/ viernes 10 de diciembre de 2021

La Revolución Mexicana de “los de arriba”

La Revolución de 1910 fue un sacudimiento telúrico. Cuarteó las estructuras sociales. Huracán que predispuso para transformaciones profundas. Como la constitución de 1917. Kenneth Turner, con dramatismo describe un México en la barbarie que había que demoler para dar paso a una nueva sociedad.

Ese traslape diametral de 180 grados no sería pacíficamente posible. Las revoluciones profundas son vendavales y violencia. Los intereses enraizados de voluntad propia no ceden, ni las posiciones ni los mandos. Madero se equivocó al permitir que el ejército federal sobreviviera. Y al creer que los de “abajo” se iban a conformar con un nuevo presidente. O que las clases dominantes permitirían una reforma agraria descafeinada, para que todo siguiera igual.

El cataclismo revolucionario cobró fuerza en el Norte y en el Sur y terminó por arrasarlo todo. Hasta el varón de Cuatro Ciénegas sucumbió en esa vorágine. Las ambiciones “cabalgaban” y viajaban en ferrocarril. La ambición por el poder todo lo contaminó. Calles y sus ambiciones transexenales tiñeron de sangre y de homicidios la época. Cárdenas y Alemán tranquilizaron y encausaron las ambiciones y las expectativas de los “de abajo”. Pero seamos reiterativos, la historia es un asunto individual, aunque se le quiera dar connotación colectiva y los de arriba tuvieron también sus “propias historias”, las vivieron y las aprovecharon a su manera.

Como la del hacendado que fue fusilado por negarse a entregar a la causa revolucionaria 30 mil pesos oro. La de Creel en Chihuahua, que en las columnas del banco de su propiedad sepultó la riqueza que su hijo entregó por salvar la vida. La de aquel jefe policiaco del D.F., Roberto Cruz, que amasó enorme fortuna sirviendo a los intereses de los bandos revolucionarios. La de aquel cura en Chihuahua acusado por su feligresía de no ser padre responsable y obligado a casarse. La de las muchachas ricas de Torreón que cuando Villa entró triunfante, toda la noche bailaron con el caudillo, que no tomaba alcohol, pero como bailaba.

La de aquel rico algodonero de la Laguna que debió entregar treinta mil pacas de algodón al ejercito del norte para que Villa comprara armas en la frontera. La historia de Sommerfeld, “agente” comercial que Villa tenía en E.E.U.U. para comprar armamento, que salió de la Revolución enriquecido. La del general que, habiendo acompañado en su huida a Carranza, lo escoltó hasta Tlaxcalantongo, donde fue ultimado, pero “el tesoro” de la nación ya nunca apareció. La vida de los “Cachorros de la Revolución” como se llamó a los hijos de los revolucionarios de “casimir inglés” que después de Miguel Alemán competían entre ellos para ver quien se enriquecía más y más rápidamente. La historia desmenuzada de aquellas doscientas familias a quienes se les estudio en un conocido y famoso libro, que han ido entrecruzando apellidos, fortunas y poder político desde el porfiriato hasta nuestros días y que siguen poseyendo inmensas riquezas. La de aquellos ricos duranguenses que ocultaron fortunas en oro en viejas casonas, que después fueron compradas con la única finalidad de buscar y encontrar la riqueza escondida.

La vida licenciosa de los “nuevos ricos post revolucionarios”, sus viajes a Europa, sus fincas, su educación en el extranjero, sus fortunas en bienes raíces, sus ansías por emparentar con la nobleza del viejo mundo y su desprecio por todo aquello que llamaban “mexiquito”. La marcada diferenciación económica, social y cultural entre el “México profundo” de Bonfil batalla y los “de arriba”, dueños del país. Las conocidas reformas constitucionales para eliminar los candados que se referían al petróleo, al ejido, al bienestar social. La destrucción sistemática del estado de bienestar social para ingresarnos a la economía neoliberal. La entrega de una tercera parte del territorio nacional a las empresas mineras extranjeras y nacionales, junto con la riqueza acuífera que en los últimos treinta años gobiernos entreguistas y vergonzantes llevaron a cabo.

Seria prolija la relación de miles y miles de historias individuales, de aquellos aventureros que sin tener el olor de pólvora en los bigotes se valieron de la Revolución para encaramarse en la nave de los “ganones” y los “logreros”. Revolución de sangre para muchos. De oro y poder para otros. México el de hoy, que otra vez requiere cambios profundos, aunque deseamos que nunca sean de forma violenta, porque todos tenemos algo que defender, aunque sea una hojaldra de todos santos, dura pero sabrosa, que por estos días aún queda en la despensa.

La Revolución de 1910 fue un sacudimiento telúrico. Cuarteó las estructuras sociales. Huracán que predispuso para transformaciones profundas. Como la constitución de 1917. Kenneth Turner, con dramatismo describe un México en la barbarie que había que demoler para dar paso a una nueva sociedad.

Ese traslape diametral de 180 grados no sería pacíficamente posible. Las revoluciones profundas son vendavales y violencia. Los intereses enraizados de voluntad propia no ceden, ni las posiciones ni los mandos. Madero se equivocó al permitir que el ejército federal sobreviviera. Y al creer que los de “abajo” se iban a conformar con un nuevo presidente. O que las clases dominantes permitirían una reforma agraria descafeinada, para que todo siguiera igual.

El cataclismo revolucionario cobró fuerza en el Norte y en el Sur y terminó por arrasarlo todo. Hasta el varón de Cuatro Ciénegas sucumbió en esa vorágine. Las ambiciones “cabalgaban” y viajaban en ferrocarril. La ambición por el poder todo lo contaminó. Calles y sus ambiciones transexenales tiñeron de sangre y de homicidios la época. Cárdenas y Alemán tranquilizaron y encausaron las ambiciones y las expectativas de los “de abajo”. Pero seamos reiterativos, la historia es un asunto individual, aunque se le quiera dar connotación colectiva y los de arriba tuvieron también sus “propias historias”, las vivieron y las aprovecharon a su manera.

Como la del hacendado que fue fusilado por negarse a entregar a la causa revolucionaria 30 mil pesos oro. La de Creel en Chihuahua, que en las columnas del banco de su propiedad sepultó la riqueza que su hijo entregó por salvar la vida. La de aquel jefe policiaco del D.F., Roberto Cruz, que amasó enorme fortuna sirviendo a los intereses de los bandos revolucionarios. La de aquel cura en Chihuahua acusado por su feligresía de no ser padre responsable y obligado a casarse. La de las muchachas ricas de Torreón que cuando Villa entró triunfante, toda la noche bailaron con el caudillo, que no tomaba alcohol, pero como bailaba.

La de aquel rico algodonero de la Laguna que debió entregar treinta mil pacas de algodón al ejercito del norte para que Villa comprara armas en la frontera. La historia de Sommerfeld, “agente” comercial que Villa tenía en E.E.U.U. para comprar armamento, que salió de la Revolución enriquecido. La del general que, habiendo acompañado en su huida a Carranza, lo escoltó hasta Tlaxcalantongo, donde fue ultimado, pero “el tesoro” de la nación ya nunca apareció. La vida de los “Cachorros de la Revolución” como se llamó a los hijos de los revolucionarios de “casimir inglés” que después de Miguel Alemán competían entre ellos para ver quien se enriquecía más y más rápidamente. La historia desmenuzada de aquellas doscientas familias a quienes se les estudio en un conocido y famoso libro, que han ido entrecruzando apellidos, fortunas y poder político desde el porfiriato hasta nuestros días y que siguen poseyendo inmensas riquezas. La de aquellos ricos duranguenses que ocultaron fortunas en oro en viejas casonas, que después fueron compradas con la única finalidad de buscar y encontrar la riqueza escondida.

La vida licenciosa de los “nuevos ricos post revolucionarios”, sus viajes a Europa, sus fincas, su educación en el extranjero, sus fortunas en bienes raíces, sus ansías por emparentar con la nobleza del viejo mundo y su desprecio por todo aquello que llamaban “mexiquito”. La marcada diferenciación económica, social y cultural entre el “México profundo” de Bonfil batalla y los “de arriba”, dueños del país. Las conocidas reformas constitucionales para eliminar los candados que se referían al petróleo, al ejido, al bienestar social. La destrucción sistemática del estado de bienestar social para ingresarnos a la economía neoliberal. La entrega de una tercera parte del territorio nacional a las empresas mineras extranjeras y nacionales, junto con la riqueza acuífera que en los últimos treinta años gobiernos entreguistas y vergonzantes llevaron a cabo.

Seria prolija la relación de miles y miles de historias individuales, de aquellos aventureros que sin tener el olor de pólvora en los bigotes se valieron de la Revolución para encaramarse en la nave de los “ganones” y los “logreros”. Revolución de sangre para muchos. De oro y poder para otros. México el de hoy, que otra vez requiere cambios profundos, aunque deseamos que nunca sean de forma violenta, porque todos tenemos algo que defender, aunque sea una hojaldra de todos santos, dura pero sabrosa, que por estos días aún queda en la despensa.