/ viernes 17 de noviembre de 2017

Política para adultos

“Coco”.

Hace tres días fui al cine con mi esposa a ver “Coco”. La experiencia fue extraordinaria:

Se trata de una película de la poderosa empresa Disney sobre las tradiciones mexicanas del Día de Muertos y la importancia de la vida en familia.

Temas que parecerían no estar de moda, ante el auge del racismo, la xenofobia y el clasismo. Una cinta que podrá causar un infarto a Trump y los seguidores cuando la vean, porque todos los personajes son mexicanos pobres, similares a los que el hombre del pelo zanahoria quiere deportar.

La película es un despliegue de entretenimiento de alta calidad: colorida, emocionante, dramática. Nunca decae el interés y el entusiasmo de los espectadores. La historia gira en torno a las emocionantes aventuras de un niño que quiere ser cantante y compositor y cae en el mundo mágico de las calaveras mexicanas. El chico además, lucha ante la oposición de su familia y la indiferencia de los demás, para alcanzar su sueño.

Los productores, el director, los realizadores y los musicalizadores pasaron muchos meses viviendo en México para captar la atmósfera estética de los pueblos de Michoacán, Guanajuato, Yucatán y Oaxaca y cayeron enamorados de ellos. De la belleza de las tradiciones y de la dignidad de la vida cotidiana en esas regiones. Los personajes resultan verosímiles y entrañables. Al grado que algunos espectadores creen ver en ellos a sus propias familias. Pero al mismo tiempo, la calidad de la animación, la dinámica del guión y la vertiginosa edición hacen de ésta cinta, una expresión de la más sofisticada tecnología.

Una maravilla que no debe de dejar de ver ningún mexicano. Desde los niños, hasta los ancianos, pasando por los millennials y las generaciones X y Y.

Yo la vi en los cines de las flamantes Galerías Tlaxcala. También una experiencia agradable: sobre todo el café del restaurante Town atrás de Liverpool.

Y ahora mi interpretación de la fiesta de los muertos:

La esperanza de una vida después de la muerte viene de épocas distantes: los egipcios trataban de preservar los cuerpos, al tiempo que los enterraban con utensilios y alimentos para su viaje al más allá.

El culto a los muertos ha sido antiguo y universal. Cada pueblo ha tenido algún tipo de manifestación ritual para ellos. Los pueblos prehispánicos también lo hicieron. Eran firmes creyentes en otros mundos: mundos espirituales y sagrados.

El cristianismo trajo a América su propia filosofía, teología y concepción de la muerte. Pero está documentado que los frailes Franciscanos, al intentar la evangelización, se dieron cuenta que no podrían cambiar algunas creencias fuertemente arraigadas y optaron por aceptar su vigencia e integración.

Una de estas singularidades sincréticas es la fiesta para los muertos. En el centro y sur del país su sobrevivencia actual es sorprendente.

Al lado de los avances científicos y la sofisticación de la vida moderna, en las grandes ciudades y en los pueblos del México Profundo, millones viven festividades de religiosidad popular; diferentes a la religiosidad litúrgica de dogmas y credos.

Dos son los elementos de este culto: la visita familiar al panteón para rezar, comer, beber y cantar, al tiempo que se recuerda y acompaña a los que se fueron. La otra, la puesta de ofrendas en el domicilio o lugar de trabajo. Una alegoría colorida de elementos religiosos; fotografías y objetos pertenecientes al difunto; alimentos y bebidas y muchas flores. Adornado todo con papel picado de colores vivos. Para las ofrendas a los niños: flores blancas; para mujeres jóvenes, lirios y azucenas; para los que mueren accidentalmente flores moradas aterciopeladas. Algunos, también ofrendan símbolos: pequeñas guitarras para los melómanos; pelotitas decoradas para los deportistas; cajas de cigarros para los fumadores; y desde luego, tequila para los valentones (recién se han promovido desde el poder, desfiles de Catrinas).

Es notable cómo en medio de la gran incertidumbre económica y política y la avasallante tecnología que nos abruma, muchos mexicanos y mexicanas tienen tiempo y humor para celebrar a sus difuntos y tratar de estar, espiritualmente, cerca de ellos.

“Coco”.

Hace tres días fui al cine con mi esposa a ver “Coco”. La experiencia fue extraordinaria:

Se trata de una película de la poderosa empresa Disney sobre las tradiciones mexicanas del Día de Muertos y la importancia de la vida en familia.

Temas que parecerían no estar de moda, ante el auge del racismo, la xenofobia y el clasismo. Una cinta que podrá causar un infarto a Trump y los seguidores cuando la vean, porque todos los personajes son mexicanos pobres, similares a los que el hombre del pelo zanahoria quiere deportar.

La película es un despliegue de entretenimiento de alta calidad: colorida, emocionante, dramática. Nunca decae el interés y el entusiasmo de los espectadores. La historia gira en torno a las emocionantes aventuras de un niño que quiere ser cantante y compositor y cae en el mundo mágico de las calaveras mexicanas. El chico además, lucha ante la oposición de su familia y la indiferencia de los demás, para alcanzar su sueño.

Los productores, el director, los realizadores y los musicalizadores pasaron muchos meses viviendo en México para captar la atmósfera estética de los pueblos de Michoacán, Guanajuato, Yucatán y Oaxaca y cayeron enamorados de ellos. De la belleza de las tradiciones y de la dignidad de la vida cotidiana en esas regiones. Los personajes resultan verosímiles y entrañables. Al grado que algunos espectadores creen ver en ellos a sus propias familias. Pero al mismo tiempo, la calidad de la animación, la dinámica del guión y la vertiginosa edición hacen de ésta cinta, una expresión de la más sofisticada tecnología.

Una maravilla que no debe de dejar de ver ningún mexicano. Desde los niños, hasta los ancianos, pasando por los millennials y las generaciones X y Y.

Yo la vi en los cines de las flamantes Galerías Tlaxcala. También una experiencia agradable: sobre todo el café del restaurante Town atrás de Liverpool.

Y ahora mi interpretación de la fiesta de los muertos:

La esperanza de una vida después de la muerte viene de épocas distantes: los egipcios trataban de preservar los cuerpos, al tiempo que los enterraban con utensilios y alimentos para su viaje al más allá.

El culto a los muertos ha sido antiguo y universal. Cada pueblo ha tenido algún tipo de manifestación ritual para ellos. Los pueblos prehispánicos también lo hicieron. Eran firmes creyentes en otros mundos: mundos espirituales y sagrados.

El cristianismo trajo a América su propia filosofía, teología y concepción de la muerte. Pero está documentado que los frailes Franciscanos, al intentar la evangelización, se dieron cuenta que no podrían cambiar algunas creencias fuertemente arraigadas y optaron por aceptar su vigencia e integración.

Una de estas singularidades sincréticas es la fiesta para los muertos. En el centro y sur del país su sobrevivencia actual es sorprendente.

Al lado de los avances científicos y la sofisticación de la vida moderna, en las grandes ciudades y en los pueblos del México Profundo, millones viven festividades de religiosidad popular; diferentes a la religiosidad litúrgica de dogmas y credos.

Dos son los elementos de este culto: la visita familiar al panteón para rezar, comer, beber y cantar, al tiempo que se recuerda y acompaña a los que se fueron. La otra, la puesta de ofrendas en el domicilio o lugar de trabajo. Una alegoría colorida de elementos religiosos; fotografías y objetos pertenecientes al difunto; alimentos y bebidas y muchas flores. Adornado todo con papel picado de colores vivos. Para las ofrendas a los niños: flores blancas; para mujeres jóvenes, lirios y azucenas; para los que mueren accidentalmente flores moradas aterciopeladas. Algunos, también ofrendan símbolos: pequeñas guitarras para los melómanos; pelotitas decoradas para los deportistas; cajas de cigarros para los fumadores; y desde luego, tequila para los valentones (recién se han promovido desde el poder, desfiles de Catrinas).

Es notable cómo en medio de la gran incertidumbre económica y política y la avasallante tecnología que nos abruma, muchos mexicanos y mexicanas tienen tiempo y humor para celebrar a sus difuntos y tratar de estar, espiritualmente, cerca de ellos.

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