/ viernes 24 de julio de 2020

Tlaxcala: ciudad de ayer y hoy

Los que vivimos nuestra niñez en esta pequeñísima ciudad de trazo español, guardamos imágenes mentales de calles, callejones, casas y edificios, así como características especiales de la arquitectura de la propia ciudad y, haciendo un comparativo de hace ocho décadas a la fecha existe una gran diferencia en el rostro citadino.

El sonido de las campanas y esquilas de la iglesia de San José, sita en el centro de la población eran las que dominaban tres veces al día a partir de las cinco de la mañana, que era la primera llamada del día para acudir a misa, más tarde por la tarde era el llamado para el rosario y finalmente una pequeña llamada de atención de campana para despedir el día y descansar esperando la presencia de Morfeo y otros adelantaban su presencia agotados por el trabajo ejercido durante el día.

Se debe anotar que; muy de mañana las vendedoras de tamales, atole y café hacían acto de presencia en algunas esquinas con el propósito de expender sus productos a madrugadores que ya se dirigían hacia el trabajo, posteriormente se instalaban en las terminales de camiones las que se encontraban en la calle Avenida Juárez que conduce hacia la ciudad de Puebla por la llamada vía corta (Zacatelco), y la otra ubicada en la calle Lardizabal, camiones de pasajeros que iban hacia la ciudad de Puebla por la ruta de Texmelucan, vía elegida para los pasajeros que transbordaban hacia la Ciudad de México. Así que, la vida activa de la pequeña ciudad iniciaba antes de que apareciera la luz de día.

La ciudad en el decenio de los cuarenta del Siglo pasado, tenía los límites, al Norte la calle Guerrero que llega al toreo, al Sur a la calle Citlalpopoca, al Este limitaba con la Calle Xicoténcatl y al Oeste terminaba con la aproximación a orilla del Río Zahuapan. La ciudad paulatinamente se fue expandiendo, las construcciones consumían la arena del río mencionado al igual que piedra, la que había en grandes cantidades, en esa época ya se usaba la cal de piedra fundida para elaborar la mezcla para unir tabiques y piedras, lo techos de las casas eran soportados por vigas de madera consumida de los bosques de la falda del Matlalcueyetl. La pintura para superficies de construcciones se preparaba con pinturas con presentación en polvo la cual era diluida en agua y aplicada con brocha elaborada con fibra de penca de maguey.

En 1941, ya estaba presente el mercado “Adolfo Bonilla” se usaba cotidianamente, porque el mercado del día sábado ocupaba ocho calles en donde exponían comerciantes varios productos. Las calles ocupadas eran las adyacentes al mercado mencionado.

El recuerdo no se borra, la organización de la ciudad planeada por el Municipio, para mantener la ciudad limpia, ordenó a los habitantes de todas las casa que debían de ocuparse de la basura (todos los días), basura que pasaba a recogerla una carreta tirada por una mula. En ese entonces no toda la ciudad estaba dotada de agua entubada, poco a poco como la energía eléctrica se fue instalando.

En esos ayeres el erario del Estado y el Municipal no contaban con los recursos actuales, sin embargo hubo importantes impulsos económicos posteriores del Gobierno Federal, y entonces inició la transformación o mejora del rostro citadino. Ejemplo: el centro histórico fue remodelado con adoquín de cantera rojiza de Zacatecas y Guanajuato de ello hace más de medio Siglo. Así se mejoró la estética Municipal. Poco a poco ha mejorado la obra material en beneficio de la ciudadanía. Hace ochenta o más años, torrentes de la aguas pluviales convertían a la Calle 1° de Mayo (centro citadino), en un río que inundaba a su paso las casas, pero alguna vez ocupó la Presidencia una persona que utilizó sentido común, y construyendo canales evito inundaciones en la ciudad, posterior a esas obras se realizaron ingenierías importantes muy caras que hacen recordar épocas del siglo pasado, porque ahora se continúa inundando la ciudad en mayor proporción.

Queda la esperanza de que sea mejorado el rostro capitalino durante la época de aguas temporaleras, con el propósito de superar el pasado insipiente.

Los que vivimos nuestra niñez en esta pequeñísima ciudad de trazo español, guardamos imágenes mentales de calles, callejones, casas y edificios, así como características especiales de la arquitectura de la propia ciudad y, haciendo un comparativo de hace ocho décadas a la fecha existe una gran diferencia en el rostro citadino.

El sonido de las campanas y esquilas de la iglesia de San José, sita en el centro de la población eran las que dominaban tres veces al día a partir de las cinco de la mañana, que era la primera llamada del día para acudir a misa, más tarde por la tarde era el llamado para el rosario y finalmente una pequeña llamada de atención de campana para despedir el día y descansar esperando la presencia de Morfeo y otros adelantaban su presencia agotados por el trabajo ejercido durante el día.

Se debe anotar que; muy de mañana las vendedoras de tamales, atole y café hacían acto de presencia en algunas esquinas con el propósito de expender sus productos a madrugadores que ya se dirigían hacia el trabajo, posteriormente se instalaban en las terminales de camiones las que se encontraban en la calle Avenida Juárez que conduce hacia la ciudad de Puebla por la llamada vía corta (Zacatelco), y la otra ubicada en la calle Lardizabal, camiones de pasajeros que iban hacia la ciudad de Puebla por la ruta de Texmelucan, vía elegida para los pasajeros que transbordaban hacia la Ciudad de México. Así que, la vida activa de la pequeña ciudad iniciaba antes de que apareciera la luz de día.

La ciudad en el decenio de los cuarenta del Siglo pasado, tenía los límites, al Norte la calle Guerrero que llega al toreo, al Sur a la calle Citlalpopoca, al Este limitaba con la Calle Xicoténcatl y al Oeste terminaba con la aproximación a orilla del Río Zahuapan. La ciudad paulatinamente se fue expandiendo, las construcciones consumían la arena del río mencionado al igual que piedra, la que había en grandes cantidades, en esa época ya se usaba la cal de piedra fundida para elaborar la mezcla para unir tabiques y piedras, lo techos de las casas eran soportados por vigas de madera consumida de los bosques de la falda del Matlalcueyetl. La pintura para superficies de construcciones se preparaba con pinturas con presentación en polvo la cual era diluida en agua y aplicada con brocha elaborada con fibra de penca de maguey.

En 1941, ya estaba presente el mercado “Adolfo Bonilla” se usaba cotidianamente, porque el mercado del día sábado ocupaba ocho calles en donde exponían comerciantes varios productos. Las calles ocupadas eran las adyacentes al mercado mencionado.

El recuerdo no se borra, la organización de la ciudad planeada por el Municipio, para mantener la ciudad limpia, ordenó a los habitantes de todas las casa que debían de ocuparse de la basura (todos los días), basura que pasaba a recogerla una carreta tirada por una mula. En ese entonces no toda la ciudad estaba dotada de agua entubada, poco a poco como la energía eléctrica se fue instalando.

En esos ayeres el erario del Estado y el Municipal no contaban con los recursos actuales, sin embargo hubo importantes impulsos económicos posteriores del Gobierno Federal, y entonces inició la transformación o mejora del rostro citadino. Ejemplo: el centro histórico fue remodelado con adoquín de cantera rojiza de Zacatecas y Guanajuato de ello hace más de medio Siglo. Así se mejoró la estética Municipal. Poco a poco ha mejorado la obra material en beneficio de la ciudadanía. Hace ochenta o más años, torrentes de la aguas pluviales convertían a la Calle 1° de Mayo (centro citadino), en un río que inundaba a su paso las casas, pero alguna vez ocupó la Presidencia una persona que utilizó sentido común, y construyendo canales evito inundaciones en la ciudad, posterior a esas obras se realizaron ingenierías importantes muy caras que hacen recordar épocas del siglo pasado, porque ahora se continúa inundando la ciudad en mayor proporción.

Queda la esperanza de que sea mejorado el rostro capitalino durante la época de aguas temporaleras, con el propósito de superar el pasado insipiente.