/ viernes 26 de marzo de 2021

Valores de pueblos autóctonos admirables

Escuchar una noticia y de acuerdo con su contenido puede generar expectación, pero… el contenido puede ser más impactante a los sentidos si éste es visto, ese caso es el que ahora se menciona en esta columna al presenciar entrega de instrumentos musicales por parte muestra Presidencia de la República, a cada uno de niñas y niños con aptitudes de intérpretes de música ejercida por generaciones de cada uno de sus pueblos legendarios.

Admirable es saber y conocer que esos pueblos de Oaxaca (nombre de origen náhuatl) han sido amantes de la música, son pueblos (como muchos otros en el país) que padeciendo la dureza de la vida que generalmente es dolorosa, no han perdido el espíritu amoroso de la creación musical y sublimes sonidos estructurados con las siete notas musicales.

La música de esos pueblos es ancestral, creada con otro tipo de instrumentos, pero… siempre la ha habido para los originarios de esa etnia esa herencia musical traída desde el nacimiento. Ahora, me permitiré como paréntesis y parte del mismo tema, hacer del conocimiento una de tantas experiencias, una que se presentó hace sesenta años en un pueblo oaxaqueño, de esos a los que solo podía comunicarse por veredas a lomo de mula o a pie, y en otra que aportaba la industrialización indigente de la aviación, para estos casos la llamada avioneta monomotor. El viaje se emprendía bajo la orden el piloto conductor del aparato y había la indicación de abordar el avión a las cinco de la mañana, la explicación técnica dada fue que a esa hora se llegaría al lugar destinado con mejor visibilidad para poder ubicar la pista de aterrizaje. Los pasajeros (4) recibimos el anuncio del piloto de que estábamos por llegar, pero no vimos el lugar porque la atmósfera estaba obscura, en unos instantes del primer comunicado del piloto, dijo: ya llegamos, y al anuncio vimos una valla de llamas flameantes marcando un pequeño tramo que fue elegido para aterrizar, así el piloto, a ciegas, inició su tarea y en medio de sacudidas supimos que iniciaba el aterrizaje, que de día según el cálculo visual la pista no tenía más allá de 120 metros. Así llegamos sanos protegidos por la obscuridad porque nunca vimos nubes de niebla. En tanto los pasajeros ganaban terreno, ¡Sorpresa! Se escuchó al unísono la música de instrumentos de una banda de viento (previo toque breve de un platillo), quien ejecutaba el instrumental bella música de esa etnia y según se nos informó era propia del pueblo visitado, se hizo saber que dicha música era la bienvenida a los visitantes presentes. Los ejecutantes de la banda musical, formada por adultos, jóvenes y niños, todos ellos con huaraches y vestidos con manta y protegidos con sarape de lana. En mi caso, no volví a ese hermoso poblado con el recuerdo vivido, de ello hace sesenta años.

Es emocionante saber que hay un gobierno que se preocupa por abrigar los sentimientos de los pueblos autóctonos de México y que loablemente, disponiendo de dinero recuperado, se dispone para coadyuvar con un bien cultural que no olvidan y protegen los pueblos autóctonos, los que tienen voluntad de sostener y mantener uno de los más vellos y sublimes lenguajes del ser humano: la expresión por medio de la música.

¡Ojalá! continúen este tipo de apoyos para el desarrollo del lenguaje humano que, además de alegrar el corazón de la humanidad, también coadyuva a sobrellevar las penas que lastiman a la sociedades generadas por los problemas mundiales y nacionales.

Escuchar una noticia y de acuerdo con su contenido puede generar expectación, pero… el contenido puede ser más impactante a los sentidos si éste es visto, ese caso es el que ahora se menciona en esta columna al presenciar entrega de instrumentos musicales por parte muestra Presidencia de la República, a cada uno de niñas y niños con aptitudes de intérpretes de música ejercida por generaciones de cada uno de sus pueblos legendarios.

Admirable es saber y conocer que esos pueblos de Oaxaca (nombre de origen náhuatl) han sido amantes de la música, son pueblos (como muchos otros en el país) que padeciendo la dureza de la vida que generalmente es dolorosa, no han perdido el espíritu amoroso de la creación musical y sublimes sonidos estructurados con las siete notas musicales.

La música de esos pueblos es ancestral, creada con otro tipo de instrumentos, pero… siempre la ha habido para los originarios de esa etnia esa herencia musical traída desde el nacimiento. Ahora, me permitiré como paréntesis y parte del mismo tema, hacer del conocimiento una de tantas experiencias, una que se presentó hace sesenta años en un pueblo oaxaqueño, de esos a los que solo podía comunicarse por veredas a lomo de mula o a pie, y en otra que aportaba la industrialización indigente de la aviación, para estos casos la llamada avioneta monomotor. El viaje se emprendía bajo la orden el piloto conductor del aparato y había la indicación de abordar el avión a las cinco de la mañana, la explicación técnica dada fue que a esa hora se llegaría al lugar destinado con mejor visibilidad para poder ubicar la pista de aterrizaje. Los pasajeros (4) recibimos el anuncio del piloto de que estábamos por llegar, pero no vimos el lugar porque la atmósfera estaba obscura, en unos instantes del primer comunicado del piloto, dijo: ya llegamos, y al anuncio vimos una valla de llamas flameantes marcando un pequeño tramo que fue elegido para aterrizar, así el piloto, a ciegas, inició su tarea y en medio de sacudidas supimos que iniciaba el aterrizaje, que de día según el cálculo visual la pista no tenía más allá de 120 metros. Así llegamos sanos protegidos por la obscuridad porque nunca vimos nubes de niebla. En tanto los pasajeros ganaban terreno, ¡Sorpresa! Se escuchó al unísono la música de instrumentos de una banda de viento (previo toque breve de un platillo), quien ejecutaba el instrumental bella música de esa etnia y según se nos informó era propia del pueblo visitado, se hizo saber que dicha música era la bienvenida a los visitantes presentes. Los ejecutantes de la banda musical, formada por adultos, jóvenes y niños, todos ellos con huaraches y vestidos con manta y protegidos con sarape de lana. En mi caso, no volví a ese hermoso poblado con el recuerdo vivido, de ello hace sesenta años.

Es emocionante saber que hay un gobierno que se preocupa por abrigar los sentimientos de los pueblos autóctonos de México y que loablemente, disponiendo de dinero recuperado, se dispone para coadyuvar con un bien cultural que no olvidan y protegen los pueblos autóctonos, los que tienen voluntad de sostener y mantener uno de los más vellos y sublimes lenguajes del ser humano: la expresión por medio de la música.

¡Ojalá! continúen este tipo de apoyos para el desarrollo del lenguaje humano que, además de alegrar el corazón de la humanidad, también coadyuva a sobrellevar las penas que lastiman a la sociedades generadas por los problemas mundiales y nacionales.