/ viernes 29 de julio de 2022

“Sollozan las nostalgias”, la feria santanera

Agoniza julio. El veintiséis la patrona santanera cumple años. Antaño en aquellos nostálgicos bailes de coronación las cuerdas musicales de Carlos Tirado interpretaban “el día que llegaron las lluvias” y la piel se ponía de chinito. Se iniciaba así una semana de festejo inolvidable, rumbosa, gastalona, emotiva, “convidadora”, “molera”, “bebedora”. “Para ferias y campanas en Santa Ana”.

Evento anual que concéntricamente retumbaba en la región. Invitación al “mole” para todos. Un luminoso proyector enorme de chavero el empresario, proyectaba al cielo la alegría de un pueblo que celebraba su anualidad. El obligado estrenar de ropa de los niños, las foráneas visitas que venían desde lejos, desde cerca. Inolvidable conmemoración que ahora los santaneros en la nostalgia buscamos y no sabemos dónde hallarla. Frente al templo religioso, una plaza vacía y a la distancia, un centro ferial mecanizado, mercantilizado de micheladas y de pizzas. Le llaman feria, la sentimos ajena totalmente. Las numerosas fábricas textiles de antaño, en estos días adelantaban préstamos de fin de año a los obreros para el gasto del convite, los bailes, la bebida, los juegos mecánicos. Sobraba la felicidad y los dineros. A los bailes afamadas orquestas amenizaban. Las damas de largo y peinado de salón, de traje los caballeros. El sábado de feria por la noche, el auditorio se convertía en centro nocturno provinciano, con meseros elegantes y sus bares atestados. Desde las nueve de la noche, hasta las seis del otro día. El baile tan ansiado. El domingo, las casas con aroma a mole provinciano. Y por la tarde recibir a quien llegara. Arroz de guajolote y mole de lo mismo. Tortillas de mano. Pan de manteca, cervezas y bebida, hasta donde el cuerpo “rezongara”. Las calles saturadas de visitas. Intransitables. Infinidad de pan fiestero y como joya de la corona la feria del “pueblote” en el parque del padre de la patria, frente a la “casa” de señora Santa Ana, con los más modernos juegos mecánicos. Cada año alguno nuevo. Día lunes, el desfile ferial y continuación de la “pachanga”, para el recalentado y la curada. Los encuentros deportivos de veteranos. La visita de jugadores del Grullo que después de ganar o perder comían bien y bebían mejor. Para los santaneros julio es estallido de cohetes, costumbre que seguimos conservando. “los santaneros están quemando su dinero”, dicen los pueblos aledaños. Las comunidades como las personas, tejen de costumbres su existencia, que reiteran en el tiempo. En las estaciones del año. En el rodar del calendario que marca las anualidades. En el clima que va y viene. Todo imprime en el acervo humano huella y ahora, por supuesto nostalgias, por lo que feliz aconteció pero que ya se fue. Hábitos en el olvido, recuerdo por lo que hubo. Una feria cuya esencia y naturaleza extraviamos, no sabemos cuándo, si sabemos porque, pero hoy tenemos lo que merecemos, lo que no supimos conservar. Una feria que no sabe a feria, porque le falta el bullicio, el alborozo, el entusiasmo que antes tuvo. El malvado Tratado de Libre Comercio, quebró por cientos a las fábricas textiles, que cerraron, remataron. La economía se entristeció. Este festejo, ahora en un “recinto ferial” que no “sabe” a Santa Ana, aprisionó en cuatro paredes el bullicio callejero. La feria perdió su esencia popular. Las calles están vacías. La pandemia enlutó hogares, vacío bolsillos y los festejos no son ya lo que antes fueron. Si acaso una tenue sombra del ayer. La inflación que diario estrena precios define la feria de este julio. Limita el gusto de invitar sin límite al mole “totolero y metatudo”, los “tamales de ombligo”. La nostalgia es charla entre mayores. No busquemos culpables, porque entre todos le estamos procurando oxígeno en su agonía a nuestra feria. No supimos enaltecerla, defender su vigencia, su permanencia. Se la llevaron a extramuros, la castraron de su esencia y tradición, y a eso le apodan “progreso, modernidad”. No lo es, si se despoja a un pueblo de sus costumbres. No lo es, si hay una memoria mayoritaria insatisfecha que nostálgica, suspira al pasado. Van y vienen los munícipes y en promesa de campaña pregonan soluciones, pero solo se enriquecen y se van y la feria solo es negocio de unos cuantos. Por eso ahora tenemos una feria sin feria en el casco urbano. Pero, además, escaso dinero en los bolsillos y todo encareciéndose. Pero eso sí, mucha nostalgia en el alma por lo que fuimos, pero ya no somos.


Agoniza julio. El veintiséis la patrona santanera cumple años. Antaño en aquellos nostálgicos bailes de coronación las cuerdas musicales de Carlos Tirado interpretaban “el día que llegaron las lluvias” y la piel se ponía de chinito. Se iniciaba así una semana de festejo inolvidable, rumbosa, gastalona, emotiva, “convidadora”, “molera”, “bebedora”. “Para ferias y campanas en Santa Ana”.

Evento anual que concéntricamente retumbaba en la región. Invitación al “mole” para todos. Un luminoso proyector enorme de chavero el empresario, proyectaba al cielo la alegría de un pueblo que celebraba su anualidad. El obligado estrenar de ropa de los niños, las foráneas visitas que venían desde lejos, desde cerca. Inolvidable conmemoración que ahora los santaneros en la nostalgia buscamos y no sabemos dónde hallarla. Frente al templo religioso, una plaza vacía y a la distancia, un centro ferial mecanizado, mercantilizado de micheladas y de pizzas. Le llaman feria, la sentimos ajena totalmente. Las numerosas fábricas textiles de antaño, en estos días adelantaban préstamos de fin de año a los obreros para el gasto del convite, los bailes, la bebida, los juegos mecánicos. Sobraba la felicidad y los dineros. A los bailes afamadas orquestas amenizaban. Las damas de largo y peinado de salón, de traje los caballeros. El sábado de feria por la noche, el auditorio se convertía en centro nocturno provinciano, con meseros elegantes y sus bares atestados. Desde las nueve de la noche, hasta las seis del otro día. El baile tan ansiado. El domingo, las casas con aroma a mole provinciano. Y por la tarde recibir a quien llegara. Arroz de guajolote y mole de lo mismo. Tortillas de mano. Pan de manteca, cervezas y bebida, hasta donde el cuerpo “rezongara”. Las calles saturadas de visitas. Intransitables. Infinidad de pan fiestero y como joya de la corona la feria del “pueblote” en el parque del padre de la patria, frente a la “casa” de señora Santa Ana, con los más modernos juegos mecánicos. Cada año alguno nuevo. Día lunes, el desfile ferial y continuación de la “pachanga”, para el recalentado y la curada. Los encuentros deportivos de veteranos. La visita de jugadores del Grullo que después de ganar o perder comían bien y bebían mejor. Para los santaneros julio es estallido de cohetes, costumbre que seguimos conservando. “los santaneros están quemando su dinero”, dicen los pueblos aledaños. Las comunidades como las personas, tejen de costumbres su existencia, que reiteran en el tiempo. En las estaciones del año. En el rodar del calendario que marca las anualidades. En el clima que va y viene. Todo imprime en el acervo humano huella y ahora, por supuesto nostalgias, por lo que feliz aconteció pero que ya se fue. Hábitos en el olvido, recuerdo por lo que hubo. Una feria cuya esencia y naturaleza extraviamos, no sabemos cuándo, si sabemos porque, pero hoy tenemos lo que merecemos, lo que no supimos conservar. Una feria que no sabe a feria, porque le falta el bullicio, el alborozo, el entusiasmo que antes tuvo. El malvado Tratado de Libre Comercio, quebró por cientos a las fábricas textiles, que cerraron, remataron. La economía se entristeció. Este festejo, ahora en un “recinto ferial” que no “sabe” a Santa Ana, aprisionó en cuatro paredes el bullicio callejero. La feria perdió su esencia popular. Las calles están vacías. La pandemia enlutó hogares, vacío bolsillos y los festejos no son ya lo que antes fueron. Si acaso una tenue sombra del ayer. La inflación que diario estrena precios define la feria de este julio. Limita el gusto de invitar sin límite al mole “totolero y metatudo”, los “tamales de ombligo”. La nostalgia es charla entre mayores. No busquemos culpables, porque entre todos le estamos procurando oxígeno en su agonía a nuestra feria. No supimos enaltecerla, defender su vigencia, su permanencia. Se la llevaron a extramuros, la castraron de su esencia y tradición, y a eso le apodan “progreso, modernidad”. No lo es, si se despoja a un pueblo de sus costumbres. No lo es, si hay una memoria mayoritaria insatisfecha que nostálgica, suspira al pasado. Van y vienen los munícipes y en promesa de campaña pregonan soluciones, pero solo se enriquecen y se van y la feria solo es negocio de unos cuantos. Por eso ahora tenemos una feria sin feria en el casco urbano. Pero, además, escaso dinero en los bolsillos y todo encareciéndose. Pero eso sí, mucha nostalgia en el alma por lo que fuimos, pero ya no somos.