/ viernes 27 de mayo de 2022

Retahíla para cinéfilos | Diamantes para el desayuno

Un simple vaso de café puede ser el almuerzo más elegante en las manos correctas. Por lo menos así lo fue cada mañana para Holly Golightly frente a la joyería Tiffany & Co. Holly es la protagonista de una cinta clásica de los sesenta basada en la novela homónima del estadounidense Truman Capote “Breakfast at Tiffany 's”. Y fue la maravillosa Andrey Hepburn quien le dio vida a este entrañable personaje; la señorita Golightly es una excéntrica neoyorquina que sueña en convertirse en una exitosa y adinerada actriz para permitirse toda clase de lujos y comodidades que hasta el momento no ha alcanzado. Sin embargo, no se permite alejar de la vida soñada cuando cada mañana se acerca al escaparate de su joyería favorita para desayunar tranquilamente y seguir idealizando ese mundo utópico que considera merecer.

En el inter, lleva ya bastante tiempo siendo la dama de compañía de importantes hombres que están dispuestos a pagar lo que sea por un poco de su atención, entre ellos un recluso al que visita cada semana para costear el alquiler de su minúsculo departamento en el que ocurren las más insospechadas aventuras.

Llega el día en que el amor, de nombre Paul Varjack, toca a su puerta. Su nuevo vecino del edificio espera que Holly pueda prestarle su teléfono, pero en lugar de eso se convirtió en el pretexto para comenzar una relación de amistad que invariablemente culminará en motivo romántico.

No pasa mucho tiempo hasta que el pasado de Holly, las sospechosas visitas al reclusorio y las metas económicas de la joven se ven disueltas en una serie de embrollos que solo la humildad podrá resolver. Lejos de ser una película moralista, “Diamantes para el desayuno” es un golpe de realidad, una confrontación al sentido común. En uno de los primeros diálogos, Holly menciona que “nadie le pertenece a nadie” y, aunque tiene toda la razón del mundo, vivir en sociedad permite cuestionar esas afirmaciones que impiden conducirse por el camino de lo que pudiera considerarse “felicidad” y entonces, pese a lo sencilla que es, la misma cinta es quien confronta al espectador.

La dirección de Blake Edwards permitió que la comedia se entremezclan con el drama del ya existente guion y, además de la aclamación del público, le valió dos premios Oscar por Mejor Banda Sonora y Mejor Canción por la inolvidable “Moon River”, el soundtrack perfecto para este viaje en el tiempo donde la arquitectura, la moda, la literatura y el jazz se funden.

Un simple vaso de café puede ser el almuerzo más elegante en las manos correctas. Por lo menos así lo fue cada mañana para Holly Golightly frente a la joyería Tiffany & Co. Holly es la protagonista de una cinta clásica de los sesenta basada en la novela homónima del estadounidense Truman Capote “Breakfast at Tiffany 's”. Y fue la maravillosa Andrey Hepburn quien le dio vida a este entrañable personaje; la señorita Golightly es una excéntrica neoyorquina que sueña en convertirse en una exitosa y adinerada actriz para permitirse toda clase de lujos y comodidades que hasta el momento no ha alcanzado. Sin embargo, no se permite alejar de la vida soñada cuando cada mañana se acerca al escaparate de su joyería favorita para desayunar tranquilamente y seguir idealizando ese mundo utópico que considera merecer.

En el inter, lleva ya bastante tiempo siendo la dama de compañía de importantes hombres que están dispuestos a pagar lo que sea por un poco de su atención, entre ellos un recluso al que visita cada semana para costear el alquiler de su minúsculo departamento en el que ocurren las más insospechadas aventuras.

Llega el día en que el amor, de nombre Paul Varjack, toca a su puerta. Su nuevo vecino del edificio espera que Holly pueda prestarle su teléfono, pero en lugar de eso se convirtió en el pretexto para comenzar una relación de amistad que invariablemente culminará en motivo romántico.

No pasa mucho tiempo hasta que el pasado de Holly, las sospechosas visitas al reclusorio y las metas económicas de la joven se ven disueltas en una serie de embrollos que solo la humildad podrá resolver. Lejos de ser una película moralista, “Diamantes para el desayuno” es un golpe de realidad, una confrontación al sentido común. En uno de los primeros diálogos, Holly menciona que “nadie le pertenece a nadie” y, aunque tiene toda la razón del mundo, vivir en sociedad permite cuestionar esas afirmaciones que impiden conducirse por el camino de lo que pudiera considerarse “felicidad” y entonces, pese a lo sencilla que es, la misma cinta es quien confronta al espectador.

La dirección de Blake Edwards permitió que la comedia se entremezclan con el drama del ya existente guion y, además de la aclamación del público, le valió dos premios Oscar por Mejor Banda Sonora y Mejor Canción por la inolvidable “Moon River”, el soundtrack perfecto para este viaje en el tiempo donde la arquitectura, la moda, la literatura y el jazz se funden.