esto no es otra cosa que una estrategia de vacunación que implica una limpieza social de los pobres, aunque quieran encubrirlo las potencias.

En tanto llega la vacuna, una segunda o tercera ola de muertes espera a la vuelta de la esquina. Aplicar la vacuna llevará tiempo. En ese lapso, una o más olas de contagios ocurrirán en el mundo debido a que la vacuna tardará años o décadas en aplicarse a nivel mundial. Las diferencias de ingresos, implicará también diferencias en cuanto a la aplicación de la vacuna. Para algunas naciones los tiempos serán más largos que para otros. En ese punto, las regiones pobres serán castigadas por nuevas olas de muertes o por la imposibilidad de terminar por controlar los efectos de la primera que, por cierto, tomó ritmos desiguales para cada continente.

El virus letal se quiere imponer como parte de la vida, al querer imponer entre la población el “acostumbrarnos a cohabitar con el virus”. Se quiere terminar con el temor que implica la existencia de un virus letal. Su impacto social ha sido sub valorado, colocándolo como parte de la relación que sostenemos con la naturaleza, por lo que no existe nada nuevo en el fenómeno, salvo que se le salió, temporalmente, de control al mundo científico y de la vida política. Acostumbrarse, es imponerle a la población un tipo de conducta que implica aceptar un modelo de vida que, evidentemente, no tiene por qué aceptarse en tanto que es un modelo de vida que implica acostumbrarse a la muerte e imponer una limpia social en el mundo.

Se rompe la vida, entendida como un ciclo. Parece que el aquella frase que nos han querido endilgar para que todos la asumamos, de que “debemos acostumbrarnos a vivir con el virus” que es la frase predilecta de Salinas Pliego, esconde ese desprecio contra la población pobres e indefensa, que se oculta entre las clases altas del mundo. Acostumbrarse a vivir con el virus no es otra cosa que acostumbrarse a admitir que la muerte ahora convivirá entre nosotros por siempre. No es que antes estuviera alejada, la diferencia es que ahora se elimina el concepto de vida entendida como un ciclo, en el que se vive, reproduce y muere.

Pasamos a los tiempos en que la vida ahora implica la muerte en cualquier momento, por lo que los poseedores de dinero requieren gente que “no se apendeje”, o sea, pendejos. Personas que influenciados por el nuevo impulso de valentía de esta nueva moral de los ricos, pueden caer como moscas por el virus, en lugar de pensar en cambiar el mundo.

Se impone una costumbre social diferente a la que estuvimos acostumbrados. Acostumbrarse a vivir con el virus, implica también romper con el concepto de costumbre. Anteriormente, se entendía como algo a lo que estaba sujeta la vida como parte de una tradición de la comunidad o de algún tipo de sociedad. La costumbre era algo que se repetía en el tiempo y que nos imponía ciertas prácticas asociadas a las creencias religiosas, históricas o biográficas de cada lugar. La costumbre ahora implica una manera de vivir en el peligro constante. Acostumbrarse es aceptar la costumbre como algo negativo.

Nuevas cepas del virus amenazan con condenar a la vida a vivir con la amenaza de muerte. Antiguamente, las pandemias eran detenidas con una vacuna que se producía de manera universal. Por ejemplo, el sarampión, la viruela, etcétera. Ahora, en la medida en que nuevas cepas del virus aparecen y con respecto a las cuales la nueva vacuna puede ser impotente, todo parece indicar que empezaremos a vivir un mundo de ciencia ficción. Lo que implica estar en constante y permanente zozobra con respecto a la vida y la muerte.

El capitalismo acabó con el mundo al que según Salman Rushdie, aspira la gente: ir tranquilamente a tomar un café.