/ martes 9 de junio de 2020

Tintero | Covid-19, la nueva revolución social

La Covid-19 se está convirtiendo en la nueva revolución social del mundo, sobre todo porque ha cambiado radicalmente la vida de la gente en casi todos los sentidos.

Despertó en millones de personas el respeto por la vida, por los espacios en que se desarrollan y elevó su nivel de animadversión hacia los políticos que no cumplen con su trabajo.

Revolución –así la definen los especialistas- tiene su origen en la palabra latina revolutum que significa “dar vueltas”. Es un cambio radical respecto al pasado inmediato y puede ser social, político, económico y cultural. Solo que la social tiene que ver con la transformación de las relaciones personales y, de alguna forma, trasciende en las decisiones políticas de un gobierno sin necesidad de llegar a las armas.

Sin duda que la Covid-19 cambió –y lo vemos todos los días en Tlaxcala- la forma de relacionarse y comunicarse con familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos.

Desde hace varios años, la vida se ha tornado más violenta y el encono está en su mayor esplendor. La gente se odia por todo: por convivir, trabajar juntos, vivir en pareja y hasta porque algunos ostentan más poder o poseen más propiedades que otros. Se ha vivido muchos años en un ambiente hostil donde mucha gente se volvió más que intrigante.

No digo que las cosas ya cambiaron, pero pregunto: cuándo se había visto que la gente en el supermercado respetara el espacio de distancia para hacer compras y pagos; que la iglesia católica acatara la “recomendación” oficial de cancelar misas y que artistas, empresarios y comerciantes hayan suspendido actividades aun perdiendo dinero, todo para evitar más casos de esta pandemia. La lista seguramente es mayor.

Muchos han perdido económicamente, otros sus empleos y unos más el autoestima tras haber caído en problemas de ansiedad, depresión y hasta miedo que produce el confinamiento.

Pero eso sí, debemos aprender del pasado: Los textos de historia citan que la última gran pandemia mundial, la gripe española de 1918, provocó millones de muertos y el miedo se apoderó de la gente que incurrió en situaciones dramáticas de aislamiento social.

Y en el fin de la crisis del Ébola, el Banco Mundial (BM) estimó que la gran mayoría de las pérdidas económicas se debió a la irracionalidad de la población por evitar la infección, pero sobre todo por las malas decisiones de los gobiernos.

Por fortuna, en la actualidad, hoy la gente tiene varios puntos a su favor: el uso de las redes sociales, telefonía celular, videollamadas en línea y mensajería instantánea.

Lo interesante será ver el desenlace. Cuántos empleos finalmente se perderán, cuántos recuperarán, y qué harán los gobiernos y partidos que solo han visto al poder público como botín político y económico.

Aunque mucho de ello ha funcionado en los Poderes, empresas, escuelas, organismos independientes y familias, ¿qué pasará después de la pandemia? ¿Seguirá el trabajo a distancia en forma intermitente? ¿Las conversaciones virtuales? ¿La continuidad del, más que nuevo, improvisado sistema educativo? Y, ¿ayudará más la soledad a las personas que la convivencia pública?

El crecimiento de la Covid-19 se debe a la irresponsabilidad de mucha gente que no quiere acatar las medidas sanitarias y que, incluso, no cree en la enfermedad, pero sobre todo a los errores de las autoridades por la incapacidad de respuesta.

Evidentemente Covid-19 nos deja o dejará una gran lección: que es tiempo de que los políticos se pongan las pilas y que es necesario poner fin a la soberbia, el encono, la intolerancia y el odio. La solidaridad debe prevalecer por encima de todo. Al tiempo.


La Covid-19 se está convirtiendo en la nueva revolución social del mundo, sobre todo porque ha cambiado radicalmente la vida de la gente en casi todos los sentidos.

Despertó en millones de personas el respeto por la vida, por los espacios en que se desarrollan y elevó su nivel de animadversión hacia los políticos que no cumplen con su trabajo.

Revolución –así la definen los especialistas- tiene su origen en la palabra latina revolutum que significa “dar vueltas”. Es un cambio radical respecto al pasado inmediato y puede ser social, político, económico y cultural. Solo que la social tiene que ver con la transformación de las relaciones personales y, de alguna forma, trasciende en las decisiones políticas de un gobierno sin necesidad de llegar a las armas.

Sin duda que la Covid-19 cambió –y lo vemos todos los días en Tlaxcala- la forma de relacionarse y comunicarse con familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos.

Desde hace varios años, la vida se ha tornado más violenta y el encono está en su mayor esplendor. La gente se odia por todo: por convivir, trabajar juntos, vivir en pareja y hasta porque algunos ostentan más poder o poseen más propiedades que otros. Se ha vivido muchos años en un ambiente hostil donde mucha gente se volvió más que intrigante.

No digo que las cosas ya cambiaron, pero pregunto: cuándo se había visto que la gente en el supermercado respetara el espacio de distancia para hacer compras y pagos; que la iglesia católica acatara la “recomendación” oficial de cancelar misas y que artistas, empresarios y comerciantes hayan suspendido actividades aun perdiendo dinero, todo para evitar más casos de esta pandemia. La lista seguramente es mayor.

Muchos han perdido económicamente, otros sus empleos y unos más el autoestima tras haber caído en problemas de ansiedad, depresión y hasta miedo que produce el confinamiento.

Pero eso sí, debemos aprender del pasado: Los textos de historia citan que la última gran pandemia mundial, la gripe española de 1918, provocó millones de muertos y el miedo se apoderó de la gente que incurrió en situaciones dramáticas de aislamiento social.

Y en el fin de la crisis del Ébola, el Banco Mundial (BM) estimó que la gran mayoría de las pérdidas económicas se debió a la irracionalidad de la población por evitar la infección, pero sobre todo por las malas decisiones de los gobiernos.

Por fortuna, en la actualidad, hoy la gente tiene varios puntos a su favor: el uso de las redes sociales, telefonía celular, videollamadas en línea y mensajería instantánea.

Lo interesante será ver el desenlace. Cuántos empleos finalmente se perderán, cuántos recuperarán, y qué harán los gobiernos y partidos que solo han visto al poder público como botín político y económico.

Aunque mucho de ello ha funcionado en los Poderes, empresas, escuelas, organismos independientes y familias, ¿qué pasará después de la pandemia? ¿Seguirá el trabajo a distancia en forma intermitente? ¿Las conversaciones virtuales? ¿La continuidad del, más que nuevo, improvisado sistema educativo? Y, ¿ayudará más la soledad a las personas que la convivencia pública?

El crecimiento de la Covid-19 se debe a la irresponsabilidad de mucha gente que no quiere acatar las medidas sanitarias y que, incluso, no cree en la enfermedad, pero sobre todo a los errores de las autoridades por la incapacidad de respuesta.

Evidentemente Covid-19 nos deja o dejará una gran lección: que es tiempo de que los políticos se pongan las pilas y que es necesario poner fin a la soberbia, el encono, la intolerancia y el odio. La solidaridad debe prevalecer por encima de todo. Al tiempo.