/ martes 28 de agosto de 2018

EL CRISTAL CON QUE SE MIRA

LAS OBRAS QUEDAN

Los grandes constructores de instituciones en el mundo, que son recordados y admirados por unos o señalados por otros, estoy convencida que siempre tuvieron como motivación un interés superior a su persona y/o trascendencia individual; el interés por la patria. No se puede entender a los líderes sino a través de sus obras. Me gusta imaginar a los poderosos en sus reflexiones personales; pienso que en la soledad de sus aposentos u oficinas, en algún trayecto o al escribir, sus mentes pueden ver a través de la miseria y desasosiego de los habitantes de México y que sus ideas surgen para no solo paliar la circunstancia sino para hacer realidad soluciones de desarrollo para todos.

En esos momentos de soledad en la toma de decisiones, me cuesta concebir una intención premeditada por hacer o causar el mal. Me niego a pensar que las personas en quienes están puestos los destinos de la Nación actúen bajo la premisa de ser parte de decisiones que agranden la pobreza, ignorancia, tristeza y desesperación de los más desprotegidos.

En los hechos, sin embargo, la cosa cambia. El ego (¡ese diablillo!) destruye al más puesto. Se requiere en verdad madurez, sencillez de alma, amor profundo por una misión, capacidad de sacrificio y altura de miras para anteponer el bien común al personal. El poder corrompe porque los principios son endebles. La capacidad de determinar destinos, crea cuadros psicóticos que solo quienes tienen estabilidad emocional superan.

Así, vemos casos en los que la ética, el buen juicio, el sentido común y la justicia pasan a segundo o tercer plano dando lugar a determinaciones que destruyen proyectos, instituciones y países. Las argucias leguleyas para apropiarse de lo que no le corresponde a quien las utiliza son el pan nuestro de cada día y, con ello, la frustración crece y la esperanza decae.

Los líderes verdaderos construyen a partir del entendido que aunque haya diversidad de opiniones o diferencia en la inteligencia, no puede existir disociación de los corazones, so pena de perder todos. La patria no puede divorciarse de sí misma; el bien común debe resultar a partir no solo de la buena intención sino de la forma de encarnarla. La búsqueda de inclusión, concordia, cortesía, magnanimidad y corrección política, hoy tan perdida, es indispensable para la reconciliación y, hoy por hoy no se distingue entre la espesa bruma de los apetitos personales y la ausencia de visión de patria para todos.

LAS OBRAS QUEDAN

Los grandes constructores de instituciones en el mundo, que son recordados y admirados por unos o señalados por otros, estoy convencida que siempre tuvieron como motivación un interés superior a su persona y/o trascendencia individual; el interés por la patria. No se puede entender a los líderes sino a través de sus obras. Me gusta imaginar a los poderosos en sus reflexiones personales; pienso que en la soledad de sus aposentos u oficinas, en algún trayecto o al escribir, sus mentes pueden ver a través de la miseria y desasosiego de los habitantes de México y que sus ideas surgen para no solo paliar la circunstancia sino para hacer realidad soluciones de desarrollo para todos.

En esos momentos de soledad en la toma de decisiones, me cuesta concebir una intención premeditada por hacer o causar el mal. Me niego a pensar que las personas en quienes están puestos los destinos de la Nación actúen bajo la premisa de ser parte de decisiones que agranden la pobreza, ignorancia, tristeza y desesperación de los más desprotegidos.

En los hechos, sin embargo, la cosa cambia. El ego (¡ese diablillo!) destruye al más puesto. Se requiere en verdad madurez, sencillez de alma, amor profundo por una misión, capacidad de sacrificio y altura de miras para anteponer el bien común al personal. El poder corrompe porque los principios son endebles. La capacidad de determinar destinos, crea cuadros psicóticos que solo quienes tienen estabilidad emocional superan.

Así, vemos casos en los que la ética, el buen juicio, el sentido común y la justicia pasan a segundo o tercer plano dando lugar a determinaciones que destruyen proyectos, instituciones y países. Las argucias leguleyas para apropiarse de lo que no le corresponde a quien las utiliza son el pan nuestro de cada día y, con ello, la frustración crece y la esperanza decae.

Los líderes verdaderos construyen a partir del entendido que aunque haya diversidad de opiniones o diferencia en la inteligencia, no puede existir disociación de los corazones, so pena de perder todos. La patria no puede divorciarse de sí misma; el bien común debe resultar a partir no solo de la buena intención sino de la forma de encarnarla. La búsqueda de inclusión, concordia, cortesía, magnanimidad y corrección política, hoy tan perdida, es indispensable para la reconciliación y, hoy por hoy no se distingue entre la espesa bruma de los apetitos personales y la ausencia de visión de patria para todos.