/ viernes 11 de marzo de 2022

Retahíla para cinéfilos | Las ventajas de ser invisible

Esta podría ser una lista inagotable de virtudes que conlleva la invisibilidad, ese tan anhelado invento de la ficción que la ciencia aún no diseña (o no ha compartido) para ser utilizado en beneficio de los seres humanos. Sin embargo, por ahora, es el nombre de una película; una película dirigida por quien escribió la obra homónima en la cual está basada. Y es que Stephen Chbosky fue también quien escribió Las ventas de ser invisible'', una de las novelas galardonadas por el público juvenil de un boom de nuevos lectores iniciados en Norteamérica y expandidos al resto del continente a finales de los años noventa. Qué hubiera sido de la saga Divergente si su autora, Verónica Roth, hubiera intervenido en su realización cinematográfica, por ejemplo; ni hablar del desastre en Bajo la misma estrella o Ciudades de papel si John Green no hubiera estado detrás de cada detalle.

Además, cuando se intenta abordar un tema delicado dentro de un filme dirigido a un público adolecente se corre el riesgo de la desorientación de su obra madre, de la “perversión del discurso”. Pero Las ventajas de ser invisible retrata muy bien lo que hace algunos años era un “tabú”.

Charlie, el protagonista de nuestra historia, es un estudiante de primer año de preparatoria, introvertido, inteligente y con una enorme conciencia humana. Tras intentos fallidos por hacer amigos, Charlie toma la decisión de hablar con Patrick, un estudiante de último año amigable, extrovertido y ciegamente confiable, así como Sam, su hermana, de quien Charlie se enamora desde el primer intercambio de palabras.

Desde entonces, los tres forjan una amistad épica, indestructible, irrefutable y muchas veces sometida a los recuerdos del suicidio de un exmiembro de ese grupo de inadaptados. En literatura, a las obras con estas características se les suele denominar “Coming of age”, pues caminamos junto con los personajes que interpretan Logan Lerman, Emma Watson y Ezra Miller.

La cinta evita los caminos comunes de prevención de los problemas mentales de los jóvenes, pues los enfrenta sin temor al prejuicio, los rompe, los desmenuza y los entrega ligeros (pero envueltos en drama) a la reflexión del espectador.

Para la mínima recepción que tuvo en su año de lanzamiento (2012), esta se ha convertido ya casi en un clásico del cine juvenil que nos recuerda que la represión de los miedos solo los aviva más; que los recuerdos mal organizados se convierten en demonios; y que los amigos divididos, no son más que desconocidos.

Esta podría ser una lista inagotable de virtudes que conlleva la invisibilidad, ese tan anhelado invento de la ficción que la ciencia aún no diseña (o no ha compartido) para ser utilizado en beneficio de los seres humanos. Sin embargo, por ahora, es el nombre de una película; una película dirigida por quien escribió la obra homónima en la cual está basada. Y es que Stephen Chbosky fue también quien escribió Las ventas de ser invisible'', una de las novelas galardonadas por el público juvenil de un boom de nuevos lectores iniciados en Norteamérica y expandidos al resto del continente a finales de los años noventa. Qué hubiera sido de la saga Divergente si su autora, Verónica Roth, hubiera intervenido en su realización cinematográfica, por ejemplo; ni hablar del desastre en Bajo la misma estrella o Ciudades de papel si John Green no hubiera estado detrás de cada detalle.

Además, cuando se intenta abordar un tema delicado dentro de un filme dirigido a un público adolecente se corre el riesgo de la desorientación de su obra madre, de la “perversión del discurso”. Pero Las ventajas de ser invisible retrata muy bien lo que hace algunos años era un “tabú”.

Charlie, el protagonista de nuestra historia, es un estudiante de primer año de preparatoria, introvertido, inteligente y con una enorme conciencia humana. Tras intentos fallidos por hacer amigos, Charlie toma la decisión de hablar con Patrick, un estudiante de último año amigable, extrovertido y ciegamente confiable, así como Sam, su hermana, de quien Charlie se enamora desde el primer intercambio de palabras.

Desde entonces, los tres forjan una amistad épica, indestructible, irrefutable y muchas veces sometida a los recuerdos del suicidio de un exmiembro de ese grupo de inadaptados. En literatura, a las obras con estas características se les suele denominar “Coming of age”, pues caminamos junto con los personajes que interpretan Logan Lerman, Emma Watson y Ezra Miller.

La cinta evita los caminos comunes de prevención de los problemas mentales de los jóvenes, pues los enfrenta sin temor al prejuicio, los rompe, los desmenuza y los entrega ligeros (pero envueltos en drama) a la reflexión del espectador.

Para la mínima recepción que tuvo en su año de lanzamiento (2012), esta se ha convertido ya casi en un clásico del cine juvenil que nos recuerda que la represión de los miedos solo los aviva más; que los recuerdos mal organizados se convierten en demonios; y que los amigos divididos, no son más que desconocidos.