/ sábado 24 de agosto de 2019

LOS AVATARES DE NUESTRO TIEMPO

Aún falta partido

  • El efecto que el actual Presidente causó en el período electoral -me parece- nubló la vista de los encargados de su partido político para lograr aglutinar grupos, entorno a una agenda específica, más que a un proyecto personalísimo. Además, se configuró como un partido “atrapa todo” en función de que aún persistía la presunción de un sistema de partidos competitivo.

Resulta indudable que -tras la elección del año 2018- se ha originado una transformación, de alcance hasta ahora desconocido; el discurso señala que es un cambio en la vida pública de México, la realidad es que es una modificación de las formas que revisten al ejercicio del poder, además de cambios en las instituciones y -en general- en el régimen, actores y sistema político. Este panorama, en el que diferentes actores políticos riñen y constriñen, requiere de un entramado institucional que ofrezca certidumbre y estabilidad en medio de tantos cambios.

El sistema de partidos también es un sustantivo que ha experimentado fuertes cambios. Después de que en la elección del año 2006 la diferencia entre el primer y segundo lugar fue de solamente 0.56%, en la elección de 2018 la diferencia fue mayor al 30%. Con 30 millones 47 mil 381 votos, Andrés Manuel López Obrador se convirtió en Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, lo que supuso un distanciamiento evidente de los resultados electorales en un período de solamente 12 años. Los resultados de esta elección también dispusieron la finalización de un competitivo sistema de partidos políticos, tras el sostenimiento del Partido Revolucionario Institucional, el Partido Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática como partidos políticos dominantes, el Movimiento de Regeneración Nacional pasó a ser un partido político predominante o hegemónico.

Sin embargo, la institucionalización poco sólida del nuevo partido político configura un reto de magnitudes indescriptibles para el Presidente, sobre todo porque -como la historia lo demuestra- lo requiere para poder gobernar, para generar liderazgos con capacidades para realizar tareas de gobierno y, aunque se dude, también lo necesita para administrar la gran legitimidad y base social que apoya su agenda pero -simultáneamente- exige y plantea demandas que, dicho sea, lo que menos espera es “esperar”.

El efecto que el actual Presidente causó en el período electoral -me parece- nubló la vista de los encargados de su partido político para lograr aglutinar grupos, entorno a una agenda específica, más que a un proyecto personalísimo. Además, se configuró como un partido “atrapa todo” en función de que aún persistía la presunción de un sistema de partidos competitivo.

Este problema (la falta de un partido político disciplinado, medianamente uniforme y con mecanismo de expresión y resolución de conflictos internos) ha colocado al descubierto para la opinión pública, los múltiples conflictos entre actores sumamente distintos, colocados en la misma bolsa. Esta semana, la muestra gráfica ha sido la imagen que dejó la decisión de elegir otro perfil dentro del Senado de la República para ocupar la Presidencia de la Mesa Directiva y -consecuentemente- de esta Cámara.

La teoría sobre partidos políticos ha generado clasificaciones de éstos: según su procedencia, pueden ser de creación electoral o parlamentaria, de creación exterior (movimientos sociales) o de la fusión o escisión de otros; según su estructura interna, funcionamiento y objetivos, pueden ser partidos de cuadros o de masas (atrapa todo); según el fin buscado, pueden ser partidos de patronazgo, de clase o ideológicos; o según el grado de institucionalización, en los que se encuentran aquellos fuerte o débilmente institucionalizados.

Dada esta clasificación, el partido en el gobierno a nivel federal deberá decidir qué tipo de instituto político desea ser y, sobre todo, qué tipo de relación debe tener con las responsabilidades de gobierno, en tanto cuentan con legisladores que -de una u otra forma- deberán lograr a cabalidad el cumplimiento de la agenda prevista por el Presidente.

Mientras tanto, los conflictos por el poder son -en cierta medida- normales; es verídico señalar que a efectos de la obtención de resultados y de cuidado al funcionamiento de las instituciones, resulta indispensable evitar las confrontaciones y hacer -de la competencia política- un espacio reglamentado para lograr la operatividad de las organizaciones gubernamentales y del Estado. Para el caso de Tlaxcala, también luce -como prospectiva- el conflicto para alcanzar espacios de poder, en tanto, habrá que ver qué tipo de partido político han decidido ser.

Facebook: Luis Enrique Bermúdez

Twitter: "@EnriqueBermC

Aún falta partido

  • El efecto que el actual Presidente causó en el período electoral -me parece- nubló la vista de los encargados de su partido político para lograr aglutinar grupos, entorno a una agenda específica, más que a un proyecto personalísimo. Además, se configuró como un partido “atrapa todo” en función de que aún persistía la presunción de un sistema de partidos competitivo.

Resulta indudable que -tras la elección del año 2018- se ha originado una transformación, de alcance hasta ahora desconocido; el discurso señala que es un cambio en la vida pública de México, la realidad es que es una modificación de las formas que revisten al ejercicio del poder, además de cambios en las instituciones y -en general- en el régimen, actores y sistema político. Este panorama, en el que diferentes actores políticos riñen y constriñen, requiere de un entramado institucional que ofrezca certidumbre y estabilidad en medio de tantos cambios.

El sistema de partidos también es un sustantivo que ha experimentado fuertes cambios. Después de que en la elección del año 2006 la diferencia entre el primer y segundo lugar fue de solamente 0.56%, en la elección de 2018 la diferencia fue mayor al 30%. Con 30 millones 47 mil 381 votos, Andrés Manuel López Obrador se convirtió en Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, lo que supuso un distanciamiento evidente de los resultados electorales en un período de solamente 12 años. Los resultados de esta elección también dispusieron la finalización de un competitivo sistema de partidos políticos, tras el sostenimiento del Partido Revolucionario Institucional, el Partido Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática como partidos políticos dominantes, el Movimiento de Regeneración Nacional pasó a ser un partido político predominante o hegemónico.

Sin embargo, la institucionalización poco sólida del nuevo partido político configura un reto de magnitudes indescriptibles para el Presidente, sobre todo porque -como la historia lo demuestra- lo requiere para poder gobernar, para generar liderazgos con capacidades para realizar tareas de gobierno y, aunque se dude, también lo necesita para administrar la gran legitimidad y base social que apoya su agenda pero -simultáneamente- exige y plantea demandas que, dicho sea, lo que menos espera es “esperar”.

El efecto que el actual Presidente causó en el período electoral -me parece- nubló la vista de los encargados de su partido político para lograr aglutinar grupos, entorno a una agenda específica, más que a un proyecto personalísimo. Además, se configuró como un partido “atrapa todo” en función de que aún persistía la presunción de un sistema de partidos competitivo.

Este problema (la falta de un partido político disciplinado, medianamente uniforme y con mecanismo de expresión y resolución de conflictos internos) ha colocado al descubierto para la opinión pública, los múltiples conflictos entre actores sumamente distintos, colocados en la misma bolsa. Esta semana, la muestra gráfica ha sido la imagen que dejó la decisión de elegir otro perfil dentro del Senado de la República para ocupar la Presidencia de la Mesa Directiva y -consecuentemente- de esta Cámara.

La teoría sobre partidos políticos ha generado clasificaciones de éstos: según su procedencia, pueden ser de creación electoral o parlamentaria, de creación exterior (movimientos sociales) o de la fusión o escisión de otros; según su estructura interna, funcionamiento y objetivos, pueden ser partidos de cuadros o de masas (atrapa todo); según el fin buscado, pueden ser partidos de patronazgo, de clase o ideológicos; o según el grado de institucionalización, en los que se encuentran aquellos fuerte o débilmente institucionalizados.

Dada esta clasificación, el partido en el gobierno a nivel federal deberá decidir qué tipo de instituto político desea ser y, sobre todo, qué tipo de relación debe tener con las responsabilidades de gobierno, en tanto cuentan con legisladores que -de una u otra forma- deberán lograr a cabalidad el cumplimiento de la agenda prevista por el Presidente.

Mientras tanto, los conflictos por el poder son -en cierta medida- normales; es verídico señalar que a efectos de la obtención de resultados y de cuidado al funcionamiento de las instituciones, resulta indispensable evitar las confrontaciones y hacer -de la competencia política- un espacio reglamentado para lograr la operatividad de las organizaciones gubernamentales y del Estado. Para el caso de Tlaxcala, también luce -como prospectiva- el conflicto para alcanzar espacios de poder, en tanto, habrá que ver qué tipo de partido político han decidido ser.

Facebook: Luis Enrique Bermúdez

Twitter: "@EnriqueBermC