/ viernes 10 de julio de 2020

¡No naufraguemos!

Pesadumbres y congojas saturan nuestras horas. Varias comunidades se debaten entre la muerte y la desesperación. Miles de dramas personales y familiares, se están sucediendo ante la repentina desaparición de seres queridos y la amenaza que pende sobre todos. Estamos a la deriva, en medio de la borrasca. El timón de la nave se destrozó. La brújula enloqueció y nos sentimos “perdidos”.

Hasta antes de la pandemia, plantábamos los pies sobre un firme de creencias y convicciones que dábamos como seguras. Teníamos por cierto y nos ufanábamos de lo asombroso de la ciencia contemporánea, que lo mismo explora las estrellas más lejanas que los abismos marinos. Incesantemente encontramos lo inesperado y esas exploraciones nos daban certeza y hasta ensoberbecidos creíamos poder resolverlo todo. Pero tropezamos con una sabandija microscópica que se expandió por el mundo, eclipsando nuestro hoy y el mañana. La ciencia médica no encuentra soluciones, ahora caminamos sin norte y sin aparente destino. Cuando nuestras creencias se tornan inciertas, estamos sin dirección, máxime si la muerte se expande a los confines y el drama consiste en que no hay contención posible. Estamos en el ojo del huracán de una crisis sin precedente. Nuestra fe se está derrumbando, las convicciones se desploman y sin falsos pesimismos asemejamos autómatas sin rumbo.

Cuando la morbilidad nos acecha con su guadaña covidiana y no tenemos armas para combatirla ni contenerla, no solo se pierden las seguridades, nos estamos quedando hasta sin mundo, porque a cualquier horizonte universal que reviremos la mirada el riesgo y la angustia están presentes. Estamos dejando de confiar en la inteligencia y en la ciencia, el piso se nos mueve y no encontramos donde depositar nuestra presencia individual.

La batalla como especie será por sobrevivir. Confiemos, la vida siempre se abre paso. Venzamos este marasmo, que en seco nos planta sobre un horizonte sin porvenir y en donde están por construirse nuestras decisiones y actuares inmediatos y futuros. Hallémonos a nosotros mismos, porque las pesadillas cuando se vuelven reales, nos arrancan de cuajo de nuestros seguros estantes y nos ubican en la nada. Una vez afianzado el hoy, deberemos dibujar las coordenadas para levantar el nuevo andamiaje de creencias, en el que vida y razón coincidan y con base en ello, seguro estoy habrá de llegar una nueva aurora, tan prometedora que refulgirá como un radiante sol de mediodía. El vivir diario es nuestra propia chamba. Mi historia personal se conjunta con la de los demás para escribir la historia social, pero hacia adentro de mi “yo”, ahora vivo en una dramática soledad que esta comenzado a adquirir tintes de horror y debo vivirlos en este tiempo presente de dolor.

Para rediseñar nuestras convicciones y salir de la crisis que ahora nos tiene maniatados, embozados, confinados, azorados, indefensos y expuestos a lo incierto, con la parca rondando a nuestro derredor, los esfuerzos universales unificados deberán encontrar, sin egoísmos ni mezquindades soluciones inmediatas y de cobertura total. Filósofos y pensadores sociales afines deben hallar las hebras que conduzcan a la madeja del porvenir. Suicidios inesperados están sucediendo en diferentes naciones y van en aumento. En los asilos, los ancianos han muerto en la soledad y sin asistencia médica. Hay países donde están abandonando, amortajados, a sus muertos en la calle, ante la imposibilidad de la incineración.

Las ideas filosóficas neoliberales ya naufragaron y hoy empantanados estamos a la mitad de la crisis, que ya tiene perfiles de catástrofe. Para que nuestro yo interno se sostenga, habrá que encontrar razones que alumbre la vida común y personal. Ese nuevo esquema de convicciones será la esperanza necesaria de la que deberemos asirnos para sentir que tenemos presente y habrá futuro y que esta crisis y naufragio no nos extinguirá ni como comunidad multinacional ni como raza humana.

¡En medio de la tormenta deberemos reinventarnos!

Pesadumbres y congojas saturan nuestras horas. Varias comunidades se debaten entre la muerte y la desesperación. Miles de dramas personales y familiares, se están sucediendo ante la repentina desaparición de seres queridos y la amenaza que pende sobre todos. Estamos a la deriva, en medio de la borrasca. El timón de la nave se destrozó. La brújula enloqueció y nos sentimos “perdidos”.

Hasta antes de la pandemia, plantábamos los pies sobre un firme de creencias y convicciones que dábamos como seguras. Teníamos por cierto y nos ufanábamos de lo asombroso de la ciencia contemporánea, que lo mismo explora las estrellas más lejanas que los abismos marinos. Incesantemente encontramos lo inesperado y esas exploraciones nos daban certeza y hasta ensoberbecidos creíamos poder resolverlo todo. Pero tropezamos con una sabandija microscópica que se expandió por el mundo, eclipsando nuestro hoy y el mañana. La ciencia médica no encuentra soluciones, ahora caminamos sin norte y sin aparente destino. Cuando nuestras creencias se tornan inciertas, estamos sin dirección, máxime si la muerte se expande a los confines y el drama consiste en que no hay contención posible. Estamos en el ojo del huracán de una crisis sin precedente. Nuestra fe se está derrumbando, las convicciones se desploman y sin falsos pesimismos asemejamos autómatas sin rumbo.

Cuando la morbilidad nos acecha con su guadaña covidiana y no tenemos armas para combatirla ni contenerla, no solo se pierden las seguridades, nos estamos quedando hasta sin mundo, porque a cualquier horizonte universal que reviremos la mirada el riesgo y la angustia están presentes. Estamos dejando de confiar en la inteligencia y en la ciencia, el piso se nos mueve y no encontramos donde depositar nuestra presencia individual.

La batalla como especie será por sobrevivir. Confiemos, la vida siempre se abre paso. Venzamos este marasmo, que en seco nos planta sobre un horizonte sin porvenir y en donde están por construirse nuestras decisiones y actuares inmediatos y futuros. Hallémonos a nosotros mismos, porque las pesadillas cuando se vuelven reales, nos arrancan de cuajo de nuestros seguros estantes y nos ubican en la nada. Una vez afianzado el hoy, deberemos dibujar las coordenadas para levantar el nuevo andamiaje de creencias, en el que vida y razón coincidan y con base en ello, seguro estoy habrá de llegar una nueva aurora, tan prometedora que refulgirá como un radiante sol de mediodía. El vivir diario es nuestra propia chamba. Mi historia personal se conjunta con la de los demás para escribir la historia social, pero hacia adentro de mi “yo”, ahora vivo en una dramática soledad que esta comenzado a adquirir tintes de horror y debo vivirlos en este tiempo presente de dolor.

Para rediseñar nuestras convicciones y salir de la crisis que ahora nos tiene maniatados, embozados, confinados, azorados, indefensos y expuestos a lo incierto, con la parca rondando a nuestro derredor, los esfuerzos universales unificados deberán encontrar, sin egoísmos ni mezquindades soluciones inmediatas y de cobertura total. Filósofos y pensadores sociales afines deben hallar las hebras que conduzcan a la madeja del porvenir. Suicidios inesperados están sucediendo en diferentes naciones y van en aumento. En los asilos, los ancianos han muerto en la soledad y sin asistencia médica. Hay países donde están abandonando, amortajados, a sus muertos en la calle, ante la imposibilidad de la incineración.

Las ideas filosóficas neoliberales ya naufragaron y hoy empantanados estamos a la mitad de la crisis, que ya tiene perfiles de catástrofe. Para que nuestro yo interno se sostenga, habrá que encontrar razones que alumbre la vida común y personal. Ese nuevo esquema de convicciones será la esperanza necesaria de la que deberemos asirnos para sentir que tenemos presente y habrá futuro y que esta crisis y naufragio no nos extinguirá ni como comunidad multinacional ni como raza humana.

¡En medio de la tormenta deberemos reinventarnos!