/ martes 24 de noviembre de 2020

Nos faltan 11 cada día

El 25 de noviembre de 1960, en República Dominicana, tres activistas políticas y hermanas: Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, fueron asesinadas brutalmente por órdenes del dictador Rafael Leónidas Trujillo. Las mandó asesinar Trujillo como Juan Antonio N. presuntamente envió a dos sicarios a desfigurar con ácido el rostro de María Elena N. en septiembre de 2019, o como Juan Carlos N., que presuntamente mandó a asesinar a su esposa Abril N., importándole poco que sus propios hijos fuesen testigos del crimen. Lo hicieron por una simple razón: podían.

Día tras día, 11 mujeres en México serán asesinadas y 8 jamás recibirán justicia; mientras el mundo gira, ellas estarán sufriendo tortura, vejaciones y muerte. Muchas miles más cargarán el tormento de la jornada; ellas, las que se acostaron con un bofetón y se levantaron con un grito; las que por defender la integridad de sus hijas e hijos recibirán una patada. Ellas, las madres, hijas, hermanas, amigas, de los violentadores; las invisibles en el juzgado, las revictimizadas por los ministerios públicos y los jueces, que, aun viendo sus moretones y cicatrices, les exigen que describan vez tras vez el horror que viven y al final, con desprecio recibirán un: algo habrá usted hecho para provocar a su marido.

Se estima que siete de cada 10 mujeres padecen o han padecido violencia por parte de un hombre, normalmente, de uno cercano que debería cuidarla y amarla, no denigrarla y someterla. La violencia, hay que tener esto presente, siempre es un ejercicio inapropiado de poder. Nadie violenta a quien no puede. Los privilegios que nuestra cultura otorga al hombre, como libertad de uso de tiempo, placer corporal, diversión, liberación de responsabilidades domésticas para dedicarse a su quehacer profesional, entre otros, conlleva sin duda, la percepción de que el hombre tiene poder para subordinar, controlar y someter a quien no se ajusta a las expectativas, exigencias y estándares de lo que a juicio de la visión tradicional masculina debe ser “una buena mujer”.

Considerando que la violencia contra las mujeres es práctica común en el mundo entero, para denunciarla y reclamar políticas en todos los países para su erradicación, a impulso del movimiento feminista latinoamericano, desde 1981 se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer cada 25 de noviembre. La jornada de acción abarca 16 días, terminando el 10 de diciembre, día de los Derechos Humanos.

Mucho se intenta hacer para erradicar este flagelo, todo encomiable; sin embargo, si no actuamos a nivel preventivo con programas específicos de coeducación en igualdad desde las primeras etapas de la vida, difícilmente podremos revertir nada. La forma de solucionar conflictos, gestionar emociones y relacionarnos con los semejantes, se aprende en la infancia. Así, a menos que se tome conciencia y se busque ayuda profesional, los violentadores lo seguirán siendo. Aprenden patrones, repiten conductas, reafirman su ego con lo aprendido de niños.

Prevenir y sancionar; hacia allá debe estar encaminado todo esfuerzo. Cada acción debe traducirse en una mujer que viva en paz. En tanto eso sucede, lo que sí queda tristemente claro hoy por hoy, es que en nuestro país nos siguen faltando 11 cada día.

El 25 de noviembre de 1960, en República Dominicana, tres activistas políticas y hermanas: Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, fueron asesinadas brutalmente por órdenes del dictador Rafael Leónidas Trujillo. Las mandó asesinar Trujillo como Juan Antonio N. presuntamente envió a dos sicarios a desfigurar con ácido el rostro de María Elena N. en septiembre de 2019, o como Juan Carlos N., que presuntamente mandó a asesinar a su esposa Abril N., importándole poco que sus propios hijos fuesen testigos del crimen. Lo hicieron por una simple razón: podían.

Día tras día, 11 mujeres en México serán asesinadas y 8 jamás recibirán justicia; mientras el mundo gira, ellas estarán sufriendo tortura, vejaciones y muerte. Muchas miles más cargarán el tormento de la jornada; ellas, las que se acostaron con un bofetón y se levantaron con un grito; las que por defender la integridad de sus hijas e hijos recibirán una patada. Ellas, las madres, hijas, hermanas, amigas, de los violentadores; las invisibles en el juzgado, las revictimizadas por los ministerios públicos y los jueces, que, aun viendo sus moretones y cicatrices, les exigen que describan vez tras vez el horror que viven y al final, con desprecio recibirán un: algo habrá usted hecho para provocar a su marido.

Se estima que siete de cada 10 mujeres padecen o han padecido violencia por parte de un hombre, normalmente, de uno cercano que debería cuidarla y amarla, no denigrarla y someterla. La violencia, hay que tener esto presente, siempre es un ejercicio inapropiado de poder. Nadie violenta a quien no puede. Los privilegios que nuestra cultura otorga al hombre, como libertad de uso de tiempo, placer corporal, diversión, liberación de responsabilidades domésticas para dedicarse a su quehacer profesional, entre otros, conlleva sin duda, la percepción de que el hombre tiene poder para subordinar, controlar y someter a quien no se ajusta a las expectativas, exigencias y estándares de lo que a juicio de la visión tradicional masculina debe ser “una buena mujer”.

Considerando que la violencia contra las mujeres es práctica común en el mundo entero, para denunciarla y reclamar políticas en todos los países para su erradicación, a impulso del movimiento feminista latinoamericano, desde 1981 se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer cada 25 de noviembre. La jornada de acción abarca 16 días, terminando el 10 de diciembre, día de los Derechos Humanos.

Mucho se intenta hacer para erradicar este flagelo, todo encomiable; sin embargo, si no actuamos a nivel preventivo con programas específicos de coeducación en igualdad desde las primeras etapas de la vida, difícilmente podremos revertir nada. La forma de solucionar conflictos, gestionar emociones y relacionarnos con los semejantes, se aprende en la infancia. Así, a menos que se tome conciencia y se busque ayuda profesional, los violentadores lo seguirán siendo. Aprenden patrones, repiten conductas, reafirman su ego con lo aprendido de niños.

Prevenir y sancionar; hacia allá debe estar encaminado todo esfuerzo. Cada acción debe traducirse en una mujer que viva en paz. En tanto eso sucede, lo que sí queda tristemente claro hoy por hoy, es que en nuestro país nos siguen faltando 11 cada día.