/ lunes 7 de marzo de 2022

¿Qué quieren las mujeres?

Cuenta la leyenda que cuando el rey Arturo era joven, se adentró en los dominios del Caballero Oscuro, que lo capturó y amenazó con matarlo si en el plazo de un año no encontraba la respuesta a una pregunta: ¿Qué es lo que realmente desean las mujeres? la bruja que conocía la respuesta y que era horriblemente fea, le dijo que solo le revelaría la respuesta si Galván, el más noble caballero de la Mesa Redonda, se casaba con ella. Galván aceptó para salvar a su rey y amigo, y la bruja dijo que lo que las mujeres deseaban realmente era decidir sobre su propia vida. La noche de bodas, en la cámara nupcial, la bruja se convirtió en la más hermosa de las mujeres y le dijo a su esposo: «Esta es mi verdadera naturaleza, pero solo podrás disfrutar de ella la mitad del tiempo. Puedo ser fea de día, a la vista de todos, y hermosa de noche, en la intimidad, o hermosa de día y fea de noche, elige». Galván contestó sin dudarlo: «Elige tú lo que prefieras». Y entonces ella dijo: «Esa es la respuesta correcta, y como premio por respetar mi voluntad seré hermosa de día y de noche».

La leyenda insiste en que el destino de una mujer es el hombre y con ello refuerza la idea de que sin ellos, ellas no existen, no valen, no son, pero destacaré solo el mensaje nuclear: las mujeres queremos decidir, y para ello debemos saber, tener grabado hasta la médula que somos libres, seres humanos pensantes y sintientes, que nuestras imperfecciones, exactamente igual que las de los hombres, no nos hacen inferiores ni defectuosas, que nuestro raciocinio puede expresarse en opiniones informadas, fundadas o solamente intuitivas así como ellos las manifiestan y que así, igual que a ellos, se nos debe escuchar, respetar y valorar no tanto por lo que hacemos sino por lo que somos.

El movimiento feminsta no consiste en que las mujeres queramos superar a los hombres, dominarlos, hacerlos a un lado o entender la vida sin ellos; no, no y no. Lo que pretende es que nos entendamos como personas con igual derecho a triunfar en lo profesional, a ser felices, a que se nos crea, valore y estime como personas y no como objetos, a que siendo personas integrales, no se nos confine culturalmente como exclusivas responsables de limpiar la casa, cuidar de otros y dedicar la existencia a que los demás sean felices a costa de entregar nuestra vida a padres, hijos o familia ampliada dejando de gozar la propia.

Las mujeres queremos dejar de sentir miedo cada vez que salimos a la calle o abordamos el transporte público, deseamos con toda el alma poder transitar en libertad y seguridad sin ese perenne estado de alerta y tensión por si el pantalón o la blusa o el vestido deja entrever alguna parte de nuestro cuerpo que se le antoje a un troglodita que asume que el cuerpo femenino es objeto para su uso, goce, disfrute y descarte como lo puede ser cualquier otra cosa inanimada.

Las mujeres queremos decidir qué estudiar, en dónde trabajar y a qué destinar los años que nos toque vivir en este planeta sin condicionar esa elección a lo que diga un padre, hermano, novio, esposo o cualquier otro hombre en nuestras vidas, queremos que la elección de misión no esté atada al juicio social que conlleva que una actividad esté asociada a roles estrictamente femeninos o, peor aún, estrictamente masculinos, lo que regularmente conlleva que se estigmatice despectivamente o inclusive violente a aquellas que las eligen.

Las mujeres queremos que se normalice nuestra presencia en todos los ámbitos de la sociedad y que termine de una vez por todas esa frase de: “la primera mujer que hace, construye, ostenta, etc”. Queremos que se nos entienda como la mitad de la población y no como grupo vulnerable ni minoritario exigente de favoritismos, sino que con acciones de política pública se terminen de una vez por todas de cerrar las brechas de ingreso, inclusión laboral, cuidados, y construcción social y familiar igualitaria. Queremos gobiernos que destinen presupuesto y políticas públicas sin pasos atrás a estancias infantiles, escuelas de tiempo completo, refugios para quienes sufren violencia y por supuesto, también para nuestros hijos y parejas, atención médica integral, empleos bien remunerados y seguridad para todas y todos. Las mujeres anhelamos que los patriarcas entiendan que tender su cama, limpiar su baño o quitarle un cólico a un bebé es igual de importante que los triunfos políticos, académicos o empresariales; aún más, que sin lo primero, lo segundo es prácticamente imposible y por ello, que el trabajo dentro del hogar debe dejar de ser entendido como actividad de segunda y por ende, de mujeres. Hoy día, los hombres visualizan como obstáculo entre ellos y su éxito solo los problemas que enfrentan en su actividad preponderante; en cambio, a nosotras se nos suman a los profesionales, los obstáculos domésticos. Esa desigualdad debería ser inadmisible.

El 8 de marzo habrá marchas, manifestaciones y expresiones en cada rinción del mundo; todo se resume en esto: para tomar decisiones, para elegir, es indispensable ser a plenitud, existir a plenitud y vivir a plenitud, y exactamente eso, nada más pero tampoco una milésima de menos, es lo que queremos las mujeres.

Cuenta la leyenda que cuando el rey Arturo era joven, se adentró en los dominios del Caballero Oscuro, que lo capturó y amenazó con matarlo si en el plazo de un año no encontraba la respuesta a una pregunta: ¿Qué es lo que realmente desean las mujeres? la bruja que conocía la respuesta y que era horriblemente fea, le dijo que solo le revelaría la respuesta si Galván, el más noble caballero de la Mesa Redonda, se casaba con ella. Galván aceptó para salvar a su rey y amigo, y la bruja dijo que lo que las mujeres deseaban realmente era decidir sobre su propia vida. La noche de bodas, en la cámara nupcial, la bruja se convirtió en la más hermosa de las mujeres y le dijo a su esposo: «Esta es mi verdadera naturaleza, pero solo podrás disfrutar de ella la mitad del tiempo. Puedo ser fea de día, a la vista de todos, y hermosa de noche, en la intimidad, o hermosa de día y fea de noche, elige». Galván contestó sin dudarlo: «Elige tú lo que prefieras». Y entonces ella dijo: «Esa es la respuesta correcta, y como premio por respetar mi voluntad seré hermosa de día y de noche».

La leyenda insiste en que el destino de una mujer es el hombre y con ello refuerza la idea de que sin ellos, ellas no existen, no valen, no son, pero destacaré solo el mensaje nuclear: las mujeres queremos decidir, y para ello debemos saber, tener grabado hasta la médula que somos libres, seres humanos pensantes y sintientes, que nuestras imperfecciones, exactamente igual que las de los hombres, no nos hacen inferiores ni defectuosas, que nuestro raciocinio puede expresarse en opiniones informadas, fundadas o solamente intuitivas así como ellos las manifiestan y que así, igual que a ellos, se nos debe escuchar, respetar y valorar no tanto por lo que hacemos sino por lo que somos.

El movimiento feminsta no consiste en que las mujeres queramos superar a los hombres, dominarlos, hacerlos a un lado o entender la vida sin ellos; no, no y no. Lo que pretende es que nos entendamos como personas con igual derecho a triunfar en lo profesional, a ser felices, a que se nos crea, valore y estime como personas y no como objetos, a que siendo personas integrales, no se nos confine culturalmente como exclusivas responsables de limpiar la casa, cuidar de otros y dedicar la existencia a que los demás sean felices a costa de entregar nuestra vida a padres, hijos o familia ampliada dejando de gozar la propia.

Las mujeres queremos dejar de sentir miedo cada vez que salimos a la calle o abordamos el transporte público, deseamos con toda el alma poder transitar en libertad y seguridad sin ese perenne estado de alerta y tensión por si el pantalón o la blusa o el vestido deja entrever alguna parte de nuestro cuerpo que se le antoje a un troglodita que asume que el cuerpo femenino es objeto para su uso, goce, disfrute y descarte como lo puede ser cualquier otra cosa inanimada.

Las mujeres queremos decidir qué estudiar, en dónde trabajar y a qué destinar los años que nos toque vivir en este planeta sin condicionar esa elección a lo que diga un padre, hermano, novio, esposo o cualquier otro hombre en nuestras vidas, queremos que la elección de misión no esté atada al juicio social que conlleva que una actividad esté asociada a roles estrictamente femeninos o, peor aún, estrictamente masculinos, lo que regularmente conlleva que se estigmatice despectivamente o inclusive violente a aquellas que las eligen.

Las mujeres queremos que se normalice nuestra presencia en todos los ámbitos de la sociedad y que termine de una vez por todas esa frase de: “la primera mujer que hace, construye, ostenta, etc”. Queremos que se nos entienda como la mitad de la población y no como grupo vulnerable ni minoritario exigente de favoritismos, sino que con acciones de política pública se terminen de una vez por todas de cerrar las brechas de ingreso, inclusión laboral, cuidados, y construcción social y familiar igualitaria. Queremos gobiernos que destinen presupuesto y políticas públicas sin pasos atrás a estancias infantiles, escuelas de tiempo completo, refugios para quienes sufren violencia y por supuesto, también para nuestros hijos y parejas, atención médica integral, empleos bien remunerados y seguridad para todas y todos. Las mujeres anhelamos que los patriarcas entiendan que tender su cama, limpiar su baño o quitarle un cólico a un bebé es igual de importante que los triunfos políticos, académicos o empresariales; aún más, que sin lo primero, lo segundo es prácticamente imposible y por ello, que el trabajo dentro del hogar debe dejar de ser entendido como actividad de segunda y por ende, de mujeres. Hoy día, los hombres visualizan como obstáculo entre ellos y su éxito solo los problemas que enfrentan en su actividad preponderante; en cambio, a nosotras se nos suman a los profesionales, los obstáculos domésticos. Esa desigualdad debería ser inadmisible.

El 8 de marzo habrá marchas, manifestaciones y expresiones en cada rinción del mundo; todo se resume en esto: para tomar decisiones, para elegir, es indispensable ser a plenitud, existir a plenitud y vivir a plenitud, y exactamente eso, nada más pero tampoco una milésima de menos, es lo que queremos las mujeres.