/ viernes 25 de junio de 2021

¡Justicia distributiva!

Lo reitero. La distribución de la riqueza en el mundo debe ser objeto de una reforma profunda. Que tal vez no desposea a los súper ricos, pero sí, los obligue a que por la vía de impuestos contribuyan a palear las graves desigualdades que hoy se padecen. En México una tercera parte de la riqueza del país está en manos del uno por ciento de los millonarios. En el país vecino del norte, la riqueza se ha concentrado tan escandalosamente en manos de unos cuantos, que el discurso político sobre este tema, sirvió a Trump para llegar a la presidencia. La pobreza no se puede ocultar, tampoco sus consecuencias en todos los órdenes. En España, ahora la población vive bajo los latigazos de un desmedido encarecimiento en el costo de la energía eléctrica hasta del cuarenta y cuatro por ciento, lo que los ha obligado a utilizar esta lo menos posible. Porque “cuando la perra es brava, hasta los de la casa muerde”. En México, los incrementos en el recibo de luz ya son notorios. Como consecuencia de los irracionales pagos que CFE está obligada a hacer a favor de compañías extranjeras, beneficiarias de apátridas contratos suscritos por los gobiernos neoliberales. En Perú, ahora se viven momentos definitorios entre un gobierno popular y otro que quiere conservar los intereses de los menos. Resulta más que obvio que el neoliberalismo ha causado todos estos daños y que llegó el momento de revertir esas políticas, hasta para la misma sobrevivencia y viabilidad del sistema de riqueza. La pandemia en el mundo contribuyó a agudizar las diferencias. De ella los ricos emergen con sus fortunas incrementadas en mil seiscientos billones de dólares, mientras la inmensa masa ciudadana, se empobreció por gastar lo que no tenía.

En los últimos treinta años, los gobiernos neoliberales predominantes, ajustaron leyes tributarias a la conveniencia de las clases adineradas, quienes injustamente han dominado. Acomodaron la tributación a su servicio. La carga tributaria está sobre el “trabajo” y no sobre la “acumulación de riqueza”. Es muy cómodo el descuento sobre nómina, pero es injusto. Esta antinomia social es bastante más grande en Estados Unidos. Los magnates más elevados no pagan impuestos por sus acumuladas fortunas. Chapotean en miles de millones, mientras en los barrios pobres de Harlem, la pobreza se tropieza con el hambre y la insalubridad. Sabe bien el grupo político de Biden, que esta injusta situación es una infamante realidad que debe revertirse. Allá los periodos presidenciales son de cuatro años y en el horizonte está un Trump que va por la revancha y que se sabe dueño de ochenta millones de votos que acumuló en la pasada elección. Saben además que hay en el medio oeste una inmensa franja de descontentos ultras, desposeídos, Ku Klux Klanes y racistas que como patrimonio tienen la pobreza y que son quienes siguieron a Trump en su asalto al Capitolio. Punta del iceberg de una gigante adormilada corriente de votantes, que mira en los grupos de poder tradicionales, el enemigo a vencer y que son quienes ahora están en el poder. Esta pirámide invertida de la riqueza, exige reingeniería tributaria que aporte vida digna a la miseria y que los súper magnates contribuyan a su histórica viabilidad no ocurra que, en su infinita acumulación de oro, siendo islas en océanos de pobreza, terminen devorados por la mar embravecida. Esta es una nueva filosofía fiscal que no pugna por desaparecer las fabulosas fortunas, sino que con justicia distributiva establezca tasas impositivas que beneficien a las mayorías desposeídas. Tiempo es en el mundo de profundas transformaciones.

Occidente vivió a partir de Ronald Reagan y Margaret Thatcher un proceso de acumulación desenfrenado de riqueza insultante e inconveniente. Se desmanteló al esquema de “estado de bienestar”, se dio por cierto que el gobierno era mal administrador y la riqueza social se entregó a unos cuantos. Avizorando las futuras catástrofes sociales que pudiesen venir, a manera de “vacuna” plantean desde ya un giro fiscal que imponga sobre la acumulación de fortunas. El esquema impositivo actual le cobra al trabajo y no a la acumulación de riquezas. El impuesto sobre la renta es el que más recauda. Deben ser los súper ricos quienes más tributen por acumular y no el magro producto del trabajo. No una reforma fiscal que arroje pesada carga tributaria sobre los hombros de la clase trabajadora, pero sí sobre la acumulada riqueza de los poderosos Por supuesto que esta política fiscal que se avizora, no es tarea fácil. Aquellos, son dueños de los medios de producción y de comunicación. Se sienten dueños del país.

Esta propuesta, sería un giro de 180 grados, pero tendrá que ser, porque desigualdades tan abismales producidas a lo largo de la historia nos han enseñado que son el caldo de cultivo de revoluciones y movimientos sociales que han desmoronado imperios destruidos bajo la dinámica de sus propios desequilibrios. No es nada fácil, porque los cambios evolutivos dentro de la paz social nunca lo han sido. Pero son necesarios.

Lo reitero. La distribución de la riqueza en el mundo debe ser objeto de una reforma profunda. Que tal vez no desposea a los súper ricos, pero sí, los obligue a que por la vía de impuestos contribuyan a palear las graves desigualdades que hoy se padecen. En México una tercera parte de la riqueza del país está en manos del uno por ciento de los millonarios. En el país vecino del norte, la riqueza se ha concentrado tan escandalosamente en manos de unos cuantos, que el discurso político sobre este tema, sirvió a Trump para llegar a la presidencia. La pobreza no se puede ocultar, tampoco sus consecuencias en todos los órdenes. En España, ahora la población vive bajo los latigazos de un desmedido encarecimiento en el costo de la energía eléctrica hasta del cuarenta y cuatro por ciento, lo que los ha obligado a utilizar esta lo menos posible. Porque “cuando la perra es brava, hasta los de la casa muerde”. En México, los incrementos en el recibo de luz ya son notorios. Como consecuencia de los irracionales pagos que CFE está obligada a hacer a favor de compañías extranjeras, beneficiarias de apátridas contratos suscritos por los gobiernos neoliberales. En Perú, ahora se viven momentos definitorios entre un gobierno popular y otro que quiere conservar los intereses de los menos. Resulta más que obvio que el neoliberalismo ha causado todos estos daños y que llegó el momento de revertir esas políticas, hasta para la misma sobrevivencia y viabilidad del sistema de riqueza. La pandemia en el mundo contribuyó a agudizar las diferencias. De ella los ricos emergen con sus fortunas incrementadas en mil seiscientos billones de dólares, mientras la inmensa masa ciudadana, se empobreció por gastar lo que no tenía.

En los últimos treinta años, los gobiernos neoliberales predominantes, ajustaron leyes tributarias a la conveniencia de las clases adineradas, quienes injustamente han dominado. Acomodaron la tributación a su servicio. La carga tributaria está sobre el “trabajo” y no sobre la “acumulación de riqueza”. Es muy cómodo el descuento sobre nómina, pero es injusto. Esta antinomia social es bastante más grande en Estados Unidos. Los magnates más elevados no pagan impuestos por sus acumuladas fortunas. Chapotean en miles de millones, mientras en los barrios pobres de Harlem, la pobreza se tropieza con el hambre y la insalubridad. Sabe bien el grupo político de Biden, que esta injusta situación es una infamante realidad que debe revertirse. Allá los periodos presidenciales son de cuatro años y en el horizonte está un Trump que va por la revancha y que se sabe dueño de ochenta millones de votos que acumuló en la pasada elección. Saben además que hay en el medio oeste una inmensa franja de descontentos ultras, desposeídos, Ku Klux Klanes y racistas que como patrimonio tienen la pobreza y que son quienes siguieron a Trump en su asalto al Capitolio. Punta del iceberg de una gigante adormilada corriente de votantes, que mira en los grupos de poder tradicionales, el enemigo a vencer y que son quienes ahora están en el poder. Esta pirámide invertida de la riqueza, exige reingeniería tributaria que aporte vida digna a la miseria y que los súper magnates contribuyan a su histórica viabilidad no ocurra que, en su infinita acumulación de oro, siendo islas en océanos de pobreza, terminen devorados por la mar embravecida. Esta es una nueva filosofía fiscal que no pugna por desaparecer las fabulosas fortunas, sino que con justicia distributiva establezca tasas impositivas que beneficien a las mayorías desposeídas. Tiempo es en el mundo de profundas transformaciones.

Occidente vivió a partir de Ronald Reagan y Margaret Thatcher un proceso de acumulación desenfrenado de riqueza insultante e inconveniente. Se desmanteló al esquema de “estado de bienestar”, se dio por cierto que el gobierno era mal administrador y la riqueza social se entregó a unos cuantos. Avizorando las futuras catástrofes sociales que pudiesen venir, a manera de “vacuna” plantean desde ya un giro fiscal que imponga sobre la acumulación de fortunas. El esquema impositivo actual le cobra al trabajo y no a la acumulación de riquezas. El impuesto sobre la renta es el que más recauda. Deben ser los súper ricos quienes más tributen por acumular y no el magro producto del trabajo. No una reforma fiscal que arroje pesada carga tributaria sobre los hombros de la clase trabajadora, pero sí sobre la acumulada riqueza de los poderosos Por supuesto que esta política fiscal que se avizora, no es tarea fácil. Aquellos, son dueños de los medios de producción y de comunicación. Se sienten dueños del país.

Esta propuesta, sería un giro de 180 grados, pero tendrá que ser, porque desigualdades tan abismales producidas a lo largo de la historia nos han enseñado que son el caldo de cultivo de revoluciones y movimientos sociales que han desmoronado imperios destruidos bajo la dinámica de sus propios desequilibrios. No es nada fácil, porque los cambios evolutivos dentro de la paz social nunca lo han sido. Pero son necesarios.